Mozo dominguero #46: Vivian Girls - Share the Joy
Es posible reivindicar el pasado, ser un "nostálgico" y volver del pasado con ideas nuevas y valiosas. Es posible vencer a la intoxicación de la memoria
Autor: Vivian Girls
Título: Share the Joy
Año: 2011
Género: Garage rock
País: Estados Unidos
Discográfica: Polyvynil
Durante la última década hemos asistido a los horrores políticos de la nostalgia. Embadurnados de retóricas populistas y xenófobas, múltiples plataformas políticas, desde Alternativa para Alemania hasta lo que quiera que sea Donald Trump, han apelado a la nostalgia no como un adorno exótico, sino como su principal herramienta de articulación ideológica. ¿Qué propone Trump? Nadie lo sabe a ciencia cierta excepto por algo: "Make America Great Again". El pasado como certeza. El pasado como futuro.
Si bien la nostalgia y las apelaciones al pasado idílico de la nación tuvieron un peso narrativo importante en la gestación del fascismo, jamás se insertaron en su núcleo. El fascismo y el nazismo, en sus formas abyectas y terribles, imaginaron un mundo nuevo. Uno destinado a barrer los horrores de la modernidad, como el comunismo, pero nuevo al fin y al cabo. Hitler no aspiraba a recuperar la grandeza de Alemania: aspiraba a llevarla a un nuevo estadio.
Estas distinciones son importantes porque ponen tierra de por medio entre los años '30, tan referenciados durante ahora, y la realidad de nuestro presente. La escasa imaginación de los nuevos populismos nos ha conducido a la intoxicación de la nostalgia. Cuando millones de ciudadanos británicos votaron a favor del Brexit lo hicieron preñados de las ideas fantasiosas y mitológicas sobre el Imperio. No había línea de futuro para ellos, solo pasado. La memoria se convertía así en una amenaza.
"Nostálgico" se ha transformado en una acusación. También en la música. Hay motivos justificados para ello. La nostalgia musical, como la política, se constituye y edifica a través del prejuicio. "Ya lo sé todo, hasta lo nuevo lo sé", como explicaría Arturo Pérez-Reverte en boca de Joaquín Reyes. ¿Qué podrían enseñarnos a nosotros las nuevas generaciones, los nuevos músicos, los nuevos sonidos, que no hayamos descubierto nosotros ya en las verdades y purezas del pasado, en nuestros rincones de confort, en nuestra juventud? Podríamos culparnos, pero nuestra mente opera sobre estas trampas.
Esta forma reaccionaria de relacionarse con la música es, huelga decirlo, común a millones de personas. Tamaña universalidad ha logrado intoxicar el significado de la palabra "nostalgia": echando nuestra vista hacia atrás, corremos el riesgo de dulcificar e idealizar a los grupos y a los discos que disfrutamos durante la adolescencia. De adosarlos a experiencias, a estadios vitales más felices o despreocupados. Uno puede sentirse incluso culpable recreándose en los hitos de su memoria. ¿Fue 2016 un gran año en lo musical o fue 2016 un gran año en lo personal?
¿Dónde termina un respetable criterio y donde comienza una censurable egolatría?
Estas preguntas conducen a una duda casi filosófica: ¿existe una nostalgia saludable? En lo musical, opino que sí. Si la música es el arte más inmediato y emocionante del que disponemos, la nostalgia y la memoria funcionan como viajes en el tiempo. Escuchando los acordes familiares de una canción, la distorsión de una guitarra, la voz quebrada de tu cantante favorito es posible transportarse a un tiempo y a un lugar. La música dispone de una naturaleza casi sensorial que permite congelar en formol momentos, estados de ánimo, épocas.
De una forma más profunda que los fotogramas de una película o las hojas de un libro, las canciones de nuestra vida funcionan como pequeños archivos de memoria sobre los que nos volcamos gramo a gramo. Un inmenso backup memorístico que permite palpar el pasado. Y el pasado está lleno de horrores y trampas, como hemos visto, pero también está repleto de verdades, de lo que fuimos y somos. Y no se me ocurre mejor forma de edificar el futuro que entendiendo tu propio pasado.
Hay valía en la nostalgia. Es un aliado poderosísimo bien utilizado. Vivian Girls fueron el mejor ejemplo de ello.
Share the Joy me retrotrae a una noche de verano en el parque Palomar, refugiados del insoportable calor de Zaragoza, las copas de los pinos meciéndose por el cierzo, unos pantalones vaqueros cortados con unas tijeras en casa, convertidos en corto, veinte euros en la cartera, un sándwich BLT en el centro comercial de la periferia urbana, un verano donde no había mucho que hacer y por tanto teníamos todo por hacer. Share the Joy suena a esos mismos aromas, se refleja en los mismos rayos de sol de aquellas tardes, condensa las mismas emociones.