Las 30 mejores bandas sonoras en videojuegos publicados de 2010 a 2019
No dice década porque su autor es especial
Dicen por ahí que vivimos una especie de Golden Age, que las músicas de videojuegos cuentan con una serie de representantes únicos y, entren todos, han nutrido y confeccionado ese estatus renovado. Aún cuando el trasvase entre disciplinas es más frecuente que nunca. Hay vida más allá del chiptune y de Nobuo Uematsu, vaya que sí. Vas a poder constatarlo en un viaje de apenas nueve años cuyas resonancias aún vibran.
Dos meses me ha costado recopilar, repensar, reescuchar y refinar este listado. Uno que atiende a varios requisitos claves. El primero, estar conformado por obras originales, siguiendo el criterio de los Oscars o Emmy: música incidental compuesta y grabada ex profeso para la obra que referencia. Si esto fueran playlists de canciones molonas, cualquier ‘GTA’ o ‘Driver: San Francisco’ iría ganando de calle.
Y segundo: que no sirvan como mero ambiente sin un verdadero apetito por ser algo más que un mero ambiente. ¿Me explico? Si vas a grabar lift music escribe lift music para el recuerdo. Apelando a unos mínimos de equidad y mi (no) humilde criterio, estas son las 30 mejores bandas sonoras de la década. ¿2020 será el año de ‘Cyberpunk’? Ni idea. Aquí tienes treinta referencias, confórmate. Y cómpratelas. O te paso mis ripeos en flac, si quieres.
Bioshock 2: Sounds From The Lighthouse (2010)
Febrero de 2010. Es Garry Schyman, ya está. A la mierda los otros dos ‘Bioshocks’, hinchados de gloria excedida. Incluso sus otros trabajos —aquel mismo año firmaría la OST de ‘Dante’s Inferno’ y, años después, refinaría su estilo mahleriano con ‘Sombras de Mordor’ y ‘Sombras de Guerra’— no pueden hacer sombra a esta ignorada cumbre del Bernard Herrmann videojuerguero.
A la mierda todo lo que no sea Schyman haciendo llorar a los violines mientras cosechamos, o restacamos, a un puñado de Little Sisters de ojos inyectados en sangre. El vinilo completamente desgastado de mi edición coleccionista habla por sí solo.
NieR Gestalt & Replicant (2010)
Cinco nombres, por orden de prioridad: Keiichi Okabe, Keigo Hoashi, Kuniyuki Takahashi, Kakeru Ishihama y Ryuichi Takada. MONACA para los amigos. Un estudio formado con empleados de Cavia y responsables de una banda sonora transmutada en musical, en obra de teatro, carne de covers, de reediciones a piano y flautín.
A la cantante y letrista Emi Evans le encargaron escribir en un idioma futurista, la neolengua para los supervivientes de un mundo en ruinas tras miles de años a la deriva. Una mezcla de gaélico, portugués, español, italiano, francés, inglés y japonés. He aquí su gran mérito: emular esas mismas sensaciones y bambolear entre acústicas mediterráneas, recalar en acordeones propios de la chanson francesa y retornar, al fin, al j-pop superventas de los 80. Una melange de músicos enamorados de la música.
Red Dead Redemption (2010)
Si Bill Elm y Woody Jackson son capaces, con potestad inesperada, de emular los días de gloria de un Morricone haciendo de las suyas con el spaguetti y chorizo western, imagínate cruzar la frontera de México al galope mientras un sorpresivo script dispara los primeros arpegios del ‘Far Away’ de José González. O clausurar el asedio de balas con el ‘Compass’ de Jamie Lidell y ‘Deadman’s Gun’.
Historia del videojuego, de la música y de mis ojos arrugados de rascarme porque se me ha metido una cosa en el ojo.
Mafia II (2010)
Matúš Široký comenzó a componer con apenas 7 años y Adam Kuruc es un recurrente escritor musical para cine, radio y televisión. Ambos delinean lo que la FILMharmonic Orchestra ejecuta con esa sutileza única en mejores agrupaciones sinfónicas de la República Checa.
