Hoy hablamos de cine soviético, y ya pedimos perdón porque sabemos que muchos vais a desconectar de inmediato por motivos más que válidos -bien porque suena aburrido o porque lo hayáis intentado y os habéis aburrido- o porque ponerse a hablar de cine de este tipo suele caer en tópicos pomposos. No voy a intentar reprogramaros, pero en Hipersónica siempre hemos creído en compartir cosas que nos gustan y nos entusiasman, aunque no caigan en una concepción tradicional de lo "divertido". Y si lo hemos conseguido con grupos de jazz polaco, bien podemos intentarlo con una cineasta de Artemovsk.
Por supuesto, hay una puerta de entrada bastante clara y celebrada, como esa ola de grandes cineastas soviéticos que revolucionaron el medio en su escena local durante los sesenta y los setenta. Tres nombres trascendieron de sobremanera en aquel boom cinematográfico: Andrei Tarkovsky, Elem Klímov y Larisa Shepitko. Esta última es la que ha ocupado nuestra atención para este artículo, ya que su historia puede ser la más trágica -y recordemos que Tarkovsky murió de un cáncer que desarrolló tras rodar en centrales eléctricas abandonas llenas de toxicidad atmosférica-, y sus películas las que más discretamente han pasado en relación a sus compañeros.
Hoy queremos poner el foco en dos de ellas, las más aplaudidas y brillantes, que también nos van a servir de eje para hablar del resto de su filmografía. Casi todas, en mayor o menor medida, cuentan con virtudes interesantes que las hacen recomendables, pero tanto Alas como La ascensión representan sus mayores cotas como artista. Son muestra de un singular punto de vista, con transgresiones justas en lo que es el medio audiovisual pero de innegable transcendencia por su perspectiva empática. Una empatía llevaba al extremo siendo uno de los primeros casos de "directora de método", sometiéndose a sí misma a las mismas duras condiciones a las que tenía que llevar a sus actores -y que casi le cuestan la vida, con varias visitas al hospital por neumonía por llevar poco abrigo en plena ventisca o sufriendo hepatitis en su primera película-. Su lema era claro: "Hay que abordar cada película como si fuera la última", heredado de su gran inspiración y mentor Aleksandr Dovzhenko.
Aislamiento, insatisfacción
Shepitko empezó su carrera cuando todavía era norma la doctrina del realismo socialista, que empleaba el cine como vehículo para mostrar los ejemplarizantes valores de la revolución comunista. En ese momento, existía una clara tensión entre el Estado queriendo imponer relatos afables sobre lo colectivo y los cineastas buscando relatar historias personales y parcialmente críticas. Hacia esto último trata de dirigirse Alas, donde encontramos la historia de una piloto veterana en tiempos posteriores a la Segunda Guerra Mundial, teniendo que amoldarse a una realidad más modesta y cotidiana como directora de una escuela de aviación.
A pesar del reconocimiento como celebridad por parte de la comunidad local, a la piloto interpretada por Maya Bulgakova encuentra dificultades para conectar con estos tiempos de paz, con la gente que le rodea y también atrapada por ese pasado en la Guerra. Shepitko se crió en un hogar sin padre, un militar persa, que se divorció de su madre y abandonó a la familia sin mirar atrás. Ese abandono ha marcado su interés en contar historias sobre la soledad y el aislamiento, muy presentes en esta película, que cuenta de manera exquisita a través de puesta en escena intimista, interiores claustrofóbicos, primeros planos escogidos de manera meditada y con un estupendo uso de esa imagen en formato académico (1:33:1) que enfatiza todo adecuadamente.