La música en las novelas de Haruki Murakami
Los premios que dan cuerda al mundo
«Cuando sonó el teléfono, estaba en la cocina con una olla de espaguetis al fuego. Iba silbando la obertura de La gazza ladra, de Rossini, al compás de la radio, una emisión en FM. Una música idónea para cocer la pasta.» - Crónica del pájaro que da cuerda al mundo
Eterno aspirante al Nobel de literatura, los Murabelievers seguramente acabaremos 2023 como todos los demás años anteriores: lamentándonos del olvido en el que de nuevo ha caído nuestro héroe, tildando de injusta una decisión de la que, en realidad, no tenemos puñetera idea. PERO al menos este año tendremos una razón para ser más felices: le han dado el Princesa de Asturias.
Como a Fernando Alonso.
Como tristes que somos, nos imaginamos a nuestro Haruki sentado junto al cristal de la ventana, en el que ve cómo el reflejo de las gotas de lluvia se muestran en un primer plano, con las luces de la noche de Tokio al fondo, mientras abraza una tarrina de litro y medio de helado, que ya ha pasado a mejor vida. E imaginárselo así, tan derrotado, hace pupa.
Nosotros sí te queremos, Haruki
A Haruki Murakami hay que quererlo, aunque quererlo se haya hecho ya tan mainstream. Y los que amamos la literatura y la música debemos quererlo más todavía. Porque si hay algo que predomine en el discurso del nipón es la continua presencia de la música, en infinitos estilos, dentro de todas sus novelas. Para evitar que el lector se moleste con el devenir del texto, debo aclarar que no me he leído toda la bibliografía de Murakami, por lo que adelanto mis disculpas si se echa en falta alguna referencia que, a nivel personal, se estime ineludible.
La cuestión es que uno va dibujando un paisaje más allá del que ofrece una novela al uso. Cuando Aomame se baja del taxi en el que circula, al inicio de 1Q84, mientras de fondo suena la ‘Sinfonietta’ de Janácêk, corre a buscarla en internet y a darle al play. Leyendo de la mano de la escucha, queriendo sentir todo lo que se haya podido sentir mientras el autor daba vida a la obra. 1Q84, en el que su otro principal personaje, Tengo, era un apasionado de autores como Duke Ellington o Louis Armstrong. La música clásica y el jazz, siempre presentes. Haruki Murakami yendo mucho más allá de la mera literatura, afrontando de forma casi involuntaria una labor educativa en lo musical.
Antes de eso, llegó Tokio Blues (Norwegian Wood). Seguramente la novela en la que la mayoría de nosotros conocimos a Murakami. Hablar de la importancia de la música en una obra que llevaba como subtítulo el nombre de una canción de The Beatles (Norwegian Wood) es casi absurdo. Pero en este primer encuentro con Murakami queda patente lo primordial de dejar claro cómo uno puede crecer dejándose influenciar por lo que escucha. A pesar de esa querencia por el pop en el título, de nuevo las obras clásicas de Bach, o el jazz de Ella Fitzgerald marcan la pauta a seguir por Watanabe, Reiko, Naoko, Midori y el resto de los personajes de una novela que perdurará para siempre en la memoria de cualquier lector. Comenzamos a sobrecogernos, y a enamorarnos de un autor que ha unido como pocos las pasiones que muchos compartimos.
Haruki, Kafka y Thom
En los momentos en los que Murakami se deja enamorar por la música más actual, llama la atención su fascinación, confesada en repetidas ocasiones, por Radiohead. Se plasma en Kafka en la orilla, una novela que vio la luz en el año 2002, un par de ellos después de que Kid A saliese al mercado y removiese por dentro al japonés, más amigo de otras etiquetas. Así, Kafka Tamura, protagonista de la novela, escuchaba el disco una y otra vez en su discman, mientras se enamoraba sin querer de la señorita Saeki, su anfitriona en una huída hacia ninguna parte, o el camionero Hoshino, en medio de su particular visión de la vida, se queda rumiando una pieza para piano, violín y chelo de Beethoven.
No hay un solo personaje de Murakami que no se defina a través de la música. De la que escucha, de la que siente o de la que suena de fondo en alguna cafetería en las que pasas tus noches de insomnio. En ese sentido, aunque After Dark siempre me ha parecido su novela más influenciada por un lenguaje cinematográfico, imaginarse ese mundo nocturno sin que suenen unos Pet Shop Boys y su ‘Jealousy’ de fondo, de la mano de piezas más instrumentales, o del mismísimo Burt Bacharach interpretando su grandioso ‘The April’s Fool’ sería mucho más aburrido.
Leer a Murakami mientras suena la música de la que habla. Ese capricho que algún día nos cumplirá la tecnología. Claro que en casos como los de Baila, baila, baila se convertiría en un pasatiempo que difícilmente podría ir de la mano. La energía que transmite su lectura, sumada a ese agradable enervamiento de canciones como el punto hortera de ‘Don’t You Want Me’, de The Human League, Elvis, The Beach Boys, Chuck Berry o Bob Dylan y esa ‘It’s All Over Now, Baby Blue’, llena de magia, haría terriblemente difícil la elección de seguir leyendo o, por contra, dejarse llevar por la música.
Bendita indecisión esta, a la que nos lleva la lectura de uno de los autores más reconocidos de nuestros días. Seguramente igual de merecedor de premios de renombre que otros muchos, tampoco más. Pero uno de esos culpables de que muchos vivamos la literatura con ese punto fan del que espera el disco nuevo de su banda favorita. O libro; que uno, con Murakami, llega a confundir una cosa y otra como si fuesen dos partes de un mismo ente.