Si la radio soundtrack es un desbarrase por sí sola, pletórica de hitos epifánicos de los años 50, la partitura original del juego eleva una narración insulsa, torpona, a las alturas de ‘Érase una vez en América’. Arranca tu Shubert Beverly en blanco nuclear y disfruta de una América que se evaporó como el espejismo que intentaba construir.
LA Noire (2011)
Es de sobra conocido el turbulento proceso creativo que vivió el gran mirlo blanco aspirando a unificar vídeo y juegos. Brendan McNamara, capo de Team Bondi, hizo y deshizo a su antojo mientras el estudio se hundía en la mierda financiera.
Al menos nunca murió nonato. A cambio tenemos la mejor slapstick de la década y una magnífica banda sonora, de leitmotiv sencillo, un ambiente de jazz suave al final de la noche, noire grabado en los omnipresentes Abbey Road por uno de los arreglistas más ignorados del pop. Sin bromas: al inglés Simon Hale le debemos algunos ninoninos escondidos entre los temas clave de Supergrass, Madness, Jamiroquai, y los 8 Tomy de Spring Awakening. Esta OST se llevó el BAFTA y nadie levantó la ceja. Por algo será.
Alice: Madness Returns (2011)
Entre Jason Tai a la escritura desbordada (grabó más de 110 piezas), Marshall Crutcher a la mesura y aquel querido baterista de NIN y Marilyn Manson, Chris Vrenna, a la partitura oficial, el juego de American McGee puede presumir de ser lo que Oingo Boingo no logró por exceso de éxito: ser oscura sin ser ridícula. Un empujón hasta el fondo de la madriguera del conejo. Perversa, insana y circular.
Deus Ex: Human Revolution (2011)
Michael McCann hace de la electrónica un asunto discreto y melancólico. Y funciona de maravilla. Su Ícaro cayendo no gime al fulgor de la cera derritiéndose. Más cerca de UNKLE, del Massive Attack post-Mezzanine, que de un Aphex Twin desatado.
Un hito de la electroacústica que sirve, además, para descubrirnos a su colaborador estrella en la secuela: el ignoradísimo Edward Harrison, uno de los pocos supervivientes del breakbeat más sinfónico junto a Amon Tobin o Skalpel. Apúntatelo, Ferraia.
Ni No Kuni: La Ira de la Bruja Blanca (2011)
No todos los días Joe Hisaishi acepta un encargo y decide parar lo que está haciendo para dedicar sus esfuerzos durante dos años a perpetrar la sonoridad entera de un nuevo universo.
Durante el verano de 2012 pasé más de 100 horas escuchando melodías que cualquiera identificaría con el estudio Ghibli, con reinos sobre las nubes, bajo la corteza terrestre o en algún pueblucho rural. Fanfarria soriana. ‘Ni No Kuni’ es el J-RPG que nadie esperaba, el retorno a los ‘Grandia’, ‘Terranigma’ o ‘Lufia’ que coronaron miles de infancias. Y esos acordes, la impresión más fidedigna que puedo encontrar de un tiempo de puericia y ociosidad estival.
FEZ (2012)
Disasterpeace es aventurero, majestuoso, glitch, aterrador, nocturno, leyenda, progresivo, continuo, hogareño, reflexivo, amoroso al fin. Nunca en mi vida sentí una vínculo tan preciso entre el juego y su música. Una conexión indisoluble que Richard Vreeland, o Disasterpeace, fue capaz de explotar de nuevo en ese detrito adolescente que es ‘It Follows’. No puedes encestar dos triples seguidos sin saber jugar.
Hotline Miami (2012)
Paremos un poco: apenas han pasado dos años desde que empezamos y ya estoy mareado. ‘Hotline Miami’ reabrió heridas y debates viejos. Pero parecían nuevos. La madre del cordero recién sacrificada, el despacho oval empapado en rojo, la cúpula capitolina de una new synthwave que aún hoy se erige como nuevos padres fundadores.
Artistas como Scattle, Perturbator, El Huervo o M.O.O.N. encontraron aquí voz y aparato para explorar esa escena de outruns con onda cuadrada. Lo que vendría después, exploitation y fenómeno fan, asfixiarían al género en su propia máscara. Pero que nadie dispare al mensajero. Ni al profeta.
