Mozo dominguero #51: Pale Saints - The Comforts of Madness
¿Qué ha hecho el shoegaze por nosotros? A tenor del interés que despierta en las nuevas generaciones, mantener vivo el rock, que no es poco
Autor: Pale Saints
Título: The Comforts of Madness
Año: 1990
Género: Shoegaze
País: Reino Unido
Discográfica: 4AD
¿Qué ha hecho el shoegaze por nosotros? Treinta años después de su eclosión y colapso, la pregunta es más pertinente que nunca fruto de su singular posición en la cultura contemporánea. Ya no solo se trata de que su sonido impregne generación tras generación a la siempre diminuta y autorreferencial "escena independiente", sino de su impacto en las formas de consumo generalistas. Por avatares del algoritmo que no logro descifrar, My Bloody Valentine y Slowdive figuran con regularidad en los reels y stories de Instagram y TikTok.
El shoegaze está de moda. Quizá nunca haya dejado de estarlo.
Se trata de la expresión más dominante y transgeneracional de cuantas produjeron los noventa, el único sonido que ha permeado más allá de los contornos de una década hoy constreñida a las cuatro paredes de su lenguaje, de su particular contexto histórico. Desgajada del "siglo XX corto" de Hobsbawm por la caída del Muro, nítidamente separada del siglo XXI por los atentados del 11-S y por el nacimiento de Internet como fenómeno universal, la década de los noventa fue su propia cosa. Una que hoy luce fascinante y ajena.
Observados con perspectiva, los noventa entrecruzaron ideas y formas de hacer cultura que apenas tenían referentes y que no se repetirían en los años posteriores. Esa peculiar intersección entre la música underground, radical e independiente, y su comercialización industrial mediante un formato barato y replicable (el CD) canalizada a través de un ecosistema mediático centralizado y con gran capacidad de prescripción (revistas, radio y televisión). Todo aquello que permitió el nacimiento de Nirvana moriría cruzado el umbral del milenio.
Fue un mundo propio. Y por eso sus dos formas sonoras más dominantes, el grunge y el britpop, apenas han cautivado a las generaciones posteriores: su memoria ha quedado tan hipotecada a su tiempo que carecen de sentido en otro contexto. La Generación Z ha acudido a los noventa con un propósito pseudo-nostálgico y provocativo, interpretándola como una suerte de utopía pre-tecnológica cargada de vaqueros oversized, digicams y el triunfo universal de la democracia liberal. Los noventa fueron El fin de la historia que anticipó Fukuyama, la culminación de miles de años de progreso humano.
Todas estas ideas, tan hermosas, hoy resultan lejanas y ridículas. Y quizá por ello el shoegaze haya despertado el interés de los jóvenes de nuestro tiempo. En su maraña de sonidos ensimismados, el shoegaze retrotrae a un tiempo idílico de relaciones sociales y políticas más simples. Se mimetiza con la ansiedad nihilista y discplicente de las nuevas generaciones —"The Doomer Genaration"— y opera como punto de fuga para la retroutopía: si no podemos escapar de nuestro futuro, qué mejor que escondernos en aquel pasado, uno en el que Loveless sonaba en todas partes —aunque no lo hiciera—.