Parte 1. Relámpago
This is it, this is where my life begins to change
Day by day as it goes
Night by night as it grows
I just don't want to lose the time
I just don't want any tension
This is it; time, tension, intervention
En 2014 me topé con él, ‘Synaesthesia’. Elegido por la revista Classic Rock Presents Prog como el ‘Tip For 2014’ número 1, el único vínculo de proximidad que teníamos para fiarnos de aquel disco era el apoyo firme de Michael Holmes, guitarrista de IQ. Y la portada, obra de Freyja Dean, hija del mítico portadista de Yes, Asia o Gentle Giant, el prestigioso Roger Dean. ¿El género? Crossover, esa perezosa etiqueta que le encaja por fuerza: demasiadas ideas, demasiadas intenciones. No es un disco normal y corriente. Su patrimonio es una verdad poderosa al que le falta concreción: solo necesita tiempo para terminar de definirse, un pulido.
Recuerdo que justo una década atrás ya me enamoré de un disco igual de fresco, el ‘Milliontown’ de Frost*. No en vano marchaba a hombros de gigantes: al bajo, John Jowitt, a la batería, Andy Edwards. Ambos miembros de la banda IQ. La teoría de los seis grados de separación aquí se cumple desde el segundo. Y la rima va más allá: una larga suite de 22 minutos abre un CD que salta sin vergüenza ninguna de Genesis a Porcupine Tree, que bebe de la fuente de Radiohead pero también de Duran Duran o Kate Bush. Aunque la influencia más importante pasa desapercibida: Kevin Gilbert. La composición corre a cargo de un tal Adam Warne. También es el vocalista, teclista y baterista. Resumiendo: me gusta y lo apunto. Pero no lo apunto. Les pierdo la pista y olvido que existen.
Corte a 2024. Después de tres años de anhelos y esperas accidentadas, Frost* vuelven y firman el que es, bajo mi criterio, el disco de su carrera —desde ‘Milliontown’—. Un ejercicio de autoconsciencia que se libera de miedos antiguos solo para ser. Single a single lo han ido recalcando. «Obra maestra», repito varias veces nada más terminar la primera escucha. ‘Life In The Wires’, con su habitual mirada montypythoniana, es el cenit de Jem Godfrey, es la música que estuve a punto de hacer justo antes de dejarlo. Un doble álbum monumental no por razones de escala o concepto, sino por algo intangible: ahí dentro hay algo que es verdad.
Y es justo entonces cuando los algoritmos me recomiendan algo similar: ‘Mannequin’, de unos tal KYROS. Son ingleses y están borrachos de teclados. El disco es una especie de ‘Babylon’ sonora, una caja de cuchillos, una babel de estridencias, imitaciones, reflejos, reformulaciones y la pizca justa de arreglos hipervirtuosos. Me recuerda a lo que hago yo; en esencia, mi vara de medir demasiadas veces. Y una canción destaca sobre el resto, no por ser mejor, sino porque me hace tirar del hilo. ‘Technology Killed the Kids IV’ es la cuarta entrega de una saga que se va resignificando con cada iteración, similar a los ‘Thoughts’ de Spock's Beard.
Changing mirror image as it stares me down alive
I’m inside the world of want, no dying young
Leave the shell to burn, no one needs to see the real
To feel the turn of greed, consider this…
Sigo el rastro de migas y al final doy con ella: la primera ‘Technology Killed the Kids’ ya la había escuchado, diez años antes, en aquel disco de Synaesthesia. Entonces, ¿quién es el fundador de KYROS? «Shelby Logan Warne nació en Carshalton en 1993 y creció en Winbledon. De padre inglés y una madre tailandesa, se declaró transgénero en 2021, con 27 años». Ahora sí entiendo. Eran la misma persona. ¿La misma persona? Antes de Synaesthesia, ese «trastorno neurológico en el que la información destinada a estimular un sentido estimula varios de la misma persona», hubo otro pequeño proyecto, Chromology, la «disciplina que, analizando la combinación de color de ojos, pelo y piel, define la paleta de colores ideal para cada persona». Ambas fueron las primeras etapas en el desarrollo de KYROS.