Minecraft (2013)
Sus haters dicen de ella que es una cosa blanca, anodina, amateur. Una banda sonora tan ambiental, tan apocada, que casi no existe.
Y así es, exactamente así: amateur porque Daniel Rosenfeld —C418 para los amigos— la grabó con 22 añitos, en ratitos mientras coqueteaba con los plugins del Ableton Live. Y blanca, aunque persistente, porque conecta frontalmente con el ‘Music for Airports’ de Brian Eno, la puta biblia del muzak. Existe para musicalizar ese gargantuesco resort pixelado que son las tierras de Minecraft. La infancia de toda una generación.
Kentucky Route Zero (2013)
Entre 2013 y 2016, mediante cuatro actos bien definidos, Ben Babbitt fue capaz de replicar la épica invisible de Angelo Badalamenti en el que aún hoy se considera uno de los mejores juegos de este cuarto de siglo.
Babbitt dejó la escuela con 17 años y se lanzó a construir. Y este es su templo. Más allá de las resonancias obvias, este amiguete de Angel Olsen se embadurna de sintes fantasmales, texturas oníricas, alguna que otra guitarra y un solo de theremin. A falta de un conclusivo acto V, aún me cuesta salir de aquel cruce en la ruta cero. Una Xanadú en mitad de la nada.
Remember Me (2013)
Llegamos a una de mis birrias favoritas. Olivier Deriviere, compositor de cabecera en estudios como Spiders y Dontnod, lleva un año para tatuarse con dos trabajos impecables: ‘A Plague Tale: Innocence’ y ‘GreedFall’. Y antes estudió en Berklee gracias a un enchufe de su hermana, pasó por Ubisoft y grabó para un puñado de orquestas holandesas.
La OST de ‘Remember Me’ crece y languidece al ritmo de los combos, posee un tempo indefinido pero un ritmo claro. En cierta forma recuerda a la efervescencia armónica de Cristobal Tapia de Veer en ‘Utopia’. Y demuestra que la composición para juegos aún puede y debe evolucionar en términos de narrativa musical.
Destiny (2014)
El demiurgo. No iba a estar aquí, pero está. Este era un puesto reservado a ‘Transistor’, es solo que los hummed me sacan de quicio. Y Martin O’Donnell, despedido por la junta directiva de Bungie because reasons, bien merece el tributo. A O’Donell lo fulminaron pero Michael Salvatori siguió dentro. Una escisión en la amistad —tras 15 años juntos— que se llevaría grandes ideas. Junto al tercero en discordia, C Paul Johnson, son los responsables de las icónicas ambientaciones de la saga ‘Halo’.
Ese eco y regusto por lo clásico se mantiene, la sonoridad del viento metal a lo Richard Strauss, a Gustav Holst, propia de peplums o género épico. Una bendición que vino a denominarse ‘Música de las Esferas’. Pete Parsons fichó A O’Donnell y el resto es historia: 106 músicos y coro de primera línea grabando en los Abbey Road Studios de Londres, la momia de Paul Mccartney componiendo el single y un chorro de dólares corriendo como un río desbordado. Quién pudiera.
Bloodborne (2015)
Un acto de vesanía, de frenesí pulposo que va derritiéndose y escurriendo por la superficie de alguna ciudad muerta. Aquí tienes los nombres propios, por si te apetece hurgar en Google: Tsukasa Saitoh, Yuka Kitamura, Nobuyoshi Suzuki, Ryan Amon (‘Elysium’), Cris Velasco (‘God of War III’) y Michael Wandmacher (‘The Punisher’) internos e interinos de From Software, escribiendo partituras para algo que los demás no podemos ver, acaso percibir.
En fin, un banquete de cuerdas desatadas y coros lastimeros —en latín, por supuesto— con las que descender hasta las profundidades pthumerias. El mejor acompañamiento para la hora del brunch.
The Witcher III: Wild Hunt (2015)
Con ese arranque de Marcin Przybylowicz y Mikolai Stroinski en colaboración con Percival, expertos en música medieval temprana, ya te haces una idea. De Novigrad hasta las islas, de Skellige hasta Toussaint, todos los Reinos del Norte son balnearios para un Geralt de Rivia hasta arriba de cicatrices y recuerdos.
