Mozo dominguero #15: The Shins - Chutes Too Narrow
The Shins siempre fue un grupo de doble fondo: todo lo que en ellos parece simple esconde una complejidad intimidante. Sobre todo en las letras
Autor: The Shins
Título: Chutes Too Narrow
Año: 2003
Género: Indie pop
País: Estados Unidos
Discográfica: Sub Pop
La música es un arte democrático, en tanto que distribuye aleatoriamente su talento entre todas las capas sociales. Por lo general, no se requieren de aprendizajes academicistas para escribir una gran canción. Al contrario que en otras disciplinas, los marcos teóricos tienen un peso relativo tanto en el éxito de un artista como a la hora de ponderar las virtudes de tal o cual disco. Tienes una guitarra, un buen estribillo, un buen sentido del ritmo. Quizá puedas triunfar, quizá no. En ese espacio de duda se gesta la democracia.
Quiere decir esto que no hay un camino hacia el éxito, sino muchos. Es posible alcanzar las cimas más altas del onanismo progresivo a través de complejas sinfonías o sesudas composiciones, del mismo modo que es posible marcar a toda una generación renegando de la segunda guitarra y despreciando cualquier relleno más allá del segundo minuto. En la música, simplicidad y complejidad, amateurismo y profesionalidad, conviven de forma pasmosa.
Esto es algo evidente en la lírica. ¿Qué constituye una buena "letra"? Uno podría tratar de definir algunos parámetros objetivos: un buen dominio de la lengua, una poderosa comunicación de conceptos, un fino acople al ritmo, una generación de lemas coreables, etc. Lo cierto es que nada de esto por sí mismo hace a un gran letrista, pero todos y cada uno de ellos pueden conducir a una buena letra. La genialidad lírica, en los músicos, siempre opera en espacios un tanto abstractos. Si comunica bien y cala, todo lo demás da un poco igual.
Como resultado, los grandes letristas de cada generación no siempre comparten elementos en común. Allí donde Isaac Wood transmite su desencanto social y personal a través de una posición narrativa, de una observación en primera persona (And in a wall of photographs / In the downstairs second living room's TV area / I become her father / And complain of mediocre theatre in the daytime / And ice in single malt whiskey at night / Of rising skirt hems and lowering IQs / And things just aren't built like they used to be / The absolute pinnacle of British engineering), Patrick Stickles opta por la metáfora grandiosa y el soliloquio existencialista (I think the wrong people got a hold of your brain / When it was nothing but a piece of putty / Though try as you may but you will always be a tourist).
Ambos hablan de asuntos similares —la transmutación de la mente—, pero emplean herramientas dispares con igual éxito.
Ser un buen letrista no equivale a ser un escritor complejo. Siempre me han parecido brillantes las letras de El Palacio de Linares (Hemos quedado a follar / Y te he acabado contando que a veces no aguanto y pienso en la muerte) precisamente porque huyen de cualquier pretensión barroca. La vida, tal como es. El twee pop siempre ha acudido a letras ingenuas y simplonas que, en manos de compositores inteligentes, como Stuart Murdoch, resultan en pequeños estallidos de poesía (Colour my life with the chaos of trouble / 'Cause anything's better than posh isolation).
Desde la verborrea incontrolable de Dylan hasta el doble juego de ironías y sarcasmos de Byrne; desde la sencillez de Nick Drake hasta los excesos poéticos de Kiran Leonard; desde el tono confesional de Nacho Vegas hasta la inteligencia mundana de La Estrella de David. No hay un patrón, las posibilidades son infinitas. Es posible construir grandes simbologías y castillos conceptuales sin tener mucho talento lírico (Win Butler) o directamente sin letras (Godspeed You! Black Emperor). Pareciera pues que escribir una buena letra es algo fácil.
No lo es. Lo realmente complicado es conjugar todo lo anterior y contar las cosas con un lenguaje que nadie más haya imaginado antes. Elegir las mejores palabras para las mejores estrofas. Saltar de nivel. Ser James Mercer.