Mozo dominguero #41: Drudkh - Кров у наших криницях
¿Se le puede perdonar el fascismo al arte? Es una pregunta pertinente cuando uno escucha un disco magnífico dedicado a Stepan Bandera
Autor: Drudkh
Título: Кров у наших криницях (Blood in Our Wells)
Año: 2006
Género: Atmospheric black metal
País: Ucrania
Discográfica: Supernal
Cuando el pasado mes de febrero el idiota redomado de Tucker Carlson viajó a Moscú para entrevistar a Vladimir Putin difícilmente podía imaginar que se dirigía a una lección de Historia. "Si no le importa, me llevará entre 30 segundos y un minuto darle algo de contexto histórico", le espetó a la segunda interacción. Acto seguido, Putin inició una larga exégesis sobre la posición de Ucrania en la historia de Rusia: "El establecimiento del Estado ruso se puede ubicar en el 862, cuando las gentes de Novgorod invitaron a Rurik, príncipe varego, para…".
Casi veinte minutos después, Putin finalizaba su monólogo. Carlson, un imbécil profesional, le confesaba su sorpresa: "Perdone, ¿puede decirme en qué periodo? Ya no sé en qué momento de la Historia de la opresión polaca a Ucrania estamos". En la pregunta iba implícito el triunfo de Putin. Pese a sus muchos defectos, Putin nunca ha perdido su inteligencia. Si la Historia es lo suficientemente sofisticada nadie sabe disputarla, por lo que no se disputa.
En esencia, lo que Putin quiso comunicar aquella tarde fue una idea simple: Ucrania es Rusia. Son dos entes históricos indivisibles, dos caras de una misma moneda, un vínculo emocional y etnográfico eterno que Occidente jamás podrá romper. No hay nada impugnable en los intereses de Rusia sobre Ucrania: Moscú considera a Kiev una extensión de su territorio emocional, de su espacio geopolítico natural. Lo que acontece entre el Dniéper y el Volga son asuntos familiares.
Por supuesto, un ucraniano versado en la historia de su país negará todas estas ideas. Cuando Rurik funda la dinastía ruríkida a mediados del siglo X funda en realidad el primer estado eslavo: el Rus de Kiev. Putin interpreta en aquel proto-estado pseudo-feudal un antecesor remoto de "Rusia", unidad de destino universal. Pero este es un salto narrativo. El Rus de Kiev fue el primero de muchos estados eslavos. Que el Principado de Moscú terminara convirtiéndose en el actor hegemónico —ocho siglos más tarde— no tuvo nada de determinista y sí de casual, como casi siempre.
Sirva esta introducción para subrayar lo compleja que es la historia conjunta de Ucrania y Rusia… y la disparidad de miradas nacionalistas que la pueblan. Lo que nos lleva, como siempre, al exterminio. Lo que nos llevará, por definición, al black metal.
Una de las acusaciones más recurrentes de Putin a Zelenski y al resto del Gobierno ucraniano es la de nazismo. Herederos de Stepan Bandera y del Ejército Insurgente Ucraniano, los actuales dirigentes de Ucrania ocultarían en realidad un ánimo expansionista y criminal, tal y como hicieron sus antepasados durante la Segunda Guerra Mundial. Si Ucrania es nazi, y este es un argumento con mucho recorrido entre la izquierda europea —que acostumbra a oír campanas sin saber muy bien dónde—, la invasión de Rusia es prácticamente humanitaria. Una obligación moral.
Por supuesto, las cosas son más complicadas. Bandera y el Ejército Insurgente Ucraniano no fueron nazis —o al menos esa definición es más difusa de lo que parece—, pero sí colaboraron con los nazis. Bandera, uno de las muchas personalidades extremas de una época extrema, formaba parte de la Organización de Nacionalistas Ucranianos, consagrada a la independencia de Ucrania. Años atrás, la posibilidad de la autodeterminación había quedado sepultada por el peso del Ejército Rojo y de la burocracia soviética, lo que le llevó a las posiciones muy nacionalistas y muy de extrema derecha.
¿Qué implicaba entre 1930 y 1947 ser nacionalista y de extrema derecha? Muchas cosas.
Entre otras, el sueño de un estado homogéneo y racialmente puro —es decir, limpiezas étnicas—, resentimiento y un antisemitismo venial —es decir, más limpiezas étnicas—. Tales objetivos se superponían a los de los nazis, por lo que su alianza, como tantas otras en aquella Europa —en Estonia, en Letonia, en Lituania… en Francia, en Bélgica, en Países Bajos— resultó natural. Y de semejantes polvos, lodos horrendos —si alguien tiene interés, recomiendo leer Continente Salvaje o cualquier documento histórico sobre las incursiones del EIU en el sur de Polonia, la matanza salvaje de más de 100.000 polacos y la posterior venganza del Estado polaco en la Operación Vístula—.
Y es aquí, en este punto macabro de sangre, poder y hegemonía, donde llegamos al black metal. Y más en concreto a Drudkh.
No hay género tan obsesionado con la militancia ideológica de sus músicos como el metal extremo, y más en concreto el black metal. Su eclosión a mediados de los noventa, como vimos, estuvo protagonizada por toda suerte de actitudes y pensamientos extremos —desde la quema de iglesias hasta el asesinato de homosexuales—, lo que preñó al género de una estética autoritaria, violenta y marcial. Si bien estas ideas podían ser provocativas, para muchos grupos fueron algo más: la consecuencia de sus ideologías extremas.