Los fantasmas pasados de Paul Thomas Anderson
Padres fallidos, nostalgia opresiva, decadencia moral...
Es curioso, pero Paul Thomas Anderson se ha colocado a sí mismo en un sitio muy especial como artista, donde sigue siendo relativamente oscuro a ojos del público pero mantiene un gran aura de prestigio y reverencia en ciertos sectores. Eso hace que comentar su figura sea una tarea que hacer con pies de plomo, porque puedes presuponer demasiado lo familiarizado que estará la gente con su obra, o estar comentando demasiadas obviedades.
Pero no cabe duda, es una artista esencial. Anderson fue uno de esos nombres que cabalgó en los noventa ante el indie que se alzó como "el nuevo nuevo Hollywood", pero siempre se ha mantenido como un interesante verso libre, haciendo películas muy aclamadas y muy de culto. En ocasiones, parece ver sus películas desde la ausencia de pretensión y de posible interés para el gran público, pero estas terminan siendo bastante desafiantes o decididamente singulares, lo que supone una barrera que le ha mantenido de estar en las ligas de un Tarantino o un Fincher -nombres con suficiente calado en la cultura pop- aunque las loas le pongan a la misma altura o incluso más arriba.
Hablamos de alguien con una personalidad visual y narrativa muy particular, además de obsesionado con estudios de personajes que le llevan a tocar temas espinosos, como las familias disfuncionales, la masculinidad tóxica, la soledad o, sobre todo, el área de California -que es bastante turbia en sí misma-. Dramas psicológicos de emociones muy intensas que conectan por una aparente obsesión por fantasmas pasados metafóricos, que van crepitando en la frágil psique de sus personajes. Fantasmas planteados en forma de padres fallidos, la alargada sobra del capitalismo o la guerra.
Pero empecemos por el principio. Anderson fue un niño prodigio que ya mostraba no sólo fuerte interés en el arte cinematográfico, sino también talento para ello. Antes del terminar el instituto ya rodó un falso documental inspirado en la estrella porno caída en desgracia John Holmes, titulado The Dirk Diggler Story. Tras un periodo formativo, se metió como asistente de producción en programas para televisión, donde tuvo la ocasión de conocer contactos a los que luego persuadiría para lanzar su carrera cinematográfica, incluyendo a Philip Baker Hall.
Con Hall rodó el corto Cigarettes & Coffee, que fue una sensación en el festival independiente de Sundance. Esta sensación le proporcionó la oportunidad de replantear dicho corto en un largometraje, también con Hall de protagonista con el mismo personaje y sumando a John C. Reilly, Gwyneth Paltrow y Samuel L. Jackson. En esta película vemos al protagonista ofreciendo a un desconocido (Reilly) la oportunidad de conseguir dinero compartiendo con él sus secretos para triunfar en los casinos. Por qué decide ofrecer su ayuda a alguien que no conoce es un misterio que tiene su explicación a lo largo de la película.
A nosotros nos llegó con el título que Anderson quería utilizar realmente hasta que la productora impuso el nombre de Hard Eight para su estreno en Estados Unidos. Sydney es un título que inequívocamente señala un estudio del personaje central, un enigmático hombre con clara experiencia vital, que vamos desentrañando poco a poco. Conocemos a Sydney como un hombre con pasado, de existencia solitaria y, finalmente, realmente cruel. La revelación de la película es que este hombre realizó el asesinato del padre de Reilly, poniéndolo en la encrucijada emocional en la que se encuentra al principio del fin, y su interés en él responde en un interés de cubrir esa figura paternal eliminada.
Su ayuda resulta fundamental para arreglar desaguisados en los que se termina metiendo su "hijo putativo" y la trabajadora sexual con la que mantiene un idilio. Su habilidad resolutiva deja claro un pasado donde estos problemas resultan habituales, algo a lo que se termina haciendo alusión avanzado el film, pero resulta más claro en una compleja interacción en una mesa de apuestas con un personaje interpretado por Philip Seymour Hoffman. La actitud chulesca de éste es recibida con desdén por parte de nuestro protagonista, quizá por verlo como un reflejo de un yo pasado del que quiere escapar, y de ahí también su interés en ayudar a Reilly. Pero como vemos en el último acto, no podrá escapar a ser esa clase de hombre, y el plano final donde cubre una manga manchada de sangre resulta punzante por ese motivo.
La recepción de Hard Eight fue entusiasta en ciertos sectores, pero tuvo un estreno abismal, además de que causó enormes disgustos para su autor por los constantes choques con la productora. Su siguiente paso fue una decidida respuesta, haciendo una película sin compromisos que fuera a cautivar al público. Y esa película era... el retrato del ascenso y caída de una estrella del porno y toda la industria a su alrededor. Hay que quererle.