Mozo dominguero #47: Have a Nice Life - Deathconsciousness
La muerte todo lo domina, y sin embargo jamás llegaremos a experimentarla de forma plena y consciente. Pero eso tiene remedio: Deathconsciousness
Autor: Have a Nice Life
Título: Deathconsciousness
Año: 2008
Género: Post-punk
País: Estados Unidos
Discográfica: Enemies List
Lo primero que hizo Internet tras conocer que el CEO de UnitedHealthcare había sido asesinado mientras paseaba por la calle: aplaudir. Lo segundo: reír. Y lo tercero: componer canciones. A esta hora circulan por TikTok y otras redes sociales decenas de canciones dedicadas a perpetrador y perpetrado, siempre a modo de glosa, siempre sobre un poso de admiración. Por supuesto, habrá quien se escandalice ante la apología de la muerte. Pero si por algo se ha caracterizado el folclore durante toda su historia ha sido por celebrar el asesinato.
Como se explica aquí con detalle, el homicidio ha tenido una posición prominente en la historia de la música popular del siglo XX, heredera de una larga tradición de obras literarias o musicales que narraban o ensalzaban el acto de arrebatar la vida a otra persona. Desde el country de los Apalaches hasta los narcocorridos del norte de México, pasando por Nina Simone, todo el hip hop o Johnny Cash, el crimen —cómo ocurre y cómo remediarlo— despierta en nosotros un interés perverso. Narrarlo es una decisión comercialmente segura, como ilustra Criminopatía.
Aunque parezca ilógico, que el asesinato figure de forma tan notable en nuestro folclore se debe a su ubicuidad —al menos antaño— y a su carácter aberrante. El homicidio es una de las experiencias sociales más extremas de cuantas nos damos en comunidad, una que además escapa a la experiencia vital de la mayoría de nosotros. La única forma de entrar en contacto con ella es a través de intermediarios, de relatos que nos pongan en contacto con los asesinos y con sus motivaciones, con la decisión radical de matar a otra persona.
En última instancia, la fascinación por el crimen nace de la fascinación por la muerte. El Hecho Final, La Gran Igualadora, escapa a nuestra comprensión de la existencia porque es del todo insondable. Nunca jamás la vamos a experimentar en toda su magnitud, tan solo lo haremos a través de la muerte de otros. En cierto sentido, cuando nos morimos son los demás quienes experimentan nuestra muerte, nuestra ausencia, nuestro duelo, el reguero de tragedia que dejamos tras nosotros. Nosotros no. Ya no. Dejamos un mundo arrasado en el que otros deben sobrevivir.
Esta naturaleza apabullante, determinista y al mismo tiempo periférica de la muerte la convierten en el objeto de una obsesión inevitable. ¿Cómo no pensar en la muerte? ¿Cómo no sentir curiosidad por lo que quiera que acontezca una vez se presenta ante nosotros? ¿Cómo no temerla? ¿Cómo, en ocasiones, no desearla? ¿Y cómo no vitorearla cuando le llega a personas despreciables, como el CEO de UnitedHealthcare? Todas estas preguntas pueblan la experiencia humana. No podemos responderlas. Así que recurrimos al arte, a la música, para teorizar sobre ellas.
Para sentirnos vivos y conscientes en la muerte. Deathconsciousness.
Cuando Have a Nice Life publicaron Deathconsciousness en 2008 incluyeron en la edición un libreto de 75 páginas sobre las que Dan Barrett, motor ideológico de la banda, narraba la vida y milagros de Antiochus, un filósofo que había aglutinado a un pequeño número de seguidores predicando las virtudes del "nihilismo trascendentalista". En aquella obra, Barrett expandía las ideas que habían vertebrado la composición de Deathconsciousness. O lo que es lo mismo: fundamentaba filosófica e ideológicamente su particular culto a la muerte.
Porque, en esencia, lo que Have a Nice Life trataron de articular en su primer disco fue un culto a la muerte. Allí donde Camus y su Extranjero cejaban en su empeño de dar sentido a la vida, al mundo, a la existencia, Deathconsciousness ofrecía una respuesta alternativa: la vida, el mundo y la existencia sí tienen un sentido, y ese sentido consiste en terminar devoradas por la muerte. Es esta una verdad universal y solo abrazar su inevitabilidad, su dominio sobre todo cuanto podamos imaginar, nos reconcilia con nuestra naturaleza contingente.