1.Mordisquitos
"¿Cuántas veces piensas en el Imperio Romano?". A veces los memes nos descubren fascinantes relaciones culturales que se viven en silencio, incluso cuando parecen perpetuar falsa segregaciones de rol según el género. Sí, lo admito, pienso bastante en el Imperio Romano. Nunca me había parado a creer que hubiese algo más allá: la orientación humanista de mi formación, más el gusto por la Historia en general, y el impacto que la huella romana dejó en Europa (en todas las Europas) eran explicación suficiente.
Squid también piensan en el Imperio Romano. La canción que cierra O Monolith, brillantemente titulada "si hubieses visto los intentos del toro por nadar, te habrías quedado lejos", es la única en la que la letra está escrita por Anton Pearson y va, justamente, del momento en que Roma hizo acto de presencia en las costas de Inglaterra. Porque no vinieron solos: se trajeron, además del inception para cientos de hombres en el futuro, las ratas.
"Sabemos que la llegada de los romanos provocó la destrucción de algunas lenguas en distintos lugares, así que escribí una historia sobre ratas que borran diccionarios. Pero también me inspiré en el documental Rat Film, de Theo Anthony, sobre el envenenamiento de distintas poblaciones urbanas en Estados Unidos y cómo la pobreza se relaciona con la población de roedores", confesaba Pearson en una entrevista, valiosísima (y digna de que paguéis, paguemos, por que siga sucediendo), de The Quietus al grupo.
Roma llevó las ratas a Inglaterra, y Squid llevan las ratas, y los romanos, a su música. Y ahí, el grupo se tensiona como pocas veces en su segundo disco, quizás porque no puedes estar de otro modo cuando unas y otros aparecen en tu puerta. Pero hay algo más: hay un minuto y medio largo de recta final de la canción, y del disco, en la que los coros femeninos y masculinos del ensemble Shards son abrasivos, urgentes, apocalípticos. Teatrales como nunca en la música del grupo.
Quizás sí, las mismas ratas que estuvieron a punto de destruir distintas lenguas de la pre-Inglaterra que visitaron los romanos también hayan acabado con la lengua que hablaban estos Squid, como los Squid del inicio, los de 'Swing (On a Dream)', casi entierran a los de Bright Green Field.
Quizás O Monolith sea un disco en el que Squid acaban siendo dos cadáveres diferentes de Squid-el-grupo-que-conocimos. Acompañadme en la autopsia.
2.El columpio de Fragonard
No, no esperaba encontrarme a Sonic Youth cantando sobre estar inmersos en el columpio de Jean Honoré Fragonard, pero una de las cualidades por las que los discos de Squid me han atrapado (los dos largos, los EPs) es precisamente porque, como oyente, siempre me acabo encontrando en un lugar en el que no esperaba estar.
Tampoco lo esperaba Ollie Judge, pero ahí se vio él, en medio de uno de los cuadros más famosos del siglo XVIII francés. Uno de esos donde el engolamiento que los rococós franceses aplicaban sobre su pintura aún es soportable, con su chavala vestida de rosa flotando sobre un columpio a igual distancia de su marido y su amante.
Todo en esa pintura es tan delicado que empacha, especialmente el detalle de la zapatilla tipo ballet saliéndose del pie y volando hacia el amante que se quita el sombrero. Ríete tú de los trenes entrando en túneles del cine norteamericano.
“Rococo curves don’t leave me’. A veces como oyente lees demasiado, imaginas significados. Piensas que el ecosistema de un disco lo forman más pájaros de los que realmente escuchas. Lo último que me esperaba de un título como ‘Swing (Inside a Dream)’ es que fuese literal: que existiese ese sueño, que el columpio fuera el del cuadro, que Squid, a los que tantas vueltas se les pueden dar, fuesen en este caso bastante claros.
También en su apertura de disco: ‘Swing (On a Dream)’ comienza transformando la parte más física del debut en algo mucho más intangible, digital. Es precisamente eso lo que les acercará, a oídos de los oyentes, a los discos de Radiohead donde menos abstractos se ponían los de Oxford. La explosión final de ‘Swing’, no obstante, devuelve a Squid a los mejores valores de ellos mismos en el debut. En teoría, la rampa de lanzamiento está lista, pero ellos preferirán tomar un requiebro, porque antes hay que dar una vuelta por las cuevas de los akelarres.
3. Ellos estaban equivocados, así que nos ahogamos
Mirad, vivo en Logroño, una ciudad que ha hecho del vino su única razón de ser: todo gira en torno a él, cada pequeño paso en el calendario tiene una muesca para recordarte que algo está relacionado con esa bebida, o con su elaboración. Esto va a provocar estampas curiosas en una sociedad que, según apuntan ciertas maneras, apostará en este siglo XXI por recorrer la senda de lo abstemio, de señalar las (obvias) características perjudiciales del alcohol.
Pero aquí el alcohol es cultura, porque no había otra cosa: sostenía la economía familiar de la mayoría de la sociedad, y el resto de manifestaciones sociales se sometían a él. Un alcohol aparentemente liviano (“solo quince grados”, “una copa de vino al día es Salud”) que, puesto que actúa de titiritero toda nuestra vida, al final de ella nos va dejando marcas. “Tiene el mapa de La Rioja estampado en la nariz” es más que una frase hecha aquí: es casi una característica de genética geográfica.
Cuando Logroño ha ido a buscar otras tradiciones que lo apuntalen, se ha encontrado cosas que quizás no eran lo más celebrable pero que, qué coño, ya puestos y si es lo único que hay, pues las haremos fiesta. Por eso, cada noviembre se conmemora que la ciudad fue sede del Auto de Fe más grande realizado jamás. En 1610, el Proceso de Logroño se convirtió en el mayor acto propagandístico de la Inquisición, pero también en el último: del mismo modo que sirvió para exterminar a quienes realizaban akelarres en Zurragamurdi (en realidad, en su mayoría mujeres que vivían al margen de las normas morales “buenas” de aquella época; eran autónomas y libres per se), lo “estricto” de sus resoluciones (Alonso Salazar y Frías, uno de los inquisidores, cuestionó tanto algunas de las sentencias que hubo que revertirlas) impidió que la caza de brujas continuase por toda España. En la misma cúspide, la trampa de su progresiva destrucción.
Uno de los objetivos de Squid con su segundo disco era crear “una evocación musical del entorno, el folklore inventado y lo doméstico”. Por eso es relevante que, en segunda canción, que debía haber sido otra si miras cómo avanzan habitualmente los discos, echen una pesada ancla al suelo con ‘Devil’s Den’, en la que casi parecen Liars.
Es interesante esta relación porque Liars también dedicaron un disco entero a la brujería, sus repercusiones sociales y los juicios que de ella derivaron. Squid cantan aquí la trampa imposible de uno de esos juicios que, casi en la misma época que el Proceso de Logroño, se llevaban a cabo en Inglaterra: “You’re dead if you float, and you’re dead if you sink“. La ordalía del agua, que ya comentamos en la crítica del disco.
La única manera de demostrar que no eras adorador del diablo era caer al río atado de pies y manos, con pesos encima, y no flotar. Por supuesto, la mayoría se hundía (el diablo tiene la extraña costumbre, para algo que es inexistente, de no dejarse ver) y casi nadie podía liberarse.