Broadcast: Trish Keenan, cómo desearía que estuvieses aquí (I)
Una oda heroica a Broadcast, más de una década después de su pérdida
El 14 de enero de 2011, la realidad nos golpeó con su aspecto más absurdo: Trish Keenan había muerto, nos dijeron. “¿Cómo? ¿Pero si era jovencísima!”, nos preguntábamos mientras hacíamos cuentas de si alguien con 42 años podía desaparecer así como así, con una neumonía complicada tras una gripe (la H1N1, pero gripe al fin y al cabo) en pleno siglo XXI. Por aquel entonces, ni imaginábamos dónde íbamos a estar, mentalmente, diez años después. Ni las vueltas que daríamos al pensamiento de “es sólo una gripe”.
Keenan, Trish, murió de complicaciones de una neumonía tras haberse contagiado de la gripe porcina mientras estaba de gira por Australia con Broadcast, la banda que había formado con el bajista James Cargill en 1995. El tour australiano había concluido justo a las puertas de la Navidad: a partir de ahí, todo se fue a la mierda en nada, apenas dos semanas. Y su voz y sus teclados quedaron colgando en el ambiente para siempre, con el mismo aspecto fantasmagórico y pleno de melancolía que habían tenido desde, casi, sus inicios.
Nos quedamos en shock; recorrer sus discos sigue teniendo aún, una década después, mucho de eso.
Amantes y libros
En 1995, Keenan, que ya había estado probando suerte con el folk en Hayward Winters, conoce a Cargill. La leyenda es sensata en esto, y les une por primera vez dentro de un club en el que suena psicodelia a todas horas. Sensateria, se llama, aunque su carrera juntos será de todo menos sensata. Encajan, hacen click y forman Pan Am Flight Bag, nombre que desechan casi inmediatamente.
Hicieron bien, porque Broadcast emitían. Ya desde sus primeros pasos, el grupo construía sus canciones como ondas sonoras capturadas de aquí y allá, como si en los 90 alguien, desde el espacio exterior, recibiese las retransmisiones radiofónicas de décadas atrás y las usase para reconfigurar el puzzle. Había teclados retro, un bajo que pellizcaba, una voz a lo Hardy y sampleados por doquier. Su primer single se titula ‘Accidentals’ y se construye con fragmentos de la adaptación de ‘Accident’ (1967), guionizada por el posterior premio Nobel de literatura Harold Pinter; nada está sin pensar en Broadcast.
Empieza a aparecer, junto a ellos, el nombre Stereolab. Parte de culpa la tiene que sus primeros EPs aparezcan con Duophonic, el sello de Tim Gane y Laetitia Sadier. Otra parte de culpa la tiene el aspecto analógico, vintage, a veces cercano al lounge y a la vez marciano de sus canciones. Pero la comparación no se sostiene: mientras que Stereolab son cerebro y ritmo, Broadcast son emoción y psicodelia, algo que ya queda claro en el cuarteto fundacional que forma The Book Lovers EP.
Cargill y Keenan serán necesarios, pero a su alrededor el resto sólo contingente. Al principio estarán el teclista Roj Stevens y el guitarrista Tim Felton, a ratos también un batería, Stephen Perkins. Ninguno de ellos durará y, aún así, el sonido siempre será totalmente Broadcast. Living Room, su single de 1997, demuestra de nuevo lo particular de su propuesta en dos canciones que parecen mínimas pero van creciendo dentro de ti: su sonido es casi esquemático, la huella impresa que deja es enorme.
Ahí ya es demasiado: Warp, insigne sello de electrónica que ya en los 90 tiene todo el pedigrí de calidad, les ficha y recopila todo lo anterior en Work and Non Work (1997), el primer disco largo de Broadcast. Claro, con ellos no podía ser tan sencillo como “el debut”. Work and Non Work ni siquiera respeta el orden de los singles y el EP previo: tiran todas las cartas al aire y según van cayendo las van cogiendo. Da igual: sigue sonando con una coherencia increíble.
El ruido de la gente y sus extensiones
Tres años tenemos que esperar para el debut real de Broadcast, The Noise Made By People (2000). Como son incorregibles, el mismo año lanzan dos EPs más, con canciones no incluidas en el disco largo, Extended Play y Extended Play Two. Aquí ya queda claro lo corto que la etiqueta retrofuturista se les va a quedar: sí, Broadcast combinan la grabación analógica con la voz encantadoramente espectral de Trish, pero esto no es ni por asomo un disco de lounge raruno. The Noise Made By People, de hecho, es una travesía sombría en la que Trish sirve de faro.
‘Echo’s Answer’, el primer single, lo aventura todo: electrónica a cámara lenta, casi en el mismo espacio sensorial que el Kid A de Radiohead, hasta que Trish irrumpe, dulce, para dejarte temablando. El viento se ha marchado, lo invisible ha llegado, tus recuerdos están en marcha. El disco se abre desde un lugar parecido, la emocionante y misteriosa ‘Long Was The Year’, en la que la manera en que se arremolinan las diferentes percusiones nubla tus sentidos como oyente mientras Trish suplica sin que lo parezca (¿Te quedarás ahora que estás aquí? Sé como el sol que nunca se va).
Son canciones que no tienen los pies en la tierra, como tampoco ‘Unchanging Window’, noir musical de teclados maravillosos con un intenso aroma 60s que JAMÁS se hace del todo con la canción. ¿Por qué echaba la gente de menos a Portishead si tenían a Broadcast, que llegaban a sensaciones parecidas desde lugares de inicio y caminos radicalmente diferentes? ‘Minus One’, ‘Tower of Our Tuning’ y ‘You Can Fall’ representan el lado más dream, etéreo, pesadillesco a ratos. ‘Paper Cuts’ y ‘City In Progress’, el lado pop, con bajos punzantes y siempre la sensación de estar en una tormenta a punto de llegar (Your heart a place that no one sees / You can’t disguise your own unease)
Por supuesto, la guinda de todo este pastel es ‘Come On Let's Go’, una asombrosa canción krautpop: Avant-pop dulcísimo, de varios estribillos todos especiales, contagioso, con un mensaje claro (pase lo que pase, no estarás solo, no pierdas el tiempo en gente que no conoces y aférrate a los que te traten bien).
El disco es un mazazo emocional, especialmente si entras sólo desde ‘Come On Let’s Go’, porque todo transcurre muy diferente al single.