Mozo dominguero #17: Disco Inferno - D. I. Go Pop
Mediada la década de los noventa, el rock se conducía al abigarramiento y a la redundancia. Hasta que apareció Ian Crause
Autor: Disco Inferno
Título: D. I. Go Pop
Año: 1994
Género: Post-rock
País: Reino Unido
Discográfica: Rough Trade
Contemplada en perspectiva, la década de los noventa fue la más roma y plana del siglo XX, el menos romo y plano de todos los siglos. Quizá se deba a que el siglo XX no sea un siglo en realidad, sino una aglomeración de décadas franqueada a un lado por la Primera Guerra Mundial y a otro por la caída del Muro de Berlín. Aquello que Eric Hobsbawm vino a bautizar como el "siglo corto" en contraposición al "siglo largo", el XIX, donde el marco global de las cosas se mantuvo constante desde que una mañana de julio de 1789 los parisinos decidieran asaltar una cárcel.
Cuando Gavrilo Princip tuvo a bien disparar a quemarropa a cierto archiduque austriaco, todo aquello terminó. Los cafés literarios, los imperios multinacionales, los pactos tácitos entre burgueses y reaccionarios, el amable aplacamiento de las clases obreras, la "alta cultura". Desde entonces y hasta 1989, Europa se condujo al abismo para reconstruirse después. Para reconstruirse de cero. Durante ese "siglo corto" todo cambió. Absolutamente todo. Hasta que cayó el muro.
Casual o causalmente, el rock no fue ajeno a estos acontecimientos. Tras su génesis, el género se moldeó y deformó hasta extremos difícilmente imaginables en los años cincuenta. El estallido del punk, su implosión posterior y el surgimiento de distintas corrientes a partir de sus cenizas —hardcore, post-punk, synth-punk, art punk— abrió compuertas nuevas, introdujo nuevos lenguajes y empujó al "rock", entendido como gran abrigo musical y como corriente cultural, hacia sus límites.
Siempre me ha resultado llamativo que New Order y The Cure, dos grupos trascendentales para la década de los ochenta y para la evolución del "lenguaje rock", firmaran en 1989 sus respectivos últimos grandes discos. La frase de Robert Smith en Muchachada Nui —"un día vi un punto brillante en el horizonte y era mi talento, que se alejaba"— bien podría hacer referencia al 31 de diciembre de aquel año. Los noventa nos ofrecerían los dos últimos grandes coletazos del rock como movimiento de masas —grunge, britpop— pero ya no serían experimentales.
No avanzarían artísticamente al género. Excepto en un caso.
Es difícil identificar el origen preciso del post-rock. La primera referencia en RYM nos conduce a 1980 y a The Durutti Column, un grupo que sin duda encaja como un guante en los principios filosóficos y fundacionales del género, si bien no tanto en los sonoros. Otros sospechosos comparten similares características: Glenn Branca, This Kind of Punishment, los Sonic Youth de la no wave, los Swans post-Filth y pre-Children of God… Hay conexiones sonoras obvias, pero no un arco que articule sus discursos y los congregue ante un mismo público. Lo mismo se puede decir de Talk Talk, cuyo Spirit of Eden, marca quizá el punto de partida, que no el punto fundacional, para el post-rock que vendría después.
La idea era sencilla: agotadas las posibilidades retóricas del rock, sólo cabía deconstruirlo y llevarlo a extremos que anularan toda noción de "rock". Como ya hiciera el post-punk en la intensa resaca que siguió a 1977, el post-rock debía hacer rock deshaciéndolo. Para tal propósito servía cualquier vehículo narrativo o compositivo, cualquier voz del extremo. Es algo que un puñado de grupos británicos entendieron a principios de los noventa —Bark Psychosis, Moonshake— y que una mente privilegiada llevó hacia sus cimas más altas.
Ian Crause.