Lo verdaderamente abrumador no es pensar en la cantidad de música que está a nuestro alcance y cómo empleándote a fondo y dedicándole mucho (mucho) tiempo de tu vida apenas llegarás a rascar la superficie de los estilos concretos en los que hayas decidido centrar tu atención. Lo abrumador de verdad es pensar en toda la música que ni siquiera tendrás la opción de escuchar porque jamás llegará a los canales (plataformas, webs, tiendas, amigos) por los que te llega habitualmente el material que consumes, que seguramente estarán más que sesgados en cuanto a estilos, a países, a lenguas. Y por eso cuando te encuentras algo alejado de esos canales habituales y que además consigue llegarte, el descubrimiento (qué palabra tan ridícula) alcanza la categoría de milagro, al menos de milagro dentro de tus coordenadas.
Hace ahora un año fallecía en Jerusalén a punto de cumplir 100 años Emahoy Tsegué-Maryam Guèbrou, compositora y pianista etíope, conocida simplemente como Emahoy, su título honorífico religioso (era monja cristiana ortodoxa, la confesión mayoritaria en Etiopía). Hace unas semanas que he llegado a ella y a su música y no me preguntéis por qué, pero todavía no he podido salir, en otro de esos regalos que te hace esto de la música de vez en cuando.
Como suele ocurrir en estos casos, hay una explicación para que alguien como yo esté hablando, y alguien como tú esté leyendo, sobre una monja etíope que nació cuando Mussolini seguramente no sabía ni colocar Abisinia en un mapa, ni mucho menos había pensado en invadirla. De hecho, hay concretamente tres explicaciones: 1) Su familia tenía dinero; 2) Consecuencia de lo anterior, consiguió salir de su país y hablar idiomas, y 3) Personas importantes del mundo occidental la colocaron en el radar (en un radar, aunque fuera minoritario) y de ahí hasta hoy.
Emahoy era de buena familia y tuvo una educación musical al alcance de pocos en la Etiopía de principios del siglo XX: un internado en Suiza o sus estudios de música clásica en El Cairo ayudan a explicar que sus composiciones vayan de la música tradicional de su país a Debussy pasando por Duke Ellington, del ragtime al gospel al coro de iglesia. Pero es también un personaje esquivo e interesante que refleja bien el documental The Honky Tonk Nun de la BBC Radio 4 a través de varios momentos que explican una vida: su exilio a un campo de prisioneros en una isla cerca de Cerdeña durante la ocupación italiana, su retorno para convertirse en la primera mujer con cargo en el Ministerio de Exteriores, su retiro a un monasterio sin agua corriente ni electricidad donde estuvo “diez años sin música ni zapatos”, una beca en Londres que se frustra por motivos no explicados, un viaje a Alemania donde realiza sus primeras grabaciones o su huida tras la llegada de la dictadura comunista a Jerusalén, donde viviría hasta el final de su vida, de nuevo en un monasterio pero esta vez con más contacto con el mundo exterior, lo cual permitió que algunas grabaciones lograran resistir hasta ahora.