Desde que era niña a Chelsea Wolfe le ha seguido una condición tan perturbadora como aterradora: parálisis del sueño. En este estado, la persona mantiene cierta conciencia de todo lo que le rodea y sucede, pero es incapaz de hablar o moverse. Ese terror que recorre tu cuerpo inmóvil te lleva a pensar que estás atrapada en una pesadilla y no hay manera posible de escapar. Un terror con el que ha convivido toda su vida y, en más de un aspecto, ha marcado su música.
La obra de Wolfe evoca en muchas ocasiones la sensación de estar intentando mantenerse mientras está rodeada de sombras. Evocando un terror muy específico, en cuyo núcleo reside una presencia etérea y hasta elusiva, propia de una alucinación, pero perceptible. Y lo ha ido transmitiendo desde diferentes prismas y sonidos, lo que la ha llevado a ser una de las artistas más interesantes en el género underground.
Aunque la música corría por sus venas, siendo su padre músico country, y teniendo inquietudes artísticas desde joven -con nueve años ya escribía poemas y trabajaba en piezas de aire gótico con un Casio-, a Wolfe le costó lanzarse de todo a una carrera musical.
En 2006 escribió y grabó el disco Mistake in Parting, pero nunca lo lanzó por ser una obra demasiado abierta sobre sus vivencias personales y sus relaciones. Durante años se mantuvo al margen de volver a grabar en música, pero tras una gira europea con otros artistas encontró cierta inspiración en paisajes de enorme presencia pero inquietante aura, que iban desde catedrales hasta plantas nucleares abandonadas.
La experiencia la atrajo de nuevo a componer, cogiendo su guitarra y su grabadora en cinta para ir dando forma a una serie de canciones que serían las que conformaron su debut oficial The Grime and the Glow. Un trabajo a ratos minimalista, de folk lo-fi, que va extendiendo sus tentáculos a otros sonidos como el ethereal wave, el gótico o una tímida psicodelia acústica.