Aves blancas, lobos grises, teclas negras
O por qué la música armenia fabula con la verdad
I. Cuerpo
Dos chicas de apenas quince o dieciséis años se miran sin decir palabra. Una extiende la palma agarrotando las falanges distales. Es una articulación lenta, tímida, casi sin despegar el brazo del torso. La otra lo entiende y pide que le siga, esta vez con un gesto más internacional. Hablan harsneren, un lenguaje de señas desarrollado en Armenia en respuesta a la regla del silencio, impuesta a toda novia. No es un idioma florido, solo sirve para comunicar necesidades básicas: hambre, sed, miedo, frío; matrimonio. Ellas son la voz de Hars, actual Kars.
La región de Kars es literalmente una puerta por la que caben tres caballos: uno ruso, otro turco y otro persa. De aquí es Hripsime, que huye con los dos hijos huérfanos de su hermano y otro suyo. Ha visto a su familia entera colgada como lámparas del Leroy Merlín. Pasan los años y Hiripsime acaba con ocho criaturas a su cargo. Deja a la más frágil, su hija Salat, en un orfanato, donde muere poco después. Nunca se quitará el pañuelo negro. Entretanto, Kars sigue siendo la novia robada. El Tratado de Gümrü (1920) aplastó la república, el Tratado de Moscú (1921) agendó el reparto entre rusos y turcos, y el Tratado de Kars remató la jugada: los soviéticos cedieron más terreno a cambio de un apoyo otomano. Los armenios se conformaron con aplaudir, en silencio, una retirada turca por las calles de Guiumri. Ha pasado un siglo y los armenios todavía son psoeados por Rusia cada vez que quieren inflarse a hostias con Azerbaiyán. ¿Y Kars? Llena de Lobos Grises, adéfagos de lo mismo de siempre.
Ahora quiero que nos callemos todos un rato y escuchemos esto. No pido tanto, son tres minutos. No te quedes en el dato, quédate en silencio:
Conocí a Tigran Hamasyan en 2011, cuando se publicó ‘A Fable’. Grabado en París, con distribución de Universal, es la primera vez que el artista se subía a lomos de una major —de Verve, para ser precisos—. Tigran Hamasyan es el biznieto de Hripsime. Él nació en pleno verano de 1987 en la leninista Guiumri —Leninakan, por entonces, la misma ciudad que en 1926 fue destrozada por un seísmo—. Dicen los biógrafos que a los tres años prefería el piano a los juguetes. «Podemos estar agradecidos a la antigua Unión Soviética por tener sistemas de educación clásica. Todos tenían un piano en casa, fueran músicos o no». Menos mal que quiso serlo y a los 16, viviendo ya en California, se imagina su gran fábula.
‘A Fable’ es el único disco de su carrera donde firmaba renunciando al apellido, algo que nunca volverá a hacer. El álbum gana el ‘Victoire du Jazz’ y se convierte en un hitazo en Francia. Este chico «trae algo nuevo», dice Brad Mehldau, si bien ya es su cuarto CD. Lleva desde los 18 publicando y dando giras. El recopilatorio 'The Best of Armenian Jazz' lo puso en la mirilla de gente como yo. Y los contactos le venían prestados por Stepan Kochoyan —un francés flipado—: le gustó tanto el rollo de Tigram que lo invitó a tocar en un festival que estaba organizando. En 2006 participa en el Thelonious Monk Jazz bajo la mirada de Herbie Hancock. Gana por absoluta unanimidad. Creyente en las cosas mágicas, las fábulas siguen sucediéndose.
De toda su herencia paterna solo sobrevivieron dos personas. Quiso la sangre que fuera una joven pareja y su progenie medrara en la capital. Tigram mira a sus espaldas y quiere saber más. Ya no le basta con el relato oficial y en Kars no es bienvenido —hasta el alcalde de la ciudad lo insultaría—. Los tachones negros de esos informes, apilados en bibliotecas y ayuntamientos, ahora son agujeros por los que tropieza. Como enredaderas serpenteantes, le aprietan los brazos, le impelen a otra cosa. Entre 2015 y 2018, aborda esta planta desde la raíz: en 2015 publica ‘Luys i Luso’, conmemorando el centenario del genocidio armenio. Música sacra recompuesta una antigua iglesia del siglo XVII. La grabación, copada de altercados, amenazas de muerte y un intento de atentado, tuvo un momento cumbre: la luz se va en mitad de una sesión y Tigram lo entiende, «Dios quiere que paremos a rezar».