¿Y quién es Kyros? Kairós o Cero es un concepto que resume «ese lapso indeterminado en el que algo importante sucede», el momento oportuno donde las cosas ocurren. Representado como un dios joven, este hijo de Zeus inspira la adaptación, el aprovechar la circunstancia. Sin madre conocida, el mito evoca la máxima del ahora o nunca. Releo todas estas referencias mientras ‘Mannequin’ suena en bucle desde Tidal, mientras me convenzo de estar ante una joya única, perfilada durante años, hasta adquirir su identidad final. Y mientas canciones como 'Ghosts of You' o 'Illusions Inside' se retuercen como gusanos, entonces, una tercera rima se amontona sobre los televisores de tubo de rayos catódicos: ‘Mannequin’ y ‘Life in the Wires’ son discos hermanos de una película en la que no dejo de pensar.
Parte 2. Trueno
La primera vez que supe de Dan Schoenbrun fue en 2014, cuando todos estábamos flipados con Kickstarter. Cinco de los veinticinco inventos del año según TIME venían de allí; el documental The Square, nominado al Oscar, también fue financiado colectivamente. Schoenbrun imaginó un proyecto: una película colectiva en la que un grupo de cineastas escribe sus sueños. Después, estos textos serán barajados y entregados a otras manos ejecutoras, para su posterior filmación. Un cadáver exquisito, una serie de escenas unconscious recogidas en un ómnibus que recaudó más pedigrí que billetes: nada más acabarlo, Schoenbrun lo regaló por BitTorrent.
Y aquello me gustó, me gustó un montón. También le perdí la pista por completo. Hasta que vi ‘I Saw the TV Glow’. Podríamos hablar de su banda sonora, la que hoy por hoy considero el mejor trabajo del año en su competición, pero prefiero hablar de otra cosa. Para quien no tenga contexto, vamos con ello: ‘I Saw the TV Glow’ es una película avalada por Emma Stone y producida por A24 en la que dos amigues quedan cada sábado por la noche para ver su programa de terror favorito. Un día, une de elles desaparece y coincide, extrañamente, con la cancelación oficial de la serie. Sobre los protas: ella es Maddy (interpretada por Brigette Lundy-Paine, persona no binaria); él es Owen (Justice Smith, hijísimo de Will Smith). Y la serie: un cruce entre la visceralidad proteica del ‘Pesadilllas’ (1995) de R.L. Stine con los momentos más naif de ‘Buffy Cazavampiros’ (1997).
‘I Saw the TV Glow’ es la ‘Mulholland Dr.’ de Schoenbrun y es una de mis películas favoritas de 2024. Una nueva ‘Donnie Darko’ que se remonta a ‘Twin Peaks’ que se remonta a ‘Sans Soleil’ que se remonta a Antonioni. Con el paso de los días, sus ideas han ido retorciéndose en mi cabeza y necesitaba saber por qué. Fue entonces cuando supe que su responsable, Jane Flannery Schoenbrun, directore transfem, no binaria, y con una inteligencia emocional que todavía estoy procesando, era la misma persona. ¿La misma persona? A priori me reprendí: qué rima más zafia. Pero así ha venido dado y así te lo estoy contando.
-Si no has visto ‘I Saw The TV Glow’, no recomiendo seguir leyendo.-
Manchas de neón rosa, morado y blanco —colores de la bandera trans— ciegan unos ojos que no aceptan ver. La serie en cuestión se llama ‘The Pink Opaque’. Sobre el color, «Los agujeros en el interior de nuestros cuerpos son todos de color rosa, independientemente de nuestro género y raza», dice el artista David Daigle. En dicha serie, Isabel y Tara —sí, como la Tara Maclay de ‘Buffy’— tienen una conexión psíquica que bien podría representar la amistad queer y la familia elegida. La cancelación de la serie señala, por tanto, el fin de una infancia de ficción, de una etapa que debe continuar a partir de lo real.
