Cure for Pain #1: una selección mensual de los mejores discos tristes
Una columna mensual sobre pérdida, mutilación y algunos discos tristes buenos
Hi, personicas:
Tras las misas hip-hop, electrónica y metal de las últimas semanas, nos hemos reunido de nuevo, hermanos, en domingo para otra celebración. Celebración entendida como misa, porque aquí para celebrar, lo que se dice celebrar, no va a haber mucho motivo. Salvo si te gusta la tristeza, que entonces sí.
Es una selección que habíamos hecho de manera habitual en nuestros resúmenes de lo mejor de cada año y que ahora convertimos en mensual, con el mismo objetivo que Cargamento Electrónico, Rimas a paladas o El volquete del metal: que si te gusta el género o, en este caso, la sensación, tengas cada mes una guía en la que poder descubrir discos recientes, canciones duraderas y, quién sabe, tal vez nuevos favoritos. Un repaso a discos tristes, bien sea desde el aspaviento y el rictus exagerado, bien desde la tristeza reposada de la melancolía.
Sentaos, personicas, demos comienzo a esta misa dominical.
Recompuestos desde la destrucción
Es encomiable lo de Low: de su crisis post The Great Destroyer salieron con su disco más valiente hasta esa fecha y de su crisis post-The Invisible Way decidieron que iban a empezar a ser un grupo de estudio. En el impresionante Hey What repiten con el productor BJ Burton pero llevan aún más allá la idea de que sus canciones se filtren por los trucos de la mesa de grabación. El resultado incomoda a ratos, tantos como deja con la boca abierta: ruidos, glitches, canciones para el postapocalipsis sereno que nos ha tocado vivir y que no esperábamos que fuese así.
Y, por encima de todo, lo mismo que lleva años funcionando con precisión: las voces, emocionales y emocionantes, de Alan y Mimi, música casi sacra para un mundo que se ha vuelto tan loco y necesitado de explicaciones que se ha lanzado a creer, de nuevo, hasta en el horóscopo.
¿Es mejor o peor que Double Negative, que claramente fue una cumbre? Es difícil pasar de la alucinante ‘White Horses’, un bucle en sí misma, pero aquí llevamos ya un mes creyendo que estamos ante uno de los discos del año.
No es la corbata que poco a poco te mata
Hay muchas búsquedas imposibles de concluir que se te van abriendo a medida que tu zurrón de discos escuchados crece. En mi lado, entre ellas está la de gente que me ayude a recapturar lo que vivo cuando empieza a sonar 'Northern Sky', de Nick Drake. El inicio de Young Heart, cuarto disco de la británica Birdy, Jasmine Van de Boegarde, me lleva por esos derroteros mentales.
Luego son otros parajes, más folkpop, más adultos y, tal vez, menos necesarios, los que ocupan Young Heart, pero hay disco de sobra para darle espacio en vuestras escuchas.
Fenómenos de la naturaleza
Precisamente esa sensación de que, a ratos, podría diferenciarse un poco más de todo es la que hace que, al menos para mí, el disco de Faye Webster no acabe ganándome del todo (la próxima semana, en la tier list, veremos qué le parece a Chou, carne de su carne). Con Lucy Dacus me pasa algo así también, pero si no entra aquí es porque los ramalazos indie-rock le dan un acabado menos tristón del que, hoy, admitiré en esta columna. Pero en los tramos mulliditos Home Video es un disco cabroncete, no lo dejéis pasar.
Aún así, dejadme que dedique este fragmento de mi perorata a un disco sanador. "Hasta siempre, Purple Mountains, te has marchado, estás en todas partes" canta Cassandra Jenkins para recordar a David Berman, que la contrató para girar con él en ese tour cuyo suicidio dejó inconcluso.
Frente a la intensidad de, pongamos, una Angel Olsen, Cassandra Jenkins prefiere cierta ligereza, la que habita en canciones eminentemente melancólicas, y les hace más terrenales. La que quita pesadez al ambiente de club de jazz de "New Bikini' o al recitado de 'Hard Drive’.