No se me ocurren muchos compositores actuales capaces de traducir este heterogéneo folklore —Ludwig Göransson, tal vez— y, además, aportar unos mínimos de cohesión y sentido de unidad. Aquí ese timbre lo componen las voces desgarradas de batallas perdidas, el ímpetu tribal en pleno feudalismo. Dos horas, 56 piezas, dan para mucho.
The Last of Us (2015)
Creo que Gustavo Santaolalla ha hecho sobrados méritos para estar aquí. Con los Oscars sobre la encimera y el éxito comercial buyendo en sus cartillas de Caja Rural, el argentino nunca abordó este encargo como una ambientación más.
A la manera de otro rockero como Akira Yamaoka, volcó dos años de su vida y su método, combinación frecuente de post rock y resonancias propias del charango —estilo e instrumento—, son ya una melodía indisoluble, en rigurosa pentatónica, de un hito cultural. Y temas como la dupla ‘The Path (A New Beginning)’ y ‘The Path (Vacant) o ‘Vanishing Grace’ son ya historia del videojuego.
Everybody’s Gone to the Rapture (2015)
Quienes viajan poco asumen que las islas británicas se resumen entre un Londres hasta los topes cockneys estirados, taxis negros y cabinas de teléfono rojas y, al otro lado, un montón de pueblos paletos donde sacrifican vírgenes. Esto es cien por cien verídico. Aunque existe todo un país entre medias. En ese espacio, ‘Everybody’s Gone to the Rapture’ se toma la libertad de dibujar una Inglaterra que nunca existió, una especie de campiña retrofuturista que oscila entre lo pastoral y el imposible tecnológico de ‘Fallout’.
¿Cómo musicalizarlo? Jessica Curry, cofundadora del estudio The Chinese Room (‘Dear Esther’, ‘Amnesia’) fue premiada con tres BAFTA por este trabajo: “Audio Achievement”, “Music” y “Performer (actor de voz)”. Ella misma canta e interpreta y el diseñador de audio Adam Hay hace el resto. Cada barrio posee una coloratura, una textura anímica particular. Un progreso emocional que bien vale cada galardón.
Undertale (2015)
Toby Fox hace con ‘Mother’ de su capa un sayo, o una casaca bajo la que esconder puñales. Y la fanbase hace el resto. ‘Undertale’ vendió hasta morir y, desde entonces, podemos encontrar análisis más o menos académicos sobre este trabajo. Cualquier cosa que intente aportar está de más ante una pequeña odisea que mucho más disfrutable cuando te enfrentas a su singularidad desnudo de contexto.
Assassin’s Creed Syndicate (2015)
¿Cerramos el año y todavía no has visto ‘Journey’? ¿Qué mierda de listado es este? Bueno, si hay una cuota que cumplir, esta lleva nombre propio: Austin Wintory. Pero Wintory es como la Mística de los X-Men, un animal mimético que adopta forma según la horma. El pianista de ragtime en Monaco, el salsero de Sunset o el puntillista de crescendos infinitos en Journey, claro. Y a mí los crescendos infinitos me dan dentera.
De entre todos sus trabajos, ninguno me afectó como la banda sonora del ‘Assassin’s Creed’ menos esperado de todos. Si lo compras, en su Bandcamp adjunta con el disco un documento donde especifica que este megalodón cayó en sus manos y le dejaron hacer a capricho.
Una oportunidad que aprovechó para dar lo mejor de sí, para entregarse en cuerpo y alma a esta torre victoriana empañada por la contaminación. Cadenzas románticas, violinistas en el tejado y tontunas de tabernero en un delicado equilibrio que ni el mismísimo Jesper Kyd hubiese podido imaginar.
Firewatch (2016)
Chris Remo es un tío majísimo que empezó de tester en ‘Psychonauts’. Desde entonces, guionizando mierdas al servicio de Tim Schafer o Steve Gaynor, alternó trabajos varios como editor, guionista, diseñador y compositor de baladas conchordianas.
