Mamoru Hosoda: La animación japonesa más allá de Ghibli
Película a película de uno de los autores de más renombre en el cine de animación.
La animación japonesa es uno de esos singulares ecosistemas donde pueden proliferar autores de nombre propio y no sólo grandes conglomerados o explotación de franquicias de anime. No obstante, tendemos a enfatizar la importancia del Studio Ghibli, que termina mencionada hasta en artículos como éste. Es inevitable, al final Ghibli ha sido toma de contacto con esta faceta del mundo y de la animación para mucha gente, y los que escribimos tendemos a usar los referentes más obvios para dejar claro al lector lo que hay.
Pero hay claramente hay un mundo de interesantes autores en el cine de animación producido en este país. Uno de los más importantes, Mamoru Hosoda, está de regreso con su nuevo film Belle estrenado en cines. Una excusa perfecta para entrar un poco en la obra de uno de los pocos nombres propios cuyas películas son eventos comerciales y artísticos comparables a los de Ghibli (¿veis? Inevitable).
Inevitable parecía también la carrera de Hosoda. Desde joven se convenció de que quería hacer anime, y su formación giró en torno eso. Tras terminar de estudiar arte y pintura, consiguió trabajo en Toei Animation como animador, labrando el cobre en producciones como Sailor Moon o Digimon como uno más de un amplio equipo. Poco a poco fue progresando para ir entrando en otras áreas del proceso, como la producción o la dirección, donde obtuvo su primera oportunidad con los cortos de Digimon Adventure o su continuación, Digimon Adventure: ¡Nuestro juego de guerra!.
Dichos cortos fueron luego aprovechados en una jugada comercial de Toei para explotar la popularidad de la franquicia, así que se juntaron diferentes trabajos para dar forma Digimon: La película, su primer crédito como director de largometrajes, aunque no tuviera realmente tanta mano en el proyecto. Más poder de decisión tuvo en One Piece: El barón Omatsuri y la Isla Secreta, la sexta película de la franquicia de piratas anime de inmensa popularidad, donde pudo trastear con el estilo de animación y hasta combinar ese humor tan estrafalario con tonos oscuros e inquietantes -profundizado por diseños amorfos y casi con vida propia-. Ambas entradillas mencionables, aunque de una importancia relativamente menor en el estilo de Hosoda y para explicar su calidad -la de One Piece probablemente sea más disfrutable para la gran cantidad de fans irredentos que tiene-.
Hosoda claramente tenía inquietudes mayores que ser orfebre de encargo, con proyectos personales que mantuvieran ese espíritu de anime pero pudiera conectar con sus propias experiencias. Las conectaría, además, empleando la faceta más pura del cine fantástico, cuyos códigos son comunes en la gran mayoría de producciones japonesas, pero existe cierto componente en sus obras que las vuelve especialmente fantasiosas. Ya sea por las criaturas que toman el protagonismo en su relato, el empleo de realidades alternativas -casi virtuales- o su entrada en subgéneros como el de los viajes en el tiempo, sus películas se zambullen en ese cine de una manera prominente.
Incluso en una cinta tan modesta como La chica que saltaba a través del tiempo, su primer proyecto fuera de la producción de franquicias, el género toma una importancia crucial en cómo cuenta las historias. Hosoda toma las bases de las pelis de bucles y saltos temporales para desarrollar este film de descubrimiento adolescente, donde una adolescente explota su recién descubierta habilidad de alterar el tiempo para desahogarse de las presiones sobre su futuro, y en el proceso va aprendiendo sobre las consecuencias de sus decisiones y de qué busca en la vida.