Los festivales cada vez más caros, el Vogue falso de Drake, carta a una hija que se toma la música a la ligera...
...y otras noticias y rants de señoros con los que ponerte al día.
¡Valladolid, buenos días!
Hoy tenemos a un padre hipersónico en crisis, buenos y malos festivales, la campaña de marketing que emocionó a Condé Nast (es falso, nada puede emocionar a los adláteres de Shub-niggurath) y mucho, muchísimo más. Vamos.
Ey, dos cosas:
Sigue abierta la votación de mejores discos del año según los lectores, que además os permite participar en el regalo de diez suscripciones anuales a Tidal HiFi Plus.
Mirad, qué feliz el ganador de ayer:
El ganador de hoy es: José Luis. Que así sin más os puede parecer un nick soso, de normal person, pero que es de los trve hipersónicos por votar a discos que aún no han salido:
Si creéis que es algo que sólo hace él… estáis equivocadísimos:
¡Enhorabuena, Jose Luis! Al resto, aún quedan 8 oportunidades de ganar esa suscripción que os costaría 120 euros al año. Hipersónica os da más paga que vuestra abuela, joder.
Mira quién habla toca
Nuestro picapedrero de la electrónica, Don Ferraia, está calentando motores para el próximo Mira Festival 2022, que se celebrará este fin de semana. Para contagiaros el entusiasmo, se hace un trabajado repaso de los nombres de culto del cartel. Buena mierda.
Ocasión perfecta para ver en vivo esta fauna:
Los festivales más baratos del resto de tu vida
El Glastonbury lleva tiempo siendo el canario en la mina. El gráfico que véis lo preparó The Economist hace años para mostrar el crecimiento del precio del abono general, pero ahora se queda en nada tras el anuncio de que va a rondar las 280 y las 340 libras con gastos de gestión.
Y eso no es nada, preparaos para que los festivales sean como los veranos, donde cada ola de calor extrema va a suponer el verano más fresco del resto de tu vida. Un artículo de VICE nos avanza que 2023 va a ser el año más caro de los grandes eventos musicales.
El principal motivo ya lo da el organizador del Glastonbury: los festivales están acusando el impacto financiero de dos años de inactividad por la pandemia y los costes de montar los eventos se han incrementado por la inflación.
“Muchos festivales se han visto obligados a realizar espectáculos este año porque tenían entradas retenidas de antes de la pandemia, pero los costes de infraestructura han subido tanto que el precio de la entrada no cubría el evento, por no hablar del pago del personal permanente y de los costes de almacenamiento del cierre”. Yikes.
Aunque ojo, que también tiran de la excusita de la falta de trabajadores técnicos que, como sabemos, tiene las patas muy cortas: “pueden ganar más en otros lugares y los festivales están pagando más sólo para tener gente en el sitio”. YA.
También, el petróleo. El gasto en gasolina y energía, según explican desde Glastonbury, pasa de las seis a las siete cifras.
Todo eso, al final, tiene que ir al precio del abono: “En algún momento, parte de ese coste tiene que repercutirse en el cliente, ya que no se pueden hacer muchos recortes en el coste de funcionamiento”.
Noooo, ni por asomo tenemos signos de burbuja cerca de explotar, qué cosas decís.
Cómo comprar una portada
No se desvela mucho cuando hablamos de las portadas de determinadas publicaciones, especialmente de moda y tendencias, como parte de la promoción de un artista. Por eso se llega a acuerdos para que salga el careto en la revista, porque el beneficio y el estatus que otorga es claro.
De ahí que sorprenda la última cutrez de Drake para promocionar su disco con 21 Savage. Los raperos han creado falsas revistas de Vogue con ellos en portada y la han ido distribuyendo en ciudades importantes, así como ponerse en posters y demás.
No sólo es que sea un gasto algo bobo, es que ya se han ganado una demanda de Condé Nast por esta promoción falsa. Tremenda memez que probablemente les reporte menos de lo que les va a costar. Ni que Vogue no les fuera a dar la portada por la cara.
El streaming es el futuro
Y eso que aún queda la subida de precio, con el precio actual pasando a ser el plan con anuncios. Plan si fisuras, Bob.
Pausa de minutos musicales
(Y ojo, se pueden adquirir)
Ronda de emojis y breves
🪦 Fallece Dan McCafferty, el cantante fundador de Nazareth. Tenía 76 años.
🐳 Ya hay tráiler de The Whale, donde Darren Aronofsky mete a Brendan Fraser en un traje de gordo inmenso. Suena feo, pero peor es el póster.
💸 Netflix le quiere sacar todo el jugo ahora a Ryan Murhpy. Hara dos temporadas más de la antología de Jeffrey Dahmer (con dos asesinos diferentes) y renueva El vigilante.