En cada episodio hay un enemigo a vencer, un escollo que parece insalvable a cierta edad pero inane visto en perspectiva. Sin embargo, de fondo hay un villano general, un final boss, llamado ‘Señor Melancolía’. Representado como una luna llena —eterna alegoría del cambio, la cara oculta, la realidad licántropa—, el Sr. Melancolía es un antagonista que finalmente despoja a Tara e Isabel de sus identidades, haciéndoles olvidar quiénes son, arrebatándoles el alma. Al enviarlas al Reino de la Medianoche, garantiza que la oscuridad venza sobre la luz… y, de paso, ironiza sobre los finales buenistas de ‘Are You Scared of the Dark’ (1991). Claro, aquí está el chiste: Melancolía posee vagamente el rostro del joven Owen. Si dejamos que nos entierre, no hay mayor rival que nosotros mismos.
Tres meses después de iniciar la terapia de reemplazo hormonal, en medio de lo que describió como una «calamidad abrumadora», Schoenbrun comenzó a escribir el guión de ‘I Saw the TV Glow’. El dolor sería su herramienta. «No pueden hacerte daño si no piensas en ello», se dice a sí mismo un protagonista desinteresado en la realidad más inmediata. Lo que todavía no sabe es que reprimir esas emociones no las hará desaparecer. Al negarse, su asma y su ansiedad no hará sino asfixiarle, engullirle desde dentro.
Una de las escenas más poderosas de la película, de las muchas que alberga, dibuja un retablo cotidiano de Owen reposando su cabeza sobre las piernas de la madre, amorosa madona, mientras el padre —interpretado por Fred Durst, exactamente el mismo cantante de Limp Bizkit y embajador de cierta masculinidad canon— es visto desde atrás, escorado, un perfil pétreo e inexpugnable, como una estatua abisal que juzga sin necesidad de mirar. Owen pregunta si a la noche, ya que es algo mayor, podrá quedarse hasta las 22:30 para ver ‘The Pink Opaque’. La respuesta está cargada de tensión y la madre no tarda en responder que no, que es demasiado tarde para él, que a las 22:15 ha de estar acostado, dándonos a entender que esa idiota inflexibilidad modelará una personalidad muda; un hogar sobreprotector que nunca escucha sus súplicas.
Más aún, mientras el padre ridiculiza su programa favorito, tildándolo de serie «para chicas», Owen salvaguarda un poderoso vínculo con la madre. Tras un salto temporal de dos años —habrá muchos, ejemplificando lo rapidísimo que perdemos una vida si decidimos no vivirla—, la madre pregunta que cómo se siente ante el hecho de saber que ella padece cáncer. Una única frase resume meses de duelo, un ejercicio de síntesis sustractiva definitoria: todo le pasa por encima. Ese apego dependiente finalmente quedará huérfano cuando su padre sea la única figura superviviente en una casa que le aplasta. Alguien sin vida social que vuelca sus noches frente a tele, desde el otro lado. La incomunicación se enquista y los cristales de azúcar chasquean como una fuerza eléctrica ante el calor de la saliva de Owen. Una saliva que después estará empapada de jugo lunar, un piélago azul que termina por ahogarlo.
Cuando Maddy, repudiada del pueblo porque ama a una chavala pija, pregunta a Owen qué le gusta, si chicas o chicos, él responde con tono monocorde: «creo que me gustan los programas de TV». Y no tarda en ahondar: «Cuando pienso en eso, siento como si alguien hubiera cogido una pala y sacado todo lo que tengo dentro. Sé que no hay nada ahí, pero todavía estoy demasiado nervioso para abrirme y comprobarlo. Sé que hay algo mal en mí». Owen repetirá esto a lo largo de la película, hasta ejecutarlo por fin, a modo de metáfora, para constatar que el brillo siempre estuvo ahí, dentro de sí. Como un drogodependiente, intentara sanar a ese mí malherido retornando a ‘The Pink Opaque’ de una manera más sexual, pero no servirá de nada: corremos el peligro de quedarnos atrapados en la nostalgia y no aprender de ella.
