Celine Sciamma: retratos de mujeres
Película a película de una de las mejores directoras del momento.
Una de las mejores cualidades del cine es su capacidad para abrirnos a mundos distintos dispuestos a ser explorados con fascinación por sus creadores. Dicho así, sería fácil pensar en grandes y épicas fantasías, ya sean de ciencia ficción o descomunales despliegues históricos, y no en las películas de la francesa Céline Sciamma, que operan en una escala casi diametralmente opuesta de esos espectáculos. Pero atendiendo a esa definición o cualidad, sus películas no podrían ser más cinematográficas.
Sciamma, una observadora nata de la condición humana, opta por un minimalismo íntimo, heredado de su maestro Xavier Beauvois, que puede parecer distante con el espectador medio, pero nunca lo es con sus personajes. De hecho, en su narración es capaz de emplear elementos pequeños para contar el inmenso mundo interior de sus protagonistas. Cómo sienten, cómo observan y cómo sienten ser observados por el mundo exterior. Esa manera de contar ese mundo interno la ha vuelto una cineasta tan popular para FilmTwitter o la enorme comunidad de Letterboxd, y la vuelven también un interesante objeto de estudio.
Su objeto de estudio habitual ha sido la juventud, entre la niñez y la adolescencia. En esta última se centra en Water Lillies, su ópera prima, donde sigue a varias jóvenes de quince años en pleno proceso de (auto)descubrimiento. Sus principales interacciones tienen lugar en una instalación polideportiva con piscina. Floriane (Adèle Haenel) es capitana del equipo de natación sincronizada, al que observa desde la distancia pero con atención Marie (Pauline Acquart), con cierta incertidumbre sobre qué está anhelando -la posibilidad de entrar en el equipo, o éste como atajo hacia la capitana-. Mientras tanto, su amiga Anne (Louise Blachère), menos agraciada físicamente, comienza a desarrollar afección por un jugador de waterpolo, teóricamente fuera de su alcance.
El escenario acuático no tiene tanta predominancia, pero tiene su uso por parte de Sciamma para ir reflejando el cambio interno de las protagonistas de esta película, titulada de manera más apropiada en su lengua original como Naissance des pieuvres ("El nacimiento de los pulpos"). El nacimiento de su sexualidad es algo que vemos crecer poco a poco, a través de momentos de intimidad, intercalados con otros de todavía latente ingenuidad, y con miradas que hablan a gritos.
Estas chicas van encontrando pequeños resquicios en los que poder encontrarse a sí mismas en medio de un entorno no opresor pero casi siempre vigilante -interesante cómo la disciplina del equipo de natación sincronizada casi se parece a la instrucción militar en Beau Travail de Claire Denis-. Es sobre todo la relación entre los personajes de Acquart y Haenel la que describe mejor las intenciones de Sciamma en este debut, moviéndose entre idas y venidas, explorando ambigüedades e intenciones escondidas. También refleja ese interés por explorar cómo los personajes observan cómo son observados socialmente. Es ese complicado juego de perspectivas lo que termina volviendo a sus obras en pequeñas joyas imposibles.
Las perspectivas vuelven a ser importantes en su segunda película, Tomboy. En ella, una niña recién mudada a los suburbios franceses empieza a hacerse pasar por chico, aprovechando su aspecto y peinado andrógino. Su transgresión comienza ante desde las miradas al espejo, con una incomodidad que no termina de comprender, y se continúa con el contacto con los otros chicos del barrio, cómo se relacionan entre ellos mediante el partido de fútbol, y cómo dejan al margen a la única chica del grupo.
Por qué no arriesgarse, entonces. Laure/Mikäel (Zoé Héran) opta por una identidad secreta que parece sentirse más auténtica que la real. Sciamma deja florecer cuestiones que no se limitan sólo a la transexualidad, diseccionando a través de su protagonista los roles establecidos, la imposibilidad de compartirse abiertamente, la preocupación constante por cómo se es percibido, la esquiva libertad.