No todo van a ser resúmenes del año en este mes de diciembre. Hacemos pequeña parada y fonda en una de las carreras más excitantes que ha dado el rock de los últimos 30 años. Bienvenidos al universo de PJ Harvey.
Dry (1992): llena de munición
No puedo recordar si lo de Polly Jean Harvey fue un hype en sus inicios, y en el fondo da un poco igual. No estaba yo en 1992 muy atento a esas cosas y ahora imagino que la mujer tenía muchos ingredientes para dar en el clavo. Imagen, carisma, una edad razonablemente temprana y prometedora de larga carrera, un manejo de la guitarra poco común en aquellos momentos… y ya de paso, además, parecía que no le escaseaba el talento. El conjunto era estupendo, todo para pegar un petardazo. La duda sería si estaría en condiciones de mantenerlo.
Cuando el segundo plano se me queda pequeño
Antes de la llegada de su primer disco en solitario, PJ Harvey había estado tocando en Automatic Dlamini, una formación con componentes itinerantes que había formado John Parish en 1983. Allí intimó con dos de las personas más influyentes de su carrera, con las que aún hoy mantiene unos lazos tan estrechos que son parte de su banda de directo: el propio Parish y Rob Ellis, productor de varios de sus discos, entre ellos, el que hoy nos ocupa. Cuenta PJ que la experiencia le sirvió para atreverse a tocar en directo, para mejorar su técnica con la guitarra (Harvey venía de ser, principalmente, saxofonista) y para empezar a componer sus propios temas, a los que siempre ha tenido en escasísima estima. Pero, tras tres años en la banda, llegaba el momento de emprender el vuelo en solitario.
Empezaba así el camino que acabaría en Dry (Too Pure, 1992), el primer disco de una PJ Harvey que, por entonces, tocaba en formato de trío con el propio Rob Ellis y Steve Vaughan, y que se había mudado a Londres para evaluar sus capacidades escultóricas en el legendario Saint Martin’s College. Aunque antes de la llegada del LP, PJ Harvey había adelantado uno de sus cortes, ‘Dress’, que todavía hoy es una de las canciones más redondas de su carrera. El single le valió para enamorar a John Peel, cosa que en aquella época era poco menos que garantizarte un futuro musical de lo más halagüeño.
Decir que este trabajo suena amateur sería quizás exagerar, pero es cierto que tiene ese aire extremo y descuidado de aquel que no teme en absoluto exponerse con desfachatez
Pero Dry demostró que no era un carpicho de un discjockey. Era un primer paso de tanto calado que casi daba a entender que nacía una leyenda. Así, de primeras. Lo que uno tarda en saber que PJ Harvey tiene algo que casi nadie más tiene, incluso en aquel momento, de forma tan temprana, es unos cuatro segundos. No hace falta ni una milésima más para enamorarse de ‘Oh My Lover’, el tema que abre Dry, y que para muchos pudo suponer su primer contacto con la de Bridport. PJ Harvey cantando de forma desnuda y extrema. En uno de los discos menos arreglados de su carrera. Decir que este trabajo suena amateur sería quizás exagerar, pero es cierto que tiene ese aire extremo y descuidado de aquel que no teme en absoluto exponerse con desfachatez. Exponerse es fácil, tener tanto que mostrar no lo es tanto. Empieza un trabajo de entrega absoluta y bidireccional. PJ Harvey se entrega a mí, y yo ya estoy entregado a ella.
PJ Harvey y todo lo bueno que precede a un orgasmo
Dry es un disco sinuoso, extraordinariamente atractivo y sexual. Descubre una PJ Harvey que llegaba con un insultante poder, aunque con todo ello era difícil pensar que llegaría a ser lo que es hoy, la rockera más grande de la historia. La melodía de ‘Victory’ te atrapa y te anula. Puedes patalear para intentar escapar de esa tela que ha ido tejiendo meticulosamente Polly Jean. Pataleas y forcejeas, pero al final estás dentro, y cada esfuerzo que haces por intentar huir se traduce, en realidad, en una absorción más fuerte. Aunque, en realidad, no quieres escapar ni por asomo. Has encontrado un lugar en el que quedarte para siempre, a las órdenes de la jefa de todo esto. Es más, te resistes por mera pose, porque a estas alturas, tras escuchar ‘Oh My Lover’, ‘O Stella’ y ‘Dress’ ya te has puesto considerablemente cachondo.
Y PJ Harvey, obviamente, lo sabía. Era consciente de que su pose, su estética, su atractivo y su enorme carga sexual lo eran todo. Mentiría si dijese que esa fuerza no fuese parte del sumatorio que me llevó a la escucha continuada de los discos de PJ Harvey. A la devoción, rendición y entrega. Por mucho que no fuese Dry el primer disco suyo que escuché. Esa entrega, esas vísceras, sangre y sexo que se encuentran en ‘Happy and Bleeding’.
