Mozo dominguero #12: Veneno - Veneno
La memoria popular y nacional siempre es caprichosa. Y adopta formas... tan extravagantes como uno de sus discos más extravagantes
Autor: Veneno
Título: Veneno
Año: 1977
Género: Nuevo Flamenco
País: España
Discográfica: CBS
Como todo crítico musical, he dedicado cierta cantidad de tiempo a lo largo de mi vida a reflexionar sobre los críticos musicales. No sobre la crítica musical, un ente abstracto, sino sobre los críticos musicales, que son quienes ejercen la crítica. Y los críticos, por norma general, adolecen de una falta de imaginación galopante. No les (nos) culpo. Hay un número limitado de cosas que uno puede decir sobre el enésimo disco de indie pop o sobre la última astracanada de C. Tangana.
Es por ello que guardo como paño en oro a los críticos y a las críticas que un día, hace mucho tiempo, despertaron mi interés y me ayudaron a comprender un disco de otro modo. Si tuviera que elegir una especialmente brillante me quedaría con esta de Khurcius, legendario usuario de Rate Your Music, dedicada a La Leyenda del Tiempo. Un extracto de su brevísimo comentario:
Ricardo Pachón, como antes Gonzalo García-Pelayo o en la actualidad Javier Limón, es uno de esos personajes indescriptibles que, de cuando en cuando surgen con la intención de poner patas arriba el universo flamenco y sus aledaños con un barniz "modernizador" del que reclaman patente y cuya importancia histórica no dejarán de reivindicar en cuanto les pongan un micrófono delante. Tienen algo de tahúres, algo de visionarios, un tanto de bohemios, un mucho de pícaros y unas dotes portentosas de domadores de las poco sumisas "fieras" flamencas. Pachón produjo "La leyenda del tiempo" con la pretensión consciente de dividir en dos, a partir de su lanzamiento, no sólo la carrera de Camarón, sino el propio Flamenco. Los adoradores más incondicionales del cantaor se sumaron acríticamente a esa idea en cuanto el disco, algunos años después, se convirtió en pieza de culto y, sobre todo, en bandera enarbolada esencialmente por cronistas musicales no especializados en el género. La presencia de "La leyenda...", en lugar de privilegio, está ahora mismo garantizada en cualquier encuesta que pueda hacerse sobre los discos imprescindibles en la historia de nuestra música popular.
¿Hay para tanto? Está claro que en esa España agitada de la Transición, un sonido aferrado a la ortodoxia, a la arqueología, a los cánones mairenistas o al dictado de los flamencólogos dictaminadores de "purezas" no conectaba ya con el pulso de la calle. Los aficionados "cabales" eran ya entonces una pequeña secta de supuestos maniáticos inmovilistas (siempre desde la perspectiva del listísimo Pachón y sus aliados). La discografía anterior de Camarón, bajo la férula de Paco de Lucía y familia, tenía los ingredientes de originalidad y evolución necesarios como para entender que, al margen de ese magnetismo personal de superestrella que siempre acompañó al de San Fernando, se hubiera entendido ya que era un artista distinto y antiacadémico. Pero Pachón necesitaba más, bastante más, para escribir su manifiesto.
En su brillante exégesis, nuestro crítico dedica tres cuartas partes del texto a hablar no de Camarón, el cantaor que firma el disco, sino de Ricardo Pachón, el productor del mismo. Es sin duda una decisión.
Como el titular sugiere, hoy no vamos a hablar de La Leyenda del Tiempo. Es un disco sobre el que francamente queda poco que decir. Se conocen sus hallazgos artísticos —el bajo eléctrico de 'La Tarara', el sitar de Gualberto, los teclados de la canción homónima— y se conoce la mitología popular que lo embadurna —esas huestes de gitanos acudiendo indignados a devolverlo—. También se conoce el discurso oficialmente establecido: La Leyenda del Tiempo cambia para siempre el flamenco y lo proyecta hacia otra dimensión. 1979. España. Transición. Etcétera.
¿Por qué es pues interesante el comentario de Khurcius? Porque cuenta algo mucho más interesante sobre La Leyenda del Tiempo. Cuenta a Pachón y también cuenta a todos los protagonistas secundarios que, en un ejercicio de oportunismo, acudieron al redil de Camarón a construir conscientemente un disco trascendental. Cuenta el relato que desde el primer momento acompañó a un disco pensado para relatar. Por aquel entonces, por más que la mitología todo lo emborrone, el flamenco ya atravesaba un periodo de renovación —como todos los géneros— que encontraba presagios, más que referentes, en los años previos.
Uno de esos oportunistas fue Kiko Veneno. También Raimundo Amador. Ambos habían grabado dos años antes otro disco hoy juzgado muy importante y por aquel entonces anónimo. ¿Su productor? Ricardo Pachón, claro, el mismo que un lustro antes ya había cogido las riendas de otra institución menor del flamenco, Lole y Manuel, para conducirla a los sugerentes caminos de la transgresión.
Lo que va de Veneno (1977) a La Leyenda del Tiempo (1979) son dos años, pero también un ejercicio de memoria.
La memoria entendida como la entiende María Arnal —"¿Quién se olvida y quién se acuerda?"— y la memoria entendida como la entiende la historiografía. Un conjunto de discursos preexistentes amplios y numerosos sobre los que se ejerce una selección, un filtro, una curación y, finalmente, un metadiscurso nuevo que cambia nuestra percepción del pasado y del presente. La memoria como pastiche y como instrumento para contar unas cosas y obviar otras.
En esa memoria, que para el caso que nos ocupa es popular y nacional, Veneno ha atravesado varias fases. A su publicación en 1977 le acompañó un silencio estrepitoso. Kiko Veneno había deambulado por Europa y Estados Unidos durante los años previos y había tenido cierto contacto con las corrientes musicales por aquel entonces más en boga. Hoy este detalle puede parecer baladí, pero en la España de los setenta, un país donde la única forma de acceder a la música anglosajona era a través del contrabando en las bases estadounidenses, no lo era.
La biografía de Kiko Veneno contenía los ingredientes adecuados —nacido en Cataluña, residente desde muy pequeño en Cádiz, bohemio de viaje por el mundo— para que su encuentro con los hermanos Amador resultara en una explosión creativa convenientemente moldeada por Pachón. Juntos moldearon un disco anárquico y caótico, mal grabado y carente de orden o concierto, donde lo relevante no era tanto la forma como la intención. Esto es algo evidentísimo desde 'Los Animales', una canción dividida en cuatro distintas donde la rumba, el flamenco y la psicodelia se daban de la mano. No es brillante, es… rara.