Antes de Bradley Cooper estaba Barbra Streisand
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Son crueles los designios de la opinión pública cuando huele algo que se puede traducir en desesperación. Bradley Cooper ha pasado en sólo dos películas como director de ser el esperado regreso del clasicismo autoral en el cine americano a ser un intenso que se toma excesivamente en serio su tarea de perseguir el oro del Oscar, siendo una diva de manías insoportables. Es difícil negar que su promoción de Maestro se ha visto como una exagerada muestra de ganas de ser el centro de atención, y pocas cosas causan más rechazo que ver a alguien tan exasperantemente necesitado.
Es fácil que resalte, no obstante. El director medianamente conocido en la actualidad o tiende a tomarse excesivamente en serio, siempre de una manera que se lee como apasionado por el oficio, o pasa a ser una simpática personalidad de Internet que “stanear”, ya que tiene oficio pero no se aprecia “intensidad” en lo que hace. Cooper cae entre medias, tiene un claro oficio en su dirección pero al mismo tiempo se centra en una clase de melodramas donde tiene control total fácilmente calificables como academicistas, y su fervor de cara al público se lee como ganas de ser una diva. Ahora mismo no hay un análogo haciendo lo que está haciendo, ni siquiera sus idolatrados Clint Eastwood o David O. Russell porque caen en otro saco donde no son considerados divas.
Aunque igual podríamos tener unas cuantas “divas” más intentando hacer cine americano. Porque ser una no está reñido con tener cierto talento o capacidad para hacer algo interesante desde renglones muy predecibles. Mientras Cooper ha ido cayendo por esta actitud, yo no he podido evitar pensar en que su imagen pública tiene ciertos paralelismos con la de Barbra Streisand como directora. Con ciertos matices de diferencia, ya que se sigue tratando de una mujer intentando trabajar en una industria de hombres, donde sus tendencias hacia la autoría total se aprecian como puro automasajeo de un ego descomunal.
No es mi intención negar la posibilidad de ese ego en sus películas. Sin embargo, es posible que los resultados más interesantes de su cine deriven de esa actitud de “diva”, que al mismo tiempo presenta cualidades específicas que, digámoslo, se han alabado en otros directores maníacos del control. Es muy discutible que Streisand se encuentre entre las mejores cineastas femeninas que han salido en el cine americano, pero sus películas resultan menos simples de lo que pueda parecer1.
No resulta simple ni en sus momentos más bajos, como podría ser el caso de su versión de Ha nacido una estrella. Aunque la película está acreditada a Frank Pierson, uno de los mejores guionistas del Hollywood de los setenta haciendo su segundo trabajo como director, siempre se ha comentado que Streisand terminó siendo la “ghost director” (el que ejerce realmente de director porque no se puede despedir oficialmente al que está acreditado) de este remake del clásico relato de pigmalión que termina regresando cada cierto tiempo. En su labor como productora además de protagonista, se van apreciando ciertas directrices que van a tener continuidad en sus películas donde ya ejerce oficialmente como autora total, por lo que está película sigue siendo relevante para el canon que nos (me) interesa.
La Ha nacido una estrella de 1976 sin duda pertenece a su época. Lo cuál no necesariamente habla de que tenga lo bueno de aquella época. Su estructura es clásica, pero no para de dar bandazos en su desarrollo, a ratos pareciendo motivada por el LSD pero sin dejar una sensación hipnótica en el espectador. A eso hay que sumar momentos que, bueno, son también muy setenta en los peores aspectos:
Streisand formando parte de un grupo que se llaman “Las Oreos” que, por supuesto, se compone de dos chicas negras y ella en medio.
Un concierto donde se proyectan imágenes de mujeres indias sin demasiado contexto previo o relación.
Kris Kristofferson teniendo un bajón existencial mientas alguien le sirve cocaína directamente en la nariz.