La OST de ‘Firewatch’ es su magnum opus. El colofón de una carrera aún sin consolidar. Folk rock ambiental, inocente, que va calando esa chaqueta de guardabosques y se queda pegado a las meninges. Guitarras clean, rhodes con un poquito de distort, algún flanger, algún delay, poco más. Elementos mínimos para una historia de dualidad, culpa, terrores adultos, fantasías sexuales. Uno de los pocos juegos que juega con algo más que los pulgares.
No Man’s Sky: Music for an Infinite Universe (2016)
Procedimientos y algoritmia aparte, sobre esos 18 trillones de planetas siempre hay alguien exhalando vida. Y, en buena parte, se lo debemos a 65daysofstatic, capaces de hacer historia al componer algo más que música generativa para un juego que no pedía otra cosa.
¿Quién podría esperarlo de una banda post-rockera de postrimerías —al lado quizá de ‘Mogwai’, ‘Explosions in the Sky’ y dos pisos por debajo de ‘Stars of the Lid’—? Así bien, Music for an Infinite Universe se erigió de forma inmediata no solo como su mejor trabajo. También es un audaz ejercicio de síntesis arreglística, de gestión eficaz y mímesis en eso que podríamos denominar equilibrio melódico. Justo lo que podría pedirte el cuerpo viajando a la velocidad de la luz por un cosmos anónimo de cromatismo random.
Redout (2016)
Sientes que puedes y que vas a ir más rápido. A veces la música es el único instrumento psicoauditivo capaz de transmitir un extra de velocidad cuando la velocidad ya no puede ir a más. Los ‘Mario Kart’ lo llevan a cabo de forma muy rudimentaria, acelerando el tema. Otros, como ‘Crypt of the Necrodancer’ o ‘Patapon’, coquetean con nuestra precisión rítmica para hacernos tropezar. Hay mil ejemplos más: ‘Thumper’, ‘Beat Saber’ o el mítico ‘REZ’ ya desandaban lo andado.
‘Redout’ es una especie de cara oculta de ‘Wipeout’, no en vano comparte desarrolladores. Pero donde el segundo triunfa, portando la bandera de una identidad labrada entrega tras entrega, el primero, por su condición de nuevo cuño, apenas despunta. Su OST corre a cargo de un tal Aram Jean Shahbazians que acabó trabajando como diseñador de sonido en CD Projekt Red, con mano extra de Nils Iver Holtar.
Y es un melocotonazo. Como ‘Electronic Super Joy’ pero sin tanta rave, con algo de trance, de drum’n’bass zapatillero, de rutinas electrónicas y la vieja resonancia del metal industrial que copó toda una década de juegos afines. Y aún cabe en la batidora un poco de orquesta, de glaseado poco convencional, de extravagancia sci-fi.
Virginia (2016)
Virginia no es un gran juego. Es ordinario, el clima perturbador se rompe entre tanta elipsis y truco de escena. El experimento narrativo sale a medias —un indie producido en comité atiborrado de buenas ideas y presupuesto.
Pero su contrapartida musical, obra de Lyndon Holland, no se llevó un BAFTA por accidente: grabada en directo en el estudio Smecky con la Orquesta Filarmónica de Ciudad de Praga, el ritmo y la melodía viven y mueren al servicio de esa perspectiva subjetiva que somos nosotros, el jugador.
Everything (2017)
Spotify está repleta de playlist de tíos con moño y pianitos profundos. Menos mal que Hildur Gudnadottir se los devora a todos. Hablo de Max Richter, de Nils Frahm, Ólafur Arnalds e incluso del difunto Jóhann Jóhannsson. Puestos a pisar, mejor sobre el liso de una lápida. Al selecto séquito debemos sumar dos más: Ben Lukas Boysen y Sebastian Plano. Yo también los disfruto, claro, todos llevamos a un triste en nuestro interior.
Ben Lukas Boysen y Sebastian Plano son gente guay fichada por gente todavía más guay, David O’Reilly, hombre orquesta curtido como artista integral, de esos que tanto celebran citar —e ignorar— los comisarios culturales. ‘Everything’ es una catedral del dronescape, una Villa Borghese con la mejor selección de piezas para dar identidad a cada objeto anónimo de nuestra existencia.