So fruit flower myself inside outI’m happy and bleeding for you Fruit flower myself inside out I’m tired and I’m bleeding for you
Obviamente hablar de Dry hoy, un cuarto de siglo después de su lanzamiento, es hacerlo con toda la ventaja. Conociendo toda la leyenda que vino a posteriori. Pero no pierde un ápice de encanto su escucha. Te acercas a él con ansiedad e impulsividad. Sabiendo que lo que viene después es glorioso. Te regodeas en los inicios. En apretar unos muslos, en morder un labio, en iniciar una leve penetración, de apenas un par de centímetros, disfrutando tanto de todo ese juego y de la taquicardia que produce, como de lo que sabes perfectamente que viene después. Dry no es el orgasmo definitivo, es todo lo que viene antes. Sabiendo que en cualquier momento se puede desatar una locura de difícil retorno, de una intensa y placentera agresividad, mientras suena ‘Sheela-Na-Gig’ y piensas si puede existir una sensación mejor que esa.
De hecho la portada de Dry no puede ser más acertada. Unos labios amoratados, mostrando una imagen violenta pero, a la vez, de enorme sensualidad. Una locura que ya llega completamente desatada a ‘Joe’ y que quizás se incremente todavía con el histrionismo de ‘Plants and Rags’ o la oscurísima línea de bajo de ‘Fountain’.
Dry marca el inicio de una carrera que encuentra muy pocas comparaciones. Se trata del primer y sobresaliente ejemplo de lo que estaba por llegar. Poca gente alcanza discografías tan irreprochables (excepciones haberlas, haylas, aunque para eso está este repaso). Nacía, seguramente sin saberlo, un mito. Alguien que traía la pistola tan cargada que jugarse una ruleta con ella a vida o muerte sería sinónimo de lo segundo. Acababa de llegar al lugar aquella que iba a gobernarlo de ahora en adelante.
Rid of Me (1993): latigazo lleno de actitud
Era complicado, pero PJ Harvey había logrado entrar por la puerta grande en su primera experiencia como líder total y reconocible de un proyecto. Tras su experiencia con Automatic Dlamini, formó su trío junto a Rob Ellis y Steve Vaughan, se ampararon bajo su nombre -cosa lógica, el trío nacía, vivía y moría en ella- y deslumbraron con su debut Dry (Too Pure, 1992), a pesar del poco apoyo y promoción por parte de su disquera. Parecía casi idílico desde fuera, pero con la potente irrupción llegaban de la mano una serie de eventos que venían a romper la estabilidad de la artista. Aunque lejos de debilitarla, le sirvieron para continuar adelante con su objetivo, para seguir opositando a ese hueco en el olimpo del rock que parecía destinado para ella.
PJ y su banda realizaron una extensa e intensa gira para presentar su primer trabajo. Una gira que, sumado a una pobre alimentación y a una ruptura sentimental, llevaron al límite a Harvey y esta acabó sufriendo una crisis nerviosa. Para más inri, más tarde la escuela de arte de Central Saint Martins le comunicó que no iba a seguir reservando su plaza, lo que provocó la marcha de la artista de su apartamento de Londres para regresar a su Dorset. Tras este cúmulo de desagradables experiencias, Harvey acabaría escribiendo las canciones que conformarían su próximo trabajo, Rid of Me (Island, 1993).
Condenada a cruzarse con Albini
En esta ocasión el trío viajaría hacia Estados Unidos, concretamente hacia Cannon Falls, Minnesota, para la grabación de su nuevo álbum, el primero con su nuevo sello. A pesar de las reticencias de Harvey por firmar con un sello grande, causadas por su temor a perder el control artístico de su obra, terminaría firmando con Island tras su pobre experiencia con Too Pure. Eso le facilitaría poder contar con Steve Albini para producir su disco, un Albini al que la propia artista admiraba por el sonido que logró sacar en sus grabaciones junto a los Pixies, Slint o The Jesus Lizard.
La contratación de Albini, por tanto, no era ni mucho menos casual. De hecho, se podría decir que la carrera de Harvey estaba destinada a cruzarse en algún momento con el antiguo líder de Big Black. No hay más que ver el resultado. A nivel de sonido, Rid of Me es mucho más crudo y más afilado que su predecesor, la guitarra de Harvey suena mucho más certera y feroz, la batería de Rob Ellis retumba de manera estremecedora en nuestros oídos. Es un disco que en cuanto a sonido capta bastante bien lo que ofrece Albini como productor. Tanto que el susodicho le envió una copia del disco a Nirvana antes de ponerse a grabar In Utero (DGC, 1993), para que pudieran hacerse una idea de cómo podrían llegar a sonar.
