Estoy cansado de que la música sea sólo "contenido" y temo haber perdido esta batalla para siempre
O... "por favor, dadme un espacio pequeño, el nicho más ajado posible, en el que poder existir"
Asumámoslo: o peleamos y encontramos la manera o vamos a tener que sustituir la palabra "música" por "contenido". Las fuerzas más poderosas y cansinas que jamás haya existido en la industria cultural quieren que lo hagamos.
Daniel Ek, CEO de Spotify, ha insistido mucho estos últimos años en un mensaje así, mientras se mantenía en sus trece de no pagar más a cada músico por cada canción escuchada. Ek cree que el ciclo de grabación de música necesitaba romperse: un disco cada dos años no parece ser sostenible, hay que sacar nuevas canciones cada mes.
Es algo que encaja también con algunas de las dinámicas empujadas por las redes virales (que no sociales): cada día has de lanzar cosas nuevas, inundar el sistema y, de ahí, dejar que el algoritmo elija. Tus actualizaciones no tienen valor per se, ni la música que hagas, sino sólo porque echan monedas a la máquina tragaperras algorítmica.
Que, como la Tombola Antojitos, siempre toca, aunque no como nos imaginamos.
No estamos sólos en esta pelea, músicos y los (pocos) aficionados a la música a los que aún nos preocupa esto. Veamos por ejemplo otro trabajo creativo, el periodismo. Veamos a sus ejemplos más saneados (ya no a esos periodistas musicales españoles que se han pasado a autodenominar "creadores de contenido").
Desde que Emma Tucker llegó al cargo de editora del Wall Street Journal, se han sucedido cambios relevantes dentro de uno de los pocos medios que han conseguido vivir de las suscripciones de sus lectores. El más llamativo y principal es que Tucker no habla de periodismo: habla, también como Ek, de "contenido".
Y al hacerlo, siguiendo su modelo de crecimiento basado en datos y en mirar a cada minuto Marfeel, Chartbeat, Parsely y otras herramientas similares, pone las fronteras de uno y otro término: contenido es cualquier cosa que publiques que te dé posibilidades de picos de audiencia, contenido son fichas en la máquina tragaperras. Lo otro puede que sea periodismo o no, pero… valer no vale de mucho. Es un cambio radical en un periódico clásico.
En música, va aún más allá. Y no entraré hoy en las consecuencias formales sobre la propia música, o sobre la manera de escucharla. No hablaré sobre tener la mejor tecnología de fidelidad de sonido que jamás haya existido para acabar oyendo cosas en un bitrate chungo en el altavoz de un teléfono. Ni de que dé un poco igual nada de la obra si la escuchamos troceada. Hoy no me interesa eso: sólo el impacto brutal, como un sopapo a mano abierta, sobre “la escena”, “la cultura”.
Por mucho que nos prometieran que la reducción de costes y barreras de entrada de la digitalización iba a traer consecuencias positivas (mayoritariamente o todas ellas)1, la explosión post-pandemia nos ha dejado desnudos. A los músicos, frente a su empobrecimiento y las penurias (que no viene de "penique", aunque sea eso lo que se le paga a la gente que escuchas cientos de veces al año, si es que se les paga algo).
A los oyentes, ante la falta de opciones para resistir. Porque la conversión de la música en contenido, la necesidad de seguir echando fichas a la máquina tragaperras del Spotify, del éxito viral y de que te caiga la paguita festivalera, nos ha dejado en manos de las plataformas.
Veamos, tras 2008 se nos cayó la promesa tecnolibertaria: Internet, al calor de la crisis financiera mundial de aquel año, se fue transformando en el reino de las gramdes plataformas tecnológicas. Las conocéis, las usáis a diario, nos dicen qué y cómo ver, leer, oír, comprar. Facebook, Amazon, Google, Spotify, Apple... todas ellas, en sus distintas reencarnaciones, prometen a los "creadores de contenido" algo muy sencillo: la seguridad de tener a todos los clientes en un lugar muy concentrado. A los usuarios, la tranquilidad de que, si van allí , "estará todo".