Cuphead (2017)
Al iniciar el juego, un cuarteto te canta sobre los devenires de Cuphead y Mugman. Todo en ‘Cuphead’ es musical, casi 3 horas de jazz salvaje, ragtime de conjunto, una big band de 13 piezas, bailarines de claqué y algún que otro paripé de vocal band.
A la manera de Carl Stalling o Scott Bradley, Kristofer Maddigan entiende el formato y escribe una sucesión de temazos, con filigranas de saxofones fraseando a mil por hora. No te quedes con el ruido blanco del vinilo.
Celeste (2018)
Si Toby Fox merecía un puesto de plata en esta carrera, Lena Raine debe subir un escalón extra. El chiptune y los pianos etéreos iban de maravilla en solitario hasta que, voilá, alguien decidió amasar una mezcla.
De camino a la montaña celeste puedes toparte con arpegios depresivos típicos de ‘Hyper Light Drifter’ —compuestos por Disasterpeace, por cierto— o con acordes de timbres evocadores, más tranquilos. Y en ningún momento falta ni sobra una nota. Prodigioso.
Anno 1800 (2019)
Bajo la dirección de Tilman Sillescu, capitaneando y componiendo gran parte de la partitura, el equipo de Dynamedion —Alexander Röder, Matthias Wolf, Armin Haas, Jochen Flach y un jovencísimo Steffen Brinkmann— el estudio alemán Blue Byte puede presumir de contar con una de las mejores bandas sonoras que puedes escuchar en un 4x. Así, a pelo.
En su lectura de un nuevo mundo devorado como una tarta entre un puñado de potencias colonialistas, ‘Anno 1800’ desborda ideas y una noble capacidad de relatar escenas a través de sus guitarras soleás, sus violines picados y sus vientos señoriales. ¿Da más un wololó?
Far Cry 5 (2018)
Menú de carga, pulsa A para continuar y arrancan los arpegios de americana, de country rural y divino. Ahora que el mundo ha terminado una promesa reinicia viejas esperanzas.
Era fácil superar a Cliff Martinez en el anterior ‘Far Cry’ grabando a piñón fijo. Pero no lo era encontrar a la persona adecuada. En Ubisoft volvieron a tirar de chequera y, encantados por su trabajo en ‘Beasts of No Nation’, se trajeron a Dan Romer para hacer su magia. Romer lo entiende todo, lo asume, alimenta y regurgita.
El resultado es una epopeya de psicosis sostenida y ritmos alucinados flameando en un delicado equilibrio entre lo tribal y lo urbano. Frase pedante donde las haya. Que no falten. No se me ocurre otra cosa para intentar poner verbo a su lucidísima estrategia como lectura de un fin del mundo donde la esperanza ya no es última oportunidad.
Death Stranding (2019)
Kojima tiene la culpa. En serio, Ludvig Forssell se mudó de la fría Suecia a la tifónica Tokyo para trabajar en Konami Digital Entertainment. Y Kojima no tardó en advertir esta gema, se la metió en el bolsillo para su ‘Playable Teaser’ y en ‘Metal Gear Solid V: Ground Zeroes’ ya era jefe de división.
Cuando el gurú partió peras con su estudio, Forssell marchó detrás y empezó a trabajar en esta epopeya de mil rostros y dos piezas de hardware clave: un Prophet 12, y un Arturia Matrix Brute. Bajo esta babel tecnificada de teclas y botones edifica, contrariamente, una soundtrack que evoca al Hans Zimmer de principios de siglo. El único que puedo soportar.
Pero 2019 no cierra con el dichoso, cierra con ‘Ape Out’ y su free jazz accidental a hostia limpia o con el Astrologaster de Andrea Boccadoro —compuesto estrictamente por coros renacentistas venidos de la Inglaterra isabelina—. No nos podemos quejar.
Esto ha dado de sí nueve años. Denle a laik y suscríbanse. Y háganme el favor: mi selección amorosa de 30 piezas no está completa sin las tuyas. Ve al cajón de comentarios y aporta las que tú creas, tendrás más razón, en un 69,69%, y podremos aprender cosas nuevas, para la próxima vez que me dé por escribir cuatro mil palabras sobre musiquietas de jueguines.