🔫 Otra cosa de Netflix: preparan la adaptación al cine de Gears of Wars que lleva atascada en su desarrollo desde hace 14 años. Es complicado que pueda superar la profundidad autoconsciente de los diálogos de los videojuegos, la verdad.
🤠 Se viene una serie de Indiana Jones para Disney+, aunque probablemente sin Harrison Ford. No preocuparse, ha encontrado a quién sablearle pasta.
Querida sorda…
A ver, podríamos poner mucho contexto a esto, pero el mensaje que recibió oh-amado-líder-probertoj en su telegram es bastante explicativo:
Así que… al habla @proggerxxi en carta abierta dirigida a su hija:
Te odio cuando dices “me encanta demasiado” antes los primeros compases de una canción para inmediatamente después ponerte a contestar whatsapps. Odio cuando pulsas play sobre una canción mientras te levantas y a otra cosa, para a la vuelta pararla a cada poco a escuchar ese infinito carrusel de memes que vomita tu Insta. Ya está, soy viejo, ya me he convertido en el idiota cascarrabias. O siempre lo fui y aflora en este instante de colapso entre autoestima excedente y orgullo herido.
Decía Ted Gioia que “el sexo, la violencia, la magia, el trance extático y otras cuestiones poco respetables” fueron y son fuentes de energía que alimentan la creatividad musical. Por eso defiendo lo hortera que es el hecho mismo de defender una horterada como el metal sinfónico de dragones y mazmorras. Pero heme aquí, preguntándome si valen lo mismo un kilo de los primeros y oscurantistas riffs de Iommi o veintiséis repeticiones de “tu coño es mi droga”. Ese no es, por suerte, mi problema. Abrazo el escapismo realista de Parade y el realismo escapista de Chinarro, alabo la sinestesia eléctrica de Zappa y la comodidad acústica de todo ese chamber pop que liga en pizzicatos sincopados. Pero odio, por encima de cualquier ética y estética musical, a quienes se toman la música a la ligera, quienes dan por sentado que está ahí como bien mercantil, maleteo y consumo según la temperatura, que todo es un hilo musical para cumplir como banda sonora al main character que son ellos, rigurosos protagonistas de sus vidas intercambiables. Porque, en esencia, todo es circunstancial y por eso el concepto de playlist aplastó el concepto de long play.
Listas, por cierto, que no son otra cosa que el intento de resucitar órganos muertos. Coges la canción más llamativa, esa primera impresión, extirpas su significación del orden y contexto del álbum, y la coses a un torso marchito. No hay tiempo que perder: otro pulmón negro, otro páncreas verde. Cirugía disfuncional. Enhorabuena, DJ Frankenstein, disfruta la OST de tus muertos. Así somos los intensitos, la mínima nos vale para colar un drama gótico.
Centrémonos. Una generación que ve la oferta musical como “one big jumbled buffet of content all vying for your attention”, definía James Fenney a propósito de ‘Ants from up there’, es una generación que nunca pasa hambre. Y eso es bueno. Es una sociedad que mezcla despropósitos gastronómicos, sin miedo. Y eso también es… bueno, cada cual que gestione sus indigestiones. Es solo que sacia su hambre por rutina, no espoleando la curiosidad de quien salió a buscar espárragos silvestres salivando por la tortilla que cocinaría en cuanto llegase a casa. Y eso es malo. Caigo en la contradicción -aún intentando eludir el pero- porque todo se reduce a eso, a genuina curiosidad. Los melómanos son investigadores privados a beneficio propio. ¿Dónde está el mérito? En la dignificación de la música. No hablo de sacralizar, sino de respetar el hueso que algún día será pífano. El hueso de la bestia que casi te mata -toma relato épico- y con el que ahora celebras tu existencia. Relativizar al dragón, pero honrar con tambor de piel el hecho mismo de que estés aquí; cantar a la vida.
Tal vez sea esta, una vez más, en la enésima pejiguera, la auténtica razón por la que antes nos partíamos la cara defendiendo la música que nos gustaba y defenestrando la que no. No por un virtuoso despliegue de respeto y empatía sino por una severa ausencia de identidad y una borrachera de indiferencia. O eres político o eres cobarde. Tratas esas canciones como meros colores en una infinita paletada sobre la que pinchar, mientras Pantone persigue a los creadores reclamando la potestad identataria de algunos colores. ¿De verdad vas a consentir que un algoritmo defina lo que eres? En resumen: si faltas el respeto a la música te lo faltas a ti mismo y, por ende, me das permiso para decir que te odio aunque en realidad solo quiero que bailemos.
Bueno, vale, salvo si es en un macrofestival de esos con photocall atiborrado de logos: soy viejo, ya sabes.
("Valladolid, buenos días" es una canción de El Niño Gusano. También es una sección de actualidad de Hipersónica. En 15 minutos, estarás al día de lo relevante en nuestro terreno. Cada lunes, miércoles y viernes en tu buzón de correo o en la web de Hipersónica.)