Mozo dominguero #38: Bruce Springsteen - Darkness on the Edge of Town
Ningún músico del siglo XX dedicó tantas palabras y tantas horas de pensamiento al trabajo y a sus trabajadores. A la mitología del Medio Oeste
Autor: Bruce Springsteen
Título: Darkness on the Edge of Town
Año: 1978
Género: Heartland Rock
País: Estados Unidos
Discográfica: Columbia
"They are eating the dogs".
Cada cuatro años, la humanidad escenifica uno de los mayores y más extraños experimentos políticos de la historia: Estados Unidos acude a las urnas y el destino del planeta queda en manos de unos 60.000 votantes indecisos repartidos entre los estados de Michigan, Ohio, Pensilvania, Wisconsin y, dios no lo quiera, Florida. Lo que antaño fue una excentricidad tolerable para el resto del mundo hoy se ha transformado en una ruleta rusa. Si los 60.000 votantes han tenido a bien levantarse con el pie izquierdo, quizá nos libremos del Holocausto Nuclear un ciclo electoral más.
La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de 2016 colocó la lupa sobre una región que en cualquier otro contexto pasaría desapercibida: el "rust belt". Una suerte de cinturón imaginario repartido sobre el Medio Oeste estadounidense por el que desfilaron en su momento algunas de las industrias más poderosas del siglo XX —la automoción, la siderurgia, la manufactura—. Aquel cinturón, raído y desgastado, fue sustituido a principios del siglo XXI por otros cinturones en otros lugares del mundo, más baratos y lejanos. De Detroit a Chengdu.
Aquella deslocalización, en su origen solo disputada por un grupo minoritario de anarquistas, se reveló quince años después como un profundo error. Al menos para los 60.000 votantes indecisos repartidos entre los estados de Michigan, Ohio, Pensilvania, Wisconsin. Sus fábricas se habían esfumado. Sus puestos de trabajo, evaporado. Su prosperidad había sido extirpada. Su futuro, sus ilusiones, su orgullo. Todo aquello, se nos dijo en 2016, dio origen a un resentimiento. Un resentimiento que nos condujo al abismo naranja y proto-fascista que lleva nueve años dominando el horizonte.
Hoy todas las historias sobre las elecciones de noviembre pasan inevitablemente por Pensilvania o por Michigan, por su pasado industrial solo conservado en la memoria de sus decadentes habitantes. Cuando Trump se refería a los haitianos-devora-mascotas hablaba de un bulo surgido en torno a Springfield, Ohio, una de las grandes campeonas industriales de la segunda mitad del siglo XX gracias a su prominente posición en la fabricación de maquinaria agrícola. El tiempo pasó, la economía decayó y Springfield se estancó.
Para salir de ese estancamiento, ya en el siglo XXI, la ciudad buscó inversiones extranjeras, inversiones que demandaron mano de obra. Allí no la había. Hubo que buscarla en unos 15.000 inmigrantes haitianos que durante los últimos años han revivido el tejido laboral, social e industrial de Springfield. De ahí bebe Trump, su odio, sus libelos de sangre. También bebe de Pittsburgh y de US Steel, antaño líder absoluta del acero mundial, hoy despojada de todo tipo de ingresos o futuro, vendida a una empresa japonesa, paralizada su venta por un arranque de nostalgia mal entendido y nacionalismo económico.
En 2024, todas las historias vuelven a pasar por el "rust belt". Y dada la desproporcionada relevancia política que los anhelos concretos de un grupo poblacional minoritario ha adoptado sobre el resto de la humanidad, conviene examinarlos, juzgarlos y, ante todo, disputarlos. El éxito de Trump, como el de Le Pen en Francia, brota de una ficción: son ellos quienes van a recuperar el lustre y la prosperidad de los viejos nodos industriales de Occidente. Son ellos quienes tienen la respuesta a sus problemas. Los conocen. Vienen de otros países, comen perros, cometen crímenes, transforman a sus hijos en monstruos transgénero.
El relato que el Medio Oeste estadounidense se ha contado a sí mismo se construye a través de mentiras, omisiones y medias verdades. Racismo, rencor, odio, ignorancia. Pero hay otros relatos en la historia obrera y trabajadora de Estados Unidos. Hay también Darkness on the Edge of Town.
De un modo muy similar a Lynyrd Skynyrd, Bruce Springsteen opera en un campo de grises en ocasiones indetectable para la brocha gorda. Allí donde Lynyrd Skynyrd puso voz y por tanto coartada ideológica para el racismo campante de los estados sureños, Springsteen proyecta las miserias de la clase trabajadora del Medio Oeste. De las colas del paro de Michigan, de las fábricas abandonadas y desvalijadas de Nueva Jersey, de los suburbios decadentes de Pensilvania. Springsteen es un artefacto sospechoso. Al menos superficialmente.
La realidad es que el relato de reivindicación obrera de Springsteen antecede, con mucho, a la narrativa xenófoba y atolondrada que se ha apoderado de la clase trabajadora del Medio Oeste durante la última década. Darkness on the Edge of Town, su cuarto disco, fue compuesto durante el largo exilio contractual al que Springsteen se condujo cuando rompió con su antiguo mánager, Mike Appel. Tres años de incapacidad legal en los que escribió casi una setentena de canciones —Springsteen se cuenta entre los músicos más prolíficos de siempre—.