Lo que piden a cambio es algo fácil de entender para todos los implicados: diversas formas de extracción de la renta. Hecho, es simple: dame tu contenido, sigue metiendo fichas (cuantas más mejor) y ya no tienes que preocuparte de nada más, salvo que yo me llevo una parte del pastel. Aquí abajo todos flotamos, que diría el IT de Stephen King.
Es la misma promesa que la del payaso asesino, en realidad. Porque tras la apariencia de lo beneficioso, de estar en un lugar cómodo y amigable, la trampa del contenido es maestra. Conocemos de sobra casos en los que las plataformas tecnológicas tienen tanto poder monopolístico que, de un día para otro, pueden cambiar por completo las reglas del juego que estas sean totalmente diferentes, o hasta incomprensibles, para quienes eran sus creadores. Y, a la vez, sabemos que esos mismos creadores no se podrán ir de allí al saber que es donde habitan y pastan sus usuarios/lectores/oyentes.
Las plataformas controlan, además, la distribución de lo que ocurre dentro de ellas. No, no hay decisiones aleatorias. Es un error haber creado "El Algoritmo" como ente malévolo en el que podemos cagarnos. Por supuesto que los algoritmos existen y guían decisiones de estas plataformas, pero haber escogido "El Algoritmo" como concepto nos debilita: le hemos puesto cara de enemigo intermediado a lo que son humanos mirando excels y tomando un cúmulo de decisiones tecnológicas nada casuales que primero fueron un problema cultural y social y han acabado siendo un desastre sin paliativos después.
No me iré, de nuevo, de la música (aunque el problema sea mayor si me voy a la capacidad retórica y discursiva de la sociedad y a la posibilidad ya de tener discusiones sobre algo). Si me quedo aquí, en este terreno, que tu Spotify te enseñe, en el modo aleatorio, sólo música con la que te sientes muy a gusto es un problema. Que haya todo un género indefinido y maleable, el streambait, con el que satisfacerte rápidamente es otro problema aún más grande. Que no tengas claro si lo que te enseña Discover (cualquiera de ellos, el de Spotify aquí) es payola o aproximación a tus gustos debería preocuparte. Y que la tragaperras viral y musical sea insaciable, a costa de cientos de grupos y músicos que no verán nada por su trabajo creativo, es terrible. Algo que han entendido a la perfección quienes están llenado esa máquina tragaperras de música falsa.
¿Pero de qué va exactamente “la era del contenido”? ¿Por qué Ek quiere que saques una canción tras otra, sin parar? ¿Por qué precisamente algunos de los géneros donde más ha importado el dinero, como el hip-hop (especialmente en sus variantes de 2010, todo lo que vino tras la ola trap), han sido los primeros en aceptar el cambio y adaptarse a él? ¿Por qué, seas oyente, músico, medio o sello, tienes que contribuir?
Porque el contenido, palabra a la que inicialmente aún le podemos adjudicar algún valor artístico, es simplemente un marcador de posición, un atajo directo, a la palabra de la que realmente vive el capitalismo de las plataformas: las horas de consumo.
Volvamos a Spotify y a su incapacidad manifiesta para dar beneficios. Una plataforma dominante, casi monopolística, con más 15 años de vida y más de 10 siendo “inevitable” en la industria musical, es un negocio fallido si la miramos con las reglas del Capitalismo clásico:
Ni una sola vez ha conseguido escapar de la zona de pérdidas netas. Lo domina todo, la industria baila a su son, así que debe de ser el negocio menos eficiente de la Historia.
Pero si la miramos con las reglas de la nueva era, la cosa cambia:
Eso es lo que mide ahora el éxito o no, cuánto tiempos pasas con la música puesta. ¿Escuchándola? Consumiéndola, puesto que la métrica principal para que puedan seguir creciendo las horas de consumo de cada usuario activo es “que suene de fondo”. Si fuera de escucha real, las horas serían mucho más limitadas.
