Mozo dominguero #10: Burzum - Filosofem
No hay en el universo un prototipo de "persona cancelable" más evidente que Varg Vikernes. Y sin embargo aquí estamos: hablando de su obra
Autor: Burzum
Título: Filosofem
Año: 1996
Género: Black metal
País: Noruega
Discográfica: Misanthropy
¿Qué es realmente la cultura de la cancelación? En La cancelación y sus enemigos Gonzalo Torné trata de esbozar algunas respuestas. En su iteración actual, explica, la cultura de la cancelación no son más que "audiencias emancipadas". Audiencias que, tras años sometidas a los criterios exclusivos y autoritarios de la crítica y de los medios de comunicación, han encontrado en las redes sociales y en Internet una forma de exponer sus ideas, de hacer valer sus preferencias.
Audiencias que ahora tienen un poder, en resumen. Ya no dependen de un intermediario para elegir a sus artistas favoritos ni para validar tal o cual producto cultural.
Es una tesis interesante. Pongamos un ejemplo práctico. Supongamos que Hipersónica —la comunidad, no el equipo editorial— es una "audiencia emancipada" y que ha encontrado en Discord y en las redes sociales una forma de manifestar su criterio. Tal manifestación se ejerce sin filtros. Así, cuando Hipersónica —la comunidad, no el equipo editorial— decide cancelar a Muse por las numerosas barbaridades y crímenes cometidos a lo largo de su carrera, ejerce su legítimo derecho a la autodefensa. Se vale de un instrumento —la opinión publicada— que antaño estaba en manos de unos pocos.
Muse es un ejemplo fácil de entender, en tanto que su existencia pone en peligro el buen devenir de la humanidad. Pero si los últimos años nos han enseñado algo es que las "audiencias emancipadas" no tienen mayor o menor razón en su forma de actuar. Están emancipadas, no en lo cierto. Así, la cultura de la cancelación torna en algo problemático donde las líneas grises, los matices y las complejidades quedan arrasadas por la rotundidad de la discusión pública, una rotundidad, convendremos, hoy en día más avasalladora que nunca.
Cancelamos a personas —como a Win Butler por su molesta tendencia al acoso sexual— pero también a eras, a escenas, a ideologías o, en fin, a géneros musicales al completo. No redundaremos aquí en la insidiosa campaña mediática esbozada contra el "indie" durante los últimos años, sino que pondremos el foco en un género que, a principios de los noventa y en un país poco dado a la convulsión social, sufrió una ¿merecida? cancelación pública: el black metal.
Kristian Vikernes, también conocido como Louis Cachet, también conocido como Varg Vikernes, también conocido como Burzum, es quizá el ejemplo paradigmático de "persona cancelable". Es razonable argumentar que todos y cada uno de los actos cometidos a lo largo de su vida merecen ser cancelados. Entre sus grandes éxitos se cuentan:
Quemar varias iglesias medievales.
Atestar una treintena de puñaladas a su compañero de grupo.
Asesinar a su compañero de grupo.
Planificar un atentado en suelo francés.
Corría 1994 cuando Vikernes fue sentenciado a veinte años de cárcel por la justicia noruega. No sólo era un asesino: también se había convertido en un peligro para la seguridad pública prendiendo fuego a varios santuarios —por aquel entonces practicaba el neo-odinismo— y había causado un profundo escándalo social grabando y publicando música de índole satanista. Vikernes era un provocador y un hombre que nunca mostraría arrepentimiento, hasta el punto de sonreír frente a las cámaras segundos después de conocer su condena.
Ni siquiera los columnistas de El Confidencial más atolondrados los puritanos de la cultura de la cancelación podrán negar los hechos objetivamente cancelables de Vikernes, comenzando por un asesinato y continuando por la difusión de la ideología más abiertamente criminal de todos los tiempos. Vikernes, además, formaba parte de una escena, la del black metal noruego, cuya montaña de hechos cancelables es interminable. Entre otros:
El asesinato de un homosexual por el hecho de serlo.
La quema de (aún más) iglesias medievales.
El enterramiento de ropas para su posterior puesta en escena en conciertos, inhalando "la muerte".
La no-asistencia de un compañero desequilibrado y de tendencias suicidas e incluso su habilitación para el suicidio.
Y la publicación de un disco cuya portada era la cabeza volada en mil pedazos por un escopetazo del susodicho compañero suicida.
Todo lo que rodeó a aquello que se vino a bautizar como "inner circle" estuvo marcado por sucesos surrealistas, psicóticos, violentos, enajenados. Todo estuvo teñido de un extremismo a un tiempo paródico y muy real. Y sin embargo…
Y sin embargo el arte.
La figura de Vikernes es interesante porque plasma como ninguna otra el conflicto al que toda audiencia se ve sometida cuando debe evaluar los hechos imputables y el "legado" artístico del sospechoso. Vikernes, el hombre, el criminal, no merece ningún perdón ni ninguna compasión. ¿Pero lo merece su arte? Es una pregunta tan antigua como la propia historia del arte y que ha sido debatida y manoseada hasta la extenuación durante los últimos años. Woody Allen, Aziz Ansari, Louis CK, Roman Polanski… Hombres mejores, peores y aberrantes. Pero también ¿genios?
Vikernes, sin duda, no lo es, pero sí estuvo en el momento y en el lugar adecuado para catalizar los hallazgos artísticos de su escena y proyectarlos hacia el futuro. O mejor dicho: hacia la historia de la música.