Mozo dominguero #31: Vampire Weekend - Modern Vampires of the City
Presentado ante la fe, un hombre debe tomar decisiones cruciales en la vida: creer o no creer. Y ante Vampire Weekend solo quedaba creer
Autor: Vampire Weekend
Título: Modern Vampires of the City
Año: 2013
Género: Pop
País: Estados Unidos
Discográfica: XL
Recuerdo la reacción generalizada de mi entorno cuando Vampire Weekend lanzaron Modern Vampires of the City: "¿Dónde están las guitarras?". Muchos recibieron con estupor la nueva dirección artística del grupo. Vampire Weekend se habían sepultado bajo capas y capas de producción, desdibujando aquello que en 2008 les había convertido en un pequeño fenómeno de masas: las guitarras. Filtradas, secuenciadas o directamente borradas de la mezcla, Modern Vampires of the City era un disco de silencios y no de estridencias.
Yo caí en aquel error de juicio. Como tantos otros, fui un hombre de poca fe.
"Fe" no era una palabra que definiera a los Vampire Weekend de los años precedentes. Tanto su debut como Contra, publicado dos años después, jugueteaban con artefactos conocidos por el oyente especializado: Talking Heads, el coming-of-age, la frivolidad de una vida universitaria y adolescente, el exotismo africano que a finales de los '00 se había apoderado de la escena independiente. No había en 'Oxford Comma' o 'Cousins' grandes reflexiones sobre la vida y la muerte. No había espiritualidad, al menos en una revisión superficial.
Estas y otras lecturas chocaban frontalmente con el contenido de Modern Vampires of the City. Si Vampire Weekend era un grupo de guitarras vivaces y coloristas, ¿por qué nos encontrábamos ante un mar de silencios, pianos, clavicordios y baterías en primer plano? Si Vampire Weekend eran la personificación del pijo neoyorquino abstraído y bohemio, alejado de todo propósito existencial o moral, ¿por qué el clímax del disco se encontraba en una diatriba de Ezra Koenig con su Dios? Fueron preguntas que causaron conflictos, también en mi interior.
Ante la disonancia cognitiva, el ser humano opta primero por la negación: dado que nosotros no podríamos habernos equivocados en nuestro análisis sobre lo que Vampire Weekend eran y no eran, Modern Vampires of the City debía ser un disco erróneo, equivocado, impropio, descartable. Uno que merecía dirigirse inmediatamente a la papelera de reciclaje, como cierta tuitera de mi TL escribió con orgullo a los pocos días de haberse publicado.
El tiempo todo lo ordena. Entonces y ahora. A la negación le sigue la aceptación: Vampire Weekend nunca fue un disco estridente y sí uno en el que los silencios jugaban un papel primordial. Sus canciones, como siempre escribe
, parecían edificadas sobre pirámides de papel, prestas a descomponerse al mínimo soplo de aire fresco. Había una fragilidad en aquellas guitarras que casaba a la perfección con los sonidos vacíos, casi en eco, de Modern Vampires of the City. Vampire Weekend eran en 2008 y en 2013 exactamente el mismo grupo; su lenguaje tan solo se había adaptado a otras necesidades narrativas.La tercera fase del duelo, de la muerte de una idea, es la conversión: a finales de 2013 encontré la fe. Por supuesto que Modern Vampires of the City no era un disco equivocado, era yo quien lo estaba. Vampire Weekend se habían desprendido de los elementos más ornamentales de su música para centrarse en la esencia, para redondear los caminos planteados cinco años atrás. De la frivolidad a las reflexiones de la vida adulta; del comentario social juvenil a una mirada más profunda y espiritual sobre uno mismo y los demás. De 'A-punk' a 'Ya Hey'.
A la fe se llega mediante el silencio. Y el silencio, el tiempo vacío, siempre había vertebrado a Vampire Weekend. Aunque algunos no supiéramos verlo.