Mozo dominguero #13: Fairport Convention - Unhalfbricking
Reino Unido jamás ha mostrado apego a su folclore. Y ahí precisamente reside el mérito de un grupo como Fairport Convention
Autor: Fairport Convention
Título: Unhalfbricking
Año: 1969
Género: Folk británico
País: Reino Unido
Discográfica: Island
Hoy cuesta creerlo, pero hubo un tiempo en el que el folk fue revolucionario. Al término de la Segunda Guerra Mundial las músicas del pueblo, del volk, "populares", gozaban de una representación minoritaria en el gran escenario cultural de Occidente. Europa y Estados Unidos se ocupaban por entonces de sofisticados ejercicios de orquesta y jazz. Acudir al ras, mancharse el calzado de barro, tenía poco de aspiracional y mucho de inoportuno. Había que mirar al frente, no al pasado, mucho menos al campo.
Aferrarse al minimalismo instrumental —una guitarra acústica— y procedimental —un sólo interprete— engarzaba bien con el viejo predicamento de los revolucionarios populistas, de los naródniki, convencidos como estaban de que al progreso sólo se podía llegar a través del pueblo. De la gente común y corriente, de sus ropajes tradicionales, de sus melodías y de sus cantos al alba, de sus formas pedestres y místicas. En tiempos de elitismo cultural, en fin, viajar por la Europa rural tenía algo de justicia social.
Esta idea no era en absoluto nueva —Millet ya miraba a sus campesinos del mismo modo— pero nunca se había explorado a fondo en la música. No más allá del blues, que por aquel entonces estaba muy circunscrito a Estados Unidos y seguía siendo un asunto exclusivamente negro. El folk, pues, fue durante décadas un género arrinconado y desprestigiado. La obra y la escena de un puñado de libertinos que jamás superarían el filtro de la aceptabilidad social —"this machine kill fascists", recordemos—. Inside Llewyn Davis narra estos años de forma brillante.
Luego llegó Newport y el folk se convirtió, de la noche a la mañana, en un reducto de reaccionarios, en una ideología aburrida en el mejor de los casos y contrarrevolucionaria en el peor. Lo que antaño fue una búsqueda de las esencias, una prospección de identidades populares durante tanto tiempo suprimidas, adoptó formas conservadoras y esencialistas. Cuando a Dylan le gritaron "¡Judas!" por enchufar su guitarra a un amplificador, el folk firmó su sentencia de muerte como arma movilizadora.
No es de extrañar que su aliento apenas llegara a Reino Unido. Corría el año 1965 e Inglaterra vivía una de sus mayores revoluciones culturales, quizá la más importante y valiosa de su historia. Aupados a lomos del rock and roll, o lo que es lo mismo, del blues, toda una generación de jóvenes compositores estaban cambiando el curso de la "música popular" para siempre. Ya no sería "popular", del pueblo, sino que sería simplemente "pop", una descripción mucho más escueta y de intereses más pedestres. No se trataba de acudir al pueblo y rescatar sus tradiciones; se trataba de epatarlo, y de qué modo, con nuevas ideas.