Pasan los años y nadie escucha ese grito de auxilio, aquel que él mismo ha enmudecido. En otra escena, tras una vida de soledad, sin haberse concedido jamás un apego seguro, llorará arrastrándose por el suelo, clamando por su madre muerta con un exhausto «¡mamá!». Silencio. Apenas unos minutos después, Owen vuelve a ponerse el uniforme y camina lento por un Fun Center lleno de retórica mortecina, disculpándose tácita y obsesivamente, ante padres y madres que celebran los decimonónicos cumpleaños de sus hijos. Porque nada queda que le sirva para entenderse. Poco antes, un plano secuencia clavado al de la ‘Elephant’ de Gus Van Sant se resignifica aquí con intención mordaz: la vida es lo que hacemos y dejamos de hacer con ella; el tiempo que se nos escapa nos mata.
Si bien muchos momentos trasladan vivamente la batalla ante la dismorfia corporal, uno especialmente duro se me ha enquistado en el cerebro: cuando Maddy paga 50 dólares a un chaval para que la entierre viva, con el fin de desprenderse de esa versión de elle que no quiere ser. Podríamos creer que accidentalmente la mata o que la salva en un sentido budista, ayudándola a transicionar al plano de ‘The Pink Opaque’. Hermosa y devastadora, ‘I Saw The Glow’ subexpone a todas esas personas trans que nunca contaron con las muletas emocionales para terminar de hallar su identidad, que la vivieron como un envenenamiento lento. Conozco demasiados ejemplos donde la segunda parte ha estado a punto de hacerse realidad. «¿Y si ella tenía razón? ¿Y si yo fuera otra persona? ¿Alguien bello y poderoso, enterrado vivo y asfixiado al otro lado de una pantalla de televisión?», se cuestiona Owen, para un instante después reprimir e ignorar.
Crecí en los 80 rodeado de raros contrastes, con un padre que insultaba a Bibi Ándersen cada vez que salía por la tele —nombre artístico deudor de Bibi Andersson, actriz protagonista en 'Persona', la obra de Bergman más simbólica acerca de la personalidad y la identidad—. Pero también crecí rodeado de sus amistades: Nico, el pintor gay que me escribía poemas, o Luna, una periodista lesbiana que me procuró la mejor infancia posible cuando la violencia doméstica no la ahuyentaba. Crecí con Almodóvar y el cine quinqui mientras se me recordaba que aquello era cosa de putas y maricones. Estaba prohibido llorar —aún hoy sigo sin poder llorar— aunque tenía ganas de llorar a todas horas. No soy trans, soy un padre de tres hijas y un hijo que todavía están definiendo sus identidades y sexualidades. Sin embargo, me siento sinceramente agradecido y afortunado por conocer la obra de Shelby Logan Warne y Jane Flannery Schoenbrun. No soy capaz de imaginar, ni remotamente, la cantidad de dolor que habrán sentido. Por eso quiero dar las gracias, por haber creado arte con ello. Porque, a través de él, yo también aprendo a ser, a definirme.
Parte 3. Lluvia
-Lo que sigue ahora es un epílogo, una adenda. Si decides seguir con la lectura, aceptas su validez.-
Un plato cocinado en dos horas se puede devorar en dos minutos. Una canción, escrita y grabada durante días, acaso será escuchada en tres minutos; si no la saltas antes. Un edificio erigido tras meses de arduo trabajo se puede demoler en segundos. Este texto, fruto de varias horas redactando, podrás leerlo en once minutos, aproximadamente. ¿Compensa estar al otro lado del consumo, estar del lado del emisor? ¿Muere una vez cierra su círculo, completa algún tipo de función?
