Mozo dominguero #19: The Last Shadow Puppets - The Age of Understatement
¿Qué dirán los libros de historia sobre Alex Turner? Creemos que si de él dependiera, no tendría dudas sobre qué grupo elegir
Autor: The Last Shadow Puppets
Título: The Age of Understatement
Año: 2007
Género: Chamber pop, indie rock
País: Reino Unido
Discográfica: Domino
Cuando hablamos de la "muerte del rock" hablamos en realidad de la muerte del rock como fenómeno de masas. Como el denominador común sobre el que se orienta y ordena la cultura musical de Occidente. Sobre el deceso de su reinado se ha escrito mucho, muchísimo, demasiado, hasta el punto de que no merece la pena abundar más en él. El rock brotó del subsuelo como un fenómeno marginal y se elevó a los altares gracias al nacimiento y a la fabricación de la cultura juvenil. Cuando millones de adolescentes lo adoptaron como santo y seña, el rock trascendió.
Cando lo abandonaron sucedió exactamente lo contrario: se fosilizó.
El vector adolescente explica el cénit y el ocaso de un género, por lo demás, vivo en el sentido literal de la palabra. Cuando los historiadores del futuro echen la vista hacia atrás y se pregunten no por su Waterloo sino por su Ligny, es decir, por su última gran victoria, serán muchos los indicios que apunten hacia un grupo: Arctic Monkeys. Hay otros sospechosos —y ninguno de ellos es The Strokes, por más que sean un lugar común—, pero pocos reúnen las mismas características que durante las décadas doradas del rock elevaron a sus grupos-bandera.
Al margen de las consideraciones personales que podamos emitir sobre su música, es evidente que Arctic Monkeys emitieron en una frecuencia de onda sintonizada por millones de adolescentes en todo el mundo. Sucedió primero en Reino Unido, donde el carisma natural de Alex Turner se convirtió en una herramienta promocional perfecta para que revistas, radios y televisiones ondearan por última vez la bandera del Acontecimiento Rock, en regresión desde los años dorados de Oasis y el britpop. Arctic Monkeys operaron como último suspiro de un pulmón, el del pop británico, institución nacional, camino del agotamiento.
Y sucedió también en Europa. El lanzamiento de sus dos primeros discos coincidió con mis años de adolescencia tardía, una fase de descubrimiento y reafirmación. Todos los chavales desinteresados en los géneros dominantes de nuestra generación —radiofórmula, flamenco pop, reggaeton o máquina— terminaron embelesados, parcial o directamente, por Arctic Monkeys y Alex Turner. Las nítidas referencias, la insultante verborrea de Turner, la mezcla de aceleración, oscuridad y pop parapetada tras sus canciones… Arctic Monkeys obsesionaron.
Lo hicieron además de abajo hacia arriba, al contrario de lo que los discursos musicales contemporáneos nos cuentan hoy en día. En España, a nivel mediático, había muy pocos rincones donde un crío de catorce años pudiera informarse sobre ellos. Arctic Monkeys fue el último grupo en surfear la ola de la sensibilidad rock entre los adolescentes, y también el primero en aprovecharse de las múltiples posibilidades de internet y la descarga de contenido.
El movimiento telúrico que Arctic Monkeys precipitaron tras su primer disco sólo es entendible y explicable a partir de Turner, de su figura como nuevo-hado-del-rock y de su peculiar mezcolanza de talentos e ideas artísticas. Una mezcolanza que, paradojas de la música, o quizá no tanto, nunca brilló tanto en Arctic Monkeys como sí lo hizo en un proyecto paralelo: The Last Shadow Puppets.