Divagando sobre el techno #1: 30 años de la ley antirave británica, el amago de Biden y la cosa valenciana
Similitudes a treinta años vista de la persecución y desarrollo de la pista de baile
Aunque la electrónica en su amplio espectro siempre tendrá su eterno sambenito con los prejuicios, desde el consumo de drogas —afortunadamente solo ocurre ahí— a la falta de implicación política, no son precisamente pocos los capítulos de acciones o guiños políticos, desde movilizaciones, a la militancia de Undeground Resistance con la negativa de firmar contratos con multis o trolearlas con antimarketing; o la propia autoorganización, que ya es per sé un posicionamiento nítido. Este 2024, concretamente el pasado 1 de mayo, además del día de la clase trabajadora traía otra efeméride: treinta años de la ley antirave británica, la conocida Justice Bill, que buscaba perseguir las raves que poblaban la campiña inglesa. Como ocurre con otros estilos, a veces se manifiestan a la vez escenas muy parecidas en diferentes lugares sin un aparente vaso comunicante. Así, el consumo de electrónica masivo, con su desarrollo e implicaciones fue similar en otros enclaves. Desde Reino Unido a EEUU, pasando por la ruta del bacalao/ruta del bakalao/sonido Valencia/movida valenciana/llámalo X, y por supuesto Berlín. Con sus particulares diferencias.
The Criminal Justice and Public Order Act fue la más conocida y represiva ley que se ha aprobado en las últimas cuatro décadas sobre la música electrónica. La más bestia en ese Reino Unido post-Haçienda pasado de un ácido importado y consumido en masa tras sus experiencias ibicencas, y en el que los soundsystems permitieron que masas de chavales ocuparan el espacio de terratenientes para fundirse en las profundidades de la noche y los viajes más allá del cuerpo. A finales de los 80, las fiestas empezaron a trasvasarse de la discoteca al espacio público (granjas, almacenes, naves, etc): las raves —de las rave-ups de northern soul de los 70s donde se bailaba toda la noche—. Con tics thatchterianos, aquello supuso una buena excusa para medir el lomo a más de uno con cuestiones que iban más allá de lo meramente musical: la propiedad no se toca. Acarreó una inaudita hasta entonces manifestación que supuso un maremágnum de gente de todo tipo y etnia, unida luchando contra una ley injusta. Incluso uniendo a actores con los que hoy parecería impensable forjar una alianza táctica: la propia industria musical.
Aunque la Criminal Justice Bill (CJB) se aprobó en 1994, ya se había impulsado una ley previa similar en 1990, pero esta venía a endurecer todo, buscando perseguir cualquier evento musical “caracterizado por la emisión de una sucesión de ritmos repetitivos”. Se traducía en multas para reuniones de diez o más personas, con penas de prisión de tres meses o multas de 2.500 libras esterlinas por incumplimiento. Quizá esto de la limitación de la reunión puede recordar a los años del 15-M y las movilizaciones de aquellos años de crisis. En ese 1994, esta ley, de paso, siempre de paso, afectaba también al movimiento ecologista, okupa… o entonces comunes activistas new age. Cada uno con su subcultura. Thatcher había dejado poso, así que ya que me pongo con lo de estos chavales, me llevo de paso a todo lo que implique movilización social. Ley Mordaza vibes.
Las fuentes de aquellos días atribuyen el origen de esta CJB al Festival de Castlemorton de 1992, en el que una rave ilegal congregó durante un fin de semana a entre 20 y 30.000 personas. Desde entonces y hasta la aprobación de la ley, la policía endureció sus medidas contra estas fiestas, a veces disolviendo las de Spiral Tribe (también en Castlemorton, y tras lo que fueron arrestados) incluso con retroexcavadoras y otro de tipo de actuaciones violentas. Cuando el Partido Conservador anunció que impulsaría la ley a finales de 1993, rápidamente ravers, djs, productores o sellos empezaron a organizar actividades para recaudar fondos que destinar para protestas y difusión de las tres grandes marchas que tendrían lugar en Londres, cada cual más grande, siendo la última repelida violentamente por la policía. Merece la pena sumergirse en el archivo fotográfico de Alan Lodge para ver todo.
Durante aquellos meses Lol Hammond (Spiral Tribe) fue portada de Melody Maker por estar contra la CJB, pero también Andrew Weatherall, Bobby Gillespie de Primal Scream o miembros de Fun-Da-Mental, entre otros. Dj Mag, Mixmag o The Guardian apoyaron el rechazo a la ley, mientras que el sello Sabrettes de Nina Walsh publicó el EP Repetitive Beats como protesta a la legislación, con colaboración de Spiral Tribe y Fun-Da-Mental. Por su parte, Totem Records editó el recopilatorio Taking Liberties con temas de Prodigy, The Orb, Aphex Twin como Caustic Widow o una remezcla de Orbital de ‘Are We Here’. Hubo otra compilación, No Repetitive Beats en Six6 Records, que incluía temas de Inner City o Terrence Parker, destinando los royalties a soundystems de Reino Unido como respuesta popular a la CJB. Ello sumado a tantos otros gestos, desde el Anti EP de Autechre con la fabulosa ‘Flutter’ —aquí tiene usted su música repetitiva— de la que os hablamos en Hipersónica Primigenia, con fondos recaudados a organizaciones de Derechos Humanos, a curiosas colaboraciones con Chumbawamba en modo dub house…
De esta forma, y a pesar de que la ley se aprobó finalmente en noviembre de 1994, se generaron espacios de trabajo y protestas que aunaban precisamente a ese público diverso de las raves; un espacio interclasista, de gente joven y adulta, con componente de clase trabajadora y profesiones liberales, comunidad negra, gays o trans, y en esa fase de edición musical, colaboración con las empresas discográficas. Según los testimonios de la época, en esa primera gran marcha de Londres participó un quizá entonces más desconocido Jeremy Corbyn (también Tony Benn), aunque finalmente el secretario general de los laboristas, entonces Tony Blair, no se opuso a la ley de los tories. ¿Tacticismo político?
La legislación supuso el regreso a una mayor clandestinidad y el desplazamiento de estas fiestas a otros espacios o ambientes como el okupa, aunque la mecha ya había prendido y se extendió por toda Europa. Eso sí, de forma paradójica, se habilitaron recintos acotados para celebrar estos eventos, con límites horarios y de decibelios. Supuso un germen no tanto de festivales, que también, como de macroeventos que llegan a nuestros días. Ideales para las marcas y la monetización. Lo que antes era underground, ahora estaba felizmente absorbido por el capital. Nada nuevo bajo el sol.