Por dónde empiezo con... Neil Young
Sus nueve mejores discos (y los tres peores)
Ah, Neil Young, qué haríamos sin ti. Desde hace años, cuando alguien empieza a hablar de la necroporra, nos vuelve a dar miedo que un día te nos vayas. No en vano, eres una de esas pocas cosas con las que casi todo el equipo de Hipersónica, generalmente una jaula de grillos, podría ponerse de acuerdo.
Y ésta es hoy nuestra selección de los 9 discos imprescindibles, los mejores, de Neil Young. Pero también de los 3 peores, porque hay que saber bien de qué narices hay que salir huyendo.
Neil Young & Crazy Horse – Rust Never Sleeps
El alfa y el omega, el perfecto resumen de las dos caras básicas, los pilares fundamentales, del Neil Youngsismo. Por un lado, la acústica: seis canciones entre el dolor, la sencillez, la apatía y la empatía máxima. Por otro, el ruido y la furia, el chorro eléctrico desbocado, sin florituras, el más punk de los guitar hero. Rust Never Sleeps coge canciones en vivo y otras en estudio y las junta todas porque sólo podrían vivir así, en bruto.
El disco de ‘Powderfinger’, de ‘Thrasher’, de que pase el tiempo y te deje hecho una piltrafa. El disco de ‘Marlon Brando, Pocahontas and me’. El disco que dejó claro cómo era y a qué jugaba la industria discográfica. ‘My, My, Hey, Hey’ y ‘Hey, Hey, My, My’: da igual el orden en que las pongas, siempre me hacen llorar.
Neil Young – Zuma (1975)
Es 1975 y Neil Young ha pasado su peor época. Las muertes de Danny Whitten y de su roadie Bruce Berry, la creación convulsa (y autosaboteada) de Tonight’s The Night, el lanzamiento de On The Beach y las actuaciones de la época… Para cuando sale Zuma, sin embargo, aquella tormenta ya ha pasado. ‘Don’t Cry No Tears’, la canción de apertura, es su punto y final a la catarsis y da paso a uno de los discos donde Crazy Horse más brillan. No sólo porque algunas de las canciones que incluye Zuma sean lo más cercano al pop que Young haya compuesto nunca, sino porque para Crazy Horse sonar más brillante nunca es domesticarse
En Zuma, los solos te atraviesan de la cabeza a los pies, como un rayo que cae varias veces en el mismo lugar. Todo es glorioso, emotivísimo y tremendamente seminal: casi todo el alt-country y la Americana más eléctrica nace aquí (hostia, ‘Danger’), como casi todo el indie nace del segundo y el tercero de la Velvet.
Y, por supuestísimo, está ‘Cortez The Killer’, donde Young ya no puede obviar su guitarra más.
Neil Young – On the Beach (1974)
Neil Young - On The Beach (1974): la tristeza de la derrota
Aunque After The Gold Rush se haya llevado el premio del disco de Neil Young mejor considerado por la crítica y gran parte del público durante muchos años, es posible que la bola de nieve que son algunos de sus discos posteriores le acaben birlando ese puesto, con
En nuestro extenso repaso a On The Beach que os enlazamos aquí arriba ya os contamos la importancia radical de un disco que parecía menor y al que el paso del tiempo ha convertido no sólo en obra maestra, sino en pieza ineludible para entender a Neil Young… y a los convulsos años 70. No hay nadie que se lo salte, ni necesidad de hacerlo.
Envuelto en una (falsa) portada playera, y condenado durante muchos años al ostracismo por una industria musical contra la que arremete por cortarle las alas a la vez que le paga todos los caprichos (‘For The Turnstiles’), On The Beach es el final de los sueños de los años 60: ahora ya sabemos que hubo asesinos, vampiros capitalistas y ambulancias que van tan rápido que te acaban sepultando en el pasado.
Neil Young With Crazy Horse – Everybody Knows This is Nowhere (1969)
Aunque ‘Cinnamon Girl’ se ha llevado la fama (y sea una canción estupenda), el segundo disco de Neil Young me gusta especialmente por ese apasionante cierre en forma de diez minutos que es ‘Cowboy In The Sand’. Es también una canción definitoria de lo muy diferente que es este segundo disco del debut homónimo. Y también una muestra de los bandazos brutales que va a dar su carrera, como un péndulo balanceándose entre los paisajes más folk-rock (aquí presentes en muy baja medida, en ‘Round Round’ y en ‘The Losing End’) y la electricidad a chorro y profundamente emocional.
Es también culpa de esos Crazy Horse a los que Neil Young presenta en este disco, unos con los que no tiene problema en irse hasta los diez minutos (‘Down By The River’ o la ya citada ‘Cowboy In The Sand’) en desarrollos de guitarras que son la antítesis del guitar hero: parecen toscos, hechos a base de hostiazos sobre las cuerdas, en vez de finos y virtuosos. Se convierten, ya mismo, en la marca registrada de una música que se derrite en esa hoguera de cuerdas entrecruzadas y una voz agridulce, saltarina, pero en segundo plano.
Insisto: no caer en ‘Cowboy In The Sand’ es dar la espalda al rock. Y ver a Neil Young, en su segundo disco en solitario, negar tantas veces como Judas al Young refinado del debut es una auténtica gozada.
Neil Young – Harvest (1972)
Fue el disco en el que estuvo su primer y único número 1, la emblemática ‘Heart of Gold’. Fue también un disco contra el que Young se revolvió de manera inmediata: en vez de seguir lo que aquí había cautivado al público, se lanzó a publicar Journey Through The Past, disco y película, acribilladas por la crítica.
Pero el disco más popular de Neil Young es mucho más que el que marca la desintegración de CSNY, y que la memorable, radiante, Dylaniana y radiable canción que reventó en listas. Es una de sus obras más íntimas, con piezas tan delicadas y a la vez brutales como ‘The Needle & The Damage Done’ o ‘A Man Needs a Maid’ (muchísimo más sutil y frágil que su título). Incluso cuando en Harvest entra la Orquesta Sinfónica de Londres o cuando se aventura a la electricidad épica (‘Words’ es una canción que no te la acabas jamás), Harvest suena cercanísimo, amistoso, personal. Te habla de tú a tú y te trata, como oyente, como si quisiera recogerte, abrazarte.