Ambas, junto a 'Michelangelo', son la fascinante puerta de entrada a un disco sereno, que nunca busca agotarte y que, desde su tranquilidad, parece Jenkins queriendo hacer lo opuesto que en su debut. An Overview está lleno de canciones preciosas, sotto voce, que reconfortan y mecen. Un disco escapista y necesario.
Ritos y matanzas
No son nuevos, y a estas alturas ya deberías tener muy claro si Nick Cave o Warren Ellis son de tu gusto, pero lo que sí son es casi infalibles. Por supuesto que en su discografía hay bajones, y puedes discutir si te gustan más o menos discos tan minimalistas como Ghosteen, pero no creo que Carnage tenga mucha oposición.
Los momentos más intensos, como la titular, son donde la capa instrumental se maneja con delicadeza junto a un Nick Cave más cercano a su faceta crooner y menos a su imagen de predicador polvoriento en iglesia semivacía, que también ejercita, y bien, sobre colchones sintetizados como en ‘White Elephant’ hasta que se convierte en un himno gospel.
‘Carnage’ es preciosa (esos coros femeninos meciendo el falsete de Cave) y, aunque hay cosas más rutinarias como ‘Lavender Fields’, la inspiración parece no agotarse. Joder, si en octubre Cave y los Bad Seeds se viene con un box-set especial de 83 canciones inéditas de toda su carrera… Un no parar.
El sonido del desconocimiento
Una de las cosas que más disfrutamos entre los que hacemos Hipersónica, por paradójico que parezca, es acudir a los discos sin saber nada previo, sin ni siquiera echar mano del listado de canciones. Dejar que suenen sin prejuicios previos. Si hubiéramos acudido de otro modo al Instead of Dreaming de Marissa Nadler, posiblemente lo habríamos dejado a un lado: “¿otro disco de versiones? MEH, que además Marissa no llega en su mejor momento”.
(Ok, sí, somos así de idiotas, muchísimas más veces de las que podemos recordar)
Pero gracias a, simplemente, dejarlo sonar en una de estas tardes de verano, nos dejamos atrapar por canciones que no quieren epatar ni demostrar lo lista que es Nadler: la selección de artistas es tan NORMAL que lo raro es que no acabe sonando también ‘Wish You Were Here’ de Pink Floyd. Pero está guay, el recorrido se disfruta con ganas de volver (salvo, quizás, al ‘Bookends’ algo soso que no hace honor a la canción de Simon & Garkfunkel) y merece la pena que le dejéis sonar.
El príncipe de los cuervos y los de las trompetas
Frente al resto de discos de esta sección, el de la pakistaní Arooj Afta resuena por lo pastoral, casi ambiental, de una propuesta que es folk de cámara, pero también ghazal persa, intrincada sin necesidad de exhibicionismo.
Los 46 minutos de Vulture Prince son unos de pérdida y desolación en espacios abiertos y cero aspavientos, conducidos por una voz nunca forzada, nunca tan segura de sí misma como para alardear de ello.
En el lado contrario a esa sensación de apertura, a esa tristeza reposada y en gran angular, a esa producción sin un solo ápice de abigarramiento está lo de Hypnotic Brass Ensemble, el septeto de vientos, trombones y trompetas que acompañó a Prince durante un tiempo y que ahora, en sólo tres canciones y 33 minutos, nos deshacen por completo. ¿Que a veces suenan a Secret Name? Claro: es una estupenda manera de cerrar en círculo este Cure for Pain.
Ah, coño, esperad, que os hemos preparado playlist:
Cure for Pain es una columna mensual sobre pérdida, mutilación y algunos discos tristes buenos con un título robado a nuestros añorados Morphine. Suscríbete si quieres apoyarnos para seguir haciéndola:
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