Pienso mucho en esto, en qué es el acto creativo y por qué merecería la pena. Y siempre me respondo «porque habla de ti». Lo que me lleva a la siguiente pregunta: ¿qué es la identidad? No hablo del yo, esa trampa del lenguaje para dar cierta corporeidad al sujeto sobre el objeto, ese agente causal de nuestra conducta, la consciencia. ¿Son aquellos rasgos que nos caracterizan frente al resto? ¿O es aquello que sentimos individualmente lo que nos pertenece? Entonces, ¿puedo crear sin crear?
Miro alrededor de este hogar donde se acumulan, duplicados como una realidad glitcheada, los dos o tres primeros tomos de una colección que nunca hallará a sus hermanos; ajuar de contenedor. Observo este león ensimismado con su cola, que ruge-bosteza esperando la luz vespertina, inconsciente del hambre de las estrellas. El niño con palas y puzles ahora juega a Brawl Stars. La abuela del ganchillo ahora comparte un viral del Sagrado Corazón que reza: «envíalo a diez contactos para garantizar la fortuna en tu familia». Me tranquilizo. Tengo el Notas lleno de frases así de idiotas. «La nostalgia es un superpoder», ¿qué pensaba cuando escribí esto?
Por pensar, pienso siempre en planos supercortos, plano detalle: manos venosas, madera veteada, espuma de café, manchas en un mantel. Toda esta verdad se desenfoca en cuanto tropieza con la realidad. No me importa, todavía la sigo necesitando. Y vuelvo sobre la identidad: «pues eso, un espejo, Narciso». No del todo: no me gusto en ninguna foto y demasiadas veces pienso que mi cara hará creer que oculto cosas. Pero son cicatrices, son los pliegues, es el tiempo arrugándoseme, y el dolor no debería malinterpretarse.
El otro día salí al patio y comenzó a llover. Una tormenta improvisada, una tormenta que antes no existía. Ahora ya sí, al convivir con ella. Lo que no vives no sucede, no existe en tu memoria. Pude oler la lluvia, empaparme unos segundos de su impertinencia, y entonces lo supe: cuántas lluvias me he perdido. Teletrabajar me brinda la libertad de vivir encerrado y elegir cómo no vivir; teletrabajar me permite ser un pájaro esquife con anteojos, mirando hacia adentro.
Y dentro ya no queda mucho, una voz que va muriendo. Donde antes acumulaba ideas, frases soltadas y sueltas, ahora tengo apuntes de gastos, facturas atadas, deudas y cobros atrasados. El dinero ha envenenado las ideas, ha envejecido la mirada. Es este mismo pensamiento el que me llevó a crear ‘Apéndice’: lo que no creas no existe. Si una sensación, una idea, una creatividad fugaz expira entre tus recuerdos, se evapora, deja de ser parte de algo para ser nada. Y nunca vuelve. Hoy mucha gente escribe, crea contenido y produce material continente, ensucia de brea costas ajenas para, a su vez, moverse con libertad. Porque saben que ese es el único camino para existir en el mundo, el de sacudirse salpicando al vecino. El de danzar pisando los pies del otro.
Lo que me lleva al comienzo: no somos una estatua, somos un telar. Y todo lo importante está preñado de su opuesto. Construiré edificios donde vivan otros, cocinaré viandas que disfrutaremos todos, elaboraré razonamientos que solo serán verdad una vez compartidos. Y si soy parte de ti, tú serás parte de mí. Tantos años en silencio no puede ser bueno. Por suerte, ya no soy la misma persona. Lloverá, y sabremos que llueve.
Sección dedicada a cosas que no deberían inflamar (ni inflamarse). Lo que nadie lee, salvo por accidente. Lo que cuelga de una certeza. Zona de interés, buhardilla sin anatomía. Lo que suena cuando se para la música. El appendix de ProggerXXI.
Chapeau. He sacado nuevas conclusiones a la bizarra película de A24, me he guardado las redes prog que nunca había escuchado antes, y sobre todo, me quedo con la reflexión creativa y la inacción, que a ver si resuelve mi bloqueo. Gracias por tu texto.
¡¡Qué interesantes son tus reflexiones!!