No obstante, aunque el toque de la producción supone un buen aporte al resultado final, no debemos olvidar que los méritos principales que hacen de Rid of Me un disco tan brillante son de su autora. Harvey escribió de manera individual casi la totalidad de las canciones del disco, siendo la punzante versión del ‘Highway 61 Revisited’ de Bob Dylan -grabada como sugerencia de sus propios padres, muy fans de Dylan- la única excepción. Un detalle aparentemente anecdótico y casi banal -el proyecto lleva su nombre, es lógico que ella escriba las canciones- supone, en realidad, la culminación del proceso de reafirmación de PJ como escritora. Pasar de tener dudas sobre las canciones que escribía en la época de Automatic Dlamini a tener seguridad plena y total en sus cualidades compositivas, y eso termina reflejando en un cancionero potente e impresionante.
Harvey rinde con muy buena nota en casi todos los aspectos posibles del álbum. Desde unas letras muy viscerales y bastante personales, pasando por un desarrollo de las piezas más libre y menos arquetípico y acabando en una ejecución llena de actitud, dejando los ojos como platos tanto con su voz como con su manera de tocar la guitarra. Una guitarra que acaba llevando el gran peso de estas canciones y marca por completo el sonido, un fantástico cruce de caminos entre el indie rock, el blues y un grunge que vivía un momento cumbre por entonces.
Pero merece la pena detenerse en los elementos fundamentales del álbum: sus canciones. Harvey entrega aquí un cancionero espectacular, lleno de gemas que marcarían por completo esta etapa de su carrera y que pueden optar a la categoría de himnos como esa ‘Rid of Me’ (mejor incluso cuando la toca en vivo), ‘Rub ’Til It Bleeds’ o ‘Yuri-G’. Es capaz de dejarte piezas lentas e hipnóticas como ‘Missed’ o dejar poderosos zarpazos como ’50 ft Queenie’ o ‘Me-Jane’. Capaz de retorcer y recrudecer el ambiente con ‘Man-Size Sextet’ o de hacer estallar la habitación con ‘Man-Size’ o ‘Snake’.
Otro paso adelante para PJ Harvey en forma de latigazo lleno de actitud. Un disco, sin duda, necesario para el desarrollo de su carrera y para su confirmación como artista muy a tener en cuenta. Cuesta ya pensar que a estas alturas Polly Jean vuelva a sorprendernos con un ejercicio cuyo sonido se asemeje al de Rid of Me, mucho ha llovido desde entonces. Sin embargo, no veo del todo mal que esta PJ Harvey se quede en aquel momento temporal. Los siguientes movimientos terminarían de dar forma a lo que hoy conocemos: la leyenda, la artista esencial y una de las músicas que mejor ha sabido sobrevivir a lo largo de estas décadas.
To Bring You My Love (1995): el nacimiento de la diosa
Me imagino el tránsito hacia la muerte de una forma muy distinta a la de la luz al final del túnel. No hay paz, no hay sensación de descanso y plenitud. No hay sosiego y perdón. No hay redención ni olvido. Al contrario. Me imagino el camino a la muerte como una senda de oscuridad y abandono, de derrota y pecado. Un camino en el que cada uno de tus sentimientos más escondidos sale a la luz, consiguiendo deshacerse del encorsetamiento en el que vivieron la mayor parte de sus días. Un camino de forma indefinida. No hay un habitáculo similar a un túnel, no hay líneas rectas, pero tampoco una senda sinuosa. Simplemente la desorientación en persona. Y entre la confusión reinante, la que nos guía realmente en nuestro camino a la muerte, suena el riff de guitarra que da inicio a ‘To Bring You My Love’.
Todos tenemos discos, artistas, que de algún modo saben leer exactamente lo que necesitas para generar fascinación. En este caso PJ Harvey en general y To Bring You My Love (Island Records, 1995) constituyeron uno de aquellos momentos en los que uno va dejando de ser quien fue, para pasar a ser quien es. Hablamos de una obra maestra, que sobresale en un año en que la cantidad de discos fantásticos fue inmensa. Uno de esos trabajos que se quedará para siempre en tu memoria y en tu afecto. De los que, necesariamente, te marca para siempre.
Cuando la fugaz rock star da paso al mito
Venía Polly Jean Harvey de un par de trabajos, Dry y Rid of Me, que la colocaron de un plumazo en lo alto de la música británica. Sin paliativos. No hubo romano alguno que llegase, viese y venciese con semejante rotundidad. Con el dominio de la situación que manejaba PJ, capaz de regalar carisma por toneladas, de dejar boquiabiertas a audiencias que, en sus conciertos, ya se contaban por miles. De trabajar ya con productores de enorme calado, de montar una banda consolidadísima desde un inicio y, justo cuando todo iba sobre ruedas, mandarla al carajo.