Con Arcade Fire a veces hay que tomarse licencias. Por ejemplo, la de reivindicar Neon Bible ante la grandeza de Funeral. En no pocas ocasiones se habla del ‘disco excelente’ en referencia al debut, relegando a su oscura continuación en un segundo plano, como una obra menor. Y no, no es una obra menor.
El primer versículo: estar a la altura
Era 2007 y sólo tres años antes Arcade Fire habían dejado a casi todo el mundo boquiabiertos con la puesta en escena de un grupo que, vía Talking Heads y Neutral Milk Hotel, estaba interpretando el indie rock con unos toques de sensibilidad, instrumentismo y grandilocuencia poco conocidos hasta la fecha. Casi como si una banda de cámara se tratase, los de Montreal parecían una orquesta profesional reconvertida a grupo de rock. Era uno de esos debuts tan grandes que pueden hacer invisible todo lo que venga después.
Tras la magnificencia del debut, uno de los mejores de al menos las dos últimas décadas, un grupo normal debería sentir vértigo al tener que enfrentarse a una segunda obra que aguantase el tirón de su ópera prima. Arcade Fire tenían que evitar que la sombra de Funeral les tapase en exceso. Pero contra todo pronóstico, más que intentar evadirla, se dejaron tapar por la sombra y, espoleados por esta, elaboraron un disco de ambientación negra, catastrófico, dramático, llevado al extremo. Sin embargo, bello al mismo tiempo, ideal para recibir en paz, o con rabia, dependiendo del corte que eligieses, la venida de los cuatro Jinetes del Apocalipsis. Será antes o después, pero Arcade Fire ya tiene preparada esa sonata fúnebre que está escrita en su Biblia de Neón y que sigue sonando como algo sobrenatural, prácticamente conceptual.