Jitazos inmortales S05E09: 'Reina de farolas', de Ramper
Tocan a Phil Elverum en tu pueblo andaluz
No quiero iniciar aquí el enésimo debate pereza sobre el rechazo a la bandera española, un símbolo pensado para la representatividad amplia que, por apropiación irresponsable, termina causando la repulsa de determinados sectores (la izquierda, pequeños nacionalismos contrapuestos al gran nacionalismo español). La bandera en sí misma no daña, es un trapo en realidad, pero cuando ves continuamente a gente perniciosa emplearla de manera furibunda terminas sintiendo entendibles ganas de distanciarte, especialmente cuando se consigue reducir la identidad nacional hasta lugares comunes vaciados de significado.
Nuestros símbolos puede ser otros, e incluso deberían serlo, para que puedan significar algo. “Los de siempre” defienden el toro como animal nacional para justificar la tauromaquia, pero la tierra hispánica recibió su nombre por los conejos. Se exporta otra imagen porque, digámoslo, es más vendible. Igual que es más vendible el flamenco vivaz y alegre como sonido andaluz que la marcha fúnebre a la que se aproximan las tradiciones cófrades, las marchas procesionales.
Estas músicas constituyen un folklore que establece un mejor sentido de comunidad, un tejido conectivo más claro, aunque parezca menos exportable. El flamenco, música convertida en símbolo nacional hasta casi desligarla de su conexión con la etnia gitana, ha formado una dicotomía reciente entre músicos que la exportan desde la “experimentación pop” y gente que lo aprovecha para forjar vanguardias. Pero hay mucha, pero mucha más música folklórica que puede servir para explorar nuevos caminos, para trazar puentes con otros géneros.