Wes Craven, creador de pesadillas en serie
Algunas franquicias y amagos de ellas memorables.
Los maestros del terror han tenido dificultades para ser reconocidos como maestros artesanos del cine en comparación con otros grandes que no se han prodigado tanto por el cine de género. Por fortuna, los Carpenter, Romero, Dante y demás han recibido una justa revaloración en tiempos más recientes, siendo reconocidos como genios del arte y no sólo de un nicho que, por otra parte, muchos terminaron encasillados en él por falta de oportunidades en otras áreas.
El caso de Wes Craven es particular, porque sólo ha hecho una película que podamos considerar totalmente fuera del género (la olvidable Música del corazón, un drama bienintencionado y vehículo para Meryl Streep). Pero él quería ser un cineasta artesano tradicional, que hiciera encargos de manera eficaz para estudios. Sin embargo, su trayectoria ha dado no sólo unas cuantas joyas pesadillescas, sino que está detrás de varias sagas e intentos de sagas que se adelantaron a la fiebre por las franquicias que ha dominado Hollywood. Y en algunas hasta ha comentado esta fiebre por la secuelización.
Por supuesto, tiene muchísimas grandes películas que no son franquicias (por mencionar algunas predilectas: La serpiente y el Arco Iris, La última casa a la izquierda, la infravalorada El sótano del miedo). Pero resulta interesante estudiar a Craven desde su faceta de interesante creador de fantasías terrorificas de personalidad inmediata que luego han tenido base suficiente para continuar -de mejor o peor forma- con otras películas -suyas o no-.
Las colinas tienen ojos
Este quizá sea de los casos más curiosos, porque la secuela llegó casi sin querer por parte de muchos de sus responsables. Craven aceptó escribirla y rodarla tras el fracaso de La cosa del pantano y antes de que se estrenase Pesadilla en Elm Street, por lo que su carrera estaba en serio peligro de terminarse. Se rodó con casi aún menos dinero que la primera, que ya tenía un presupuesto exiguo, y se tuvo que detener la producción tras rodarse dos terceras partes de la película.
Acabó estrenando una versión a medias -empleando además parte del metraje de la primera- tras el éxito de Elm Street, pero de manera marginal, teniendo más tirada en mercado doméstico. Craven ha renegado de esta desde entonces. En ese sentido, más apreciable el remake que hizo Alexandre Aja en 2006.
Pero no es que faltase potencial para una continuación, quizá probando la vía desenfadada y satírica que probó Tobe Hooper en su secuela de La matanza de Texas. De lo que no cabe duda es que Craven hace una ambientación fabulosa en la película original, trazando a esa familia de mutantes con unas pocas pinceladas pero que reflejan de maravilla ese pánico a ciertas áreas y comunidades de la América profunda por parte de clases más acomodadas y adelantándose al terror nuclear de los ochenta al mismo tiempo que señala las pruebas realizadas por el propio gobierno estadounidense.
Aparte de eso, es una cinta fabulosamente cafre, muy resolutiva a pesar de no tener casi recursos económicos para nada. ¿Que La matanza de Texas hizo un poco mejor todo esto? Sí, pero Craven introduce unas dinámicas familiares en el núcleo de la historia que le da cierta singularidad. Y entra estupendamente.
Pesadilla en Elm Street
Este sí que es un clásico indeleble, quizá la película más icónica de su filmografía. Craven encuentra la manera de volver terrorífico el hecho de irse a dormir creando un villano estéticamente impecable y un clásico instantáneo. Moldea una ambientación fabulosa tratando de capturar esa elusiva sensación propia de los sueños, crea unas secuencias de susto muy eficaces y termina con un último zarpazo que te deja helado. Quizá no sea impecable, y su ritmo puede funcionar menos para algunos (yo he llegado a valorarlo con el tiempo y los revisionados), pero la figura de Freddy Krueger es innegablemente trascendental.