Y comienza la etapa gris —literal en sus portadas—. Los siguientes álbumes, 'An Ancient Observer', el EP 'For Gyumri' y el doble álbum 'Atmosphères', con más música religiosa de Komitas Vardapet y una carretilla extra de microtonalidad, refuerzan esta tesis: Dios ha hablado y ha sido escuchado. Por fin podemos seguir. ¿Hacia dónde? Aquí está el chiste: muchas iglesias medievales de Kars, levantadas piedra a piedra en áreas de recursos limitados, son ahora almacenes de pasto para cabras y camastros de ocas que los campesinos anatolios aprovechan, olvidando aquel silencio que las harsneren decían, sin hacer ruido.
II. Alma
En la próxima década, Tigram colaborará con más de cincuenta popes del jazz como Joshua Redman y publicará otra baraja de discos sólidos como obeliscos de granito, casi siempre para Nonesuch, el sello americano que operaba como subsidiaria de Elektra —es decir, bajo el paraguas de Warner—. Y en 2023 desaparece de los escenarios para encerrarse en un proyecto. Y así llegamos a ‘The Bird of A Thousand Voices’ (2024), que debe su nombre a un antiguo cuento popular armenio, ‘Hazaran Blbul’, es también la banda sonora de un videojuego y el ambiente de una serie de piezas fílmicas rodadas por el holandés Ruben Van Leer. Un álbum de hora y media, 24 cortes, que abre con una pedorreta chiptunera. Café para muy cafres. El videojuego, por cierto, en términos mecánicos es poco más que el ‘T-Rex Chrome’ de Google. Pero el flipante arte de Khoren Matevosyan (xoromat) es para, como mínimo, darle un tiento.
Tigran, siguiendo la tradición de maestros como Jarrett, silba, canta y zapatea mientras interpreta sus melodías. Sus bases rítmicas de compás de amalgama son también las del breakbeat y dubstep londinense. A veces tiembla con los ojos cerrados, como si se perdiera en un gran bosque y silbara para hacerse compañía. Las cadencias van enriqueciéndose con ornamento —principalmente grupetos descendentes, aunque también trinos y mordentes simples—. Su música evoca el gesto. Sus modulaciones métricas se parecen más a riffs de Meshuggah o Tool: de niño imitaba al piano los punteos de Tommy Iommi, anhelando convertirse en guitarrista de metal. Hasta que profundizó en la raíz del árbol, en el folklore patrio. «Tuve que olvidar por completo todo lo que había aprendido de esa música en términos armónicos y rítmicos». Irónicamente, esto entronca con una rama del folk tradicional armenio, especialmente la obra sinfónica de Avet Terterian —ojo a esto— y Arno Babajanian —su ‘Elegía’ es suficiente para entender rápidamente las técnicas—. Ambos cogieron las estructuras modales y las estiraron hasta quebrarlas.
El cuento original parece una reinterpretación del Jardín del Edén hebreo: a su vejez, el rey Arán crea un jardín eterno y fértil para beneficiar a su pueblo. Cuando los jardineros le niegan un racimo de uvas a una anciana cuyo hijo está enfermo, este muere y la mujer lanza una maldición que seca el vergel, convirtiendo a los horticultores en bestias. Entonces, un sabio le revela al rey que solo el canto del Pájaro de las Mil Voces podrá restaurar el jardín y devolver la humanidad a los jardineros. Si bien hay distintas interpretaciones, todas coinciden en la resolución: han de hallar el ave que traiga de nuevo la armonía.
‘The Bird of A Thousand Voices’ es, como evidentemente parece, un acto político —y una de las mejores grabaciones de 2024, también—: el ave como metáfora de un mundo en busca de armonía y enfrentado a una crisis polifónica. Le dejo seguir a él: «En septiembre de 2023, Azerbaiyán se apoderó de territorio armenio. Inmediatamente después, casi toda la población fue expulsada de la región montañosa de Nagorno-Karabaj como parte de una limpieza étnica, en palabras del Parlamento Europeo. Azerbaiyán ahora ordena expresamente la quema de manuscritos históricos antiguos en los monasterios armenios. Por tanto, cualquier forma de reconocimiento y nuevos medios de transmisión de las antiguas tradiciones del Cáucaso es importante, y marca el sendero para la curiosidad y la diversidad mundial». El ave es más bien el pigargo del escudo armenio.