Mozo dominguero #29: Talk Talk - Laughing Stock
Solo un grupo hizo el viaje inverso en los ochenta: salir del mainstream para hundirse en el underground más experimental e indescifrable
Autor: Talk Talk
Título: Laughing Stock
Año: 1991
Género: Post-rock
País: Reino Unido
Discográfica: Verve
Para el aficionado musical, la década de los ochenta es una de las más sugerentes e intrincadas de cuantas ha producido el siglo XX. Sobre ella se entrelazan multitud de tendencias muy distantes entre sí, a menudo sin vinculación estética o ideológica, pero en permanente diálogo y confrontación. Por un lado la génesis del hardcore punk; por otro lado la apoteosis de la radiofórmula y el rock de estadio. Por un lado el nacimiento de la electrónica moderna y el dominio del sintetizador; por otro lado el reino espantoso del hair rock.
Todo ello se desplegó sobre los extremos. En su infinito rango, los ochenta culminaron lustros de desarrollo artístico, plasmando sus resultados sobre géneros y formas de entender la música absolutamente radicales. Esa radicalidad bien pudiera encarnarla Crass, desde un margen del tablero, pero también el espectro-sonoro-M80, símbolo absoluto de la música padre y que en muchos sentidos define a día de hoy, cuarenta años después, el sonido de la década.
Pese a que escenas tan distantes apenas se tocaban, sí entablaban una conversación permanente: la militancia innegociable de Fugazi y otros compañeros de generación debe ser entendida como una reacción a la mercantilización e industrialización de un negocio que en los ochenta alcanzó su punto álgido. Las dinámicas hipercapitalistas de las discográficas, su dominio de hierro sobre las radios, las revistas y la televisión, polarizaron a grupos y aficionados. Nace el "mainstream" y automáticamente nace el "underground". Acción-reacción.
Navegar aquellas aguas debió de ser complejo para muchos grupos que, confrontados ante la perspectiva de sacrificar su integridad a cambio de un mendrugo de pan, debieron tomar decisiones drásticas. Lo que fue menos común fue el camino a la inversa: grupos que por X o por Y conquistaron el mercado y que con el paso de los años enraizaron su sonido en formas más y más complejas hasta disociarlas por completo del oyente masivo. Algo que jamás se le habría ocurrido a Duran Duran pero que sí se le ocurrió a Bowie, por ejemplo.
En ese sentido, 1979, el-último-año-de-rock-clásico, como llegué a leer una vez a propósito de London Calling, marcó una línea divisoria clara: para triunfar, para triunfar de verdad, uno debía vender su alma al diablo. Ya no existía la posibilidad de tocar el cielo de las masas siendo fiel a una idea. Las evoluciones de grupos como U2 o Metallica son muy claras en este sentido. Solo grupos tocados por la varita de la inspiración y en el cruce exacto de lo oscuro, lo lúdico y lo sintético —New Order, The Cure— lograron resolver aquel dilema con éxito.
Y sin embargo hubo excepciones. O al menos hubo una excepción. Existió un grupo que conquistó listas de éxitos y la radiofórmula y volvió para contarlo. Se trata de Talk Talk, cuyos singles más célebres —'It's My Life', 'Life's What You Make It'— formaban parte de la pléyade de grandes éxitos de la década a la altura de 1988, alumbrados como fueron bajo el éxtasis de los nuevos románticos. Mark Hollis, de haberlo querido, podría haber disfrutado de un cómodo y apelmazado futuro en la cima de la industria. Pero se negó. Eligió otro extremo.