Hay algo significativo en las encuestas de recuerdo sobre consumo de música: todos creemos, y así lo expresamos, que estamos eligiendo qué escuchar:
Pero, a la vez, la respuesta más común es que cuando más escuchamos música es mientras hacemos otras cosas, y no sólo pasear, sino tareas donde supuestamente necesitas foco2. Puede que en el acto inicial sí queramos escuchar música, y una en concreto: lo que pasa a partir de ahí es que se transforma en simple contenido, y para que Spotify sea “eficiente” como plataforma, la música no puede parar.
Es la misma esencia que la que opera en el doomscroll de Twitter, Tiktok o Instagram: antes de que puedas plantearte que tienes que dejar de estar ahí, la Plataforma ya te ha lanzado otro incentivo para que te quedes. Porque viven de tu tiempo de consumo.
Es algo que incluso uno mismo, como oyente, puede diferenciar cuando aún escucha música en formato físico: cuando acaba una cara del vinilo, o la música para en un CD, y te obliga a tomar acción, partido, a decidir si quieres escuchar más o no, a cambiar de artista. A elegir, algo que las plataformas nos esconden.
¿Recordáis acaso lo que era sentarse a escuchar un disco? ¿Darle el tiempo sin estar haciendo algo a la vez? Yo confieso que, durante años, sólo lo recordé de manera difusa: la época ente 2014 y 2017, “mi era del streaming”, mientras aún usaba spotify. También, y aunque correlación no es causalidad, los años en los que me harté de la música. Cuando decidí salirme de esa rueda, y tras un año de crisis real, de no poder oír casi nada nuevo, lo empecé a disfrutar todo otra vez3.
Alejándome de mi situación personal, y volviendo a consumo de contenido vs escucha de música: ¿tenemos elección, posibilidad de escapar? ¿Dejar de ser números que consumen y volver a ser oyentes que oyen a grupos que podrían ser su vida?
Sí, claro, pero necesitamos un esfuerzo por nuestra parte y no es sencillo: hay demasiados momentos en los que la única sensación que manejamos es la de querer mandar todo atpc. Y es así porque estamos cansados: yo lo estoy y tú también, casi permanentemente.
Si nos quedamos sólo a la música, y llamamos a todo esto la "Era de las playlists", el impacto inmediato de la cultura del single y la playlist es el agotamiento. La sensación de que, incluso aunque decidan por ti, y aunque sea una escucha muy poco activa, en segundo o tercer plano, acabas que no puedes más. Es lógico: puesto que nos necesitan todo el rato enganchados, consumiendo sus plataformas (escuchas, tiempo de estancia, número de playlists creadas), el primer incentivo que genera el sistema ficha-tragaperras actual de la música acaba siendo agotador.
Es fácil de ver incluso en los engranajes de la industria. A raíz de la discusión abierta por la agencia de management LaTrinchera en su Instagram, hace unos meses4, una de las palabras más repetidas fue "agotador". Contestar todos los correos, escuchar todos los singles nuevos, seguir las redes es agotador.
Y si encimas cobras poco, o lo que haces da poco rendimiento económico, si estás en esa zona de la cadena en la que está clarísima la diferencia entre el 1 y el 99%, todo toma colores neofeudalistas. Al echar más fichas en la máquina del contenido, hemos ido reduciendo el valor de cada eslabón de la cadena; toda ella se ha visto obligada a ofrecer más por menos: los grupos más canciones en menos tiempo por menos dinero a cambio; las promos, más artistas por menos presupuesto para mantener a menos personas; los medios, más actualizaciones por hora para menos gente y sin apenas trabajadores.
Las plataformas explotan tu fuerza laboral bajo la apariencia de democratizarla. Lo que te ofrecen a cambio de la extracción de la renta no es real: sólo explotación de tu fuerza laboral en forma de gamificación. Trabajarás para ellos con la esperanza de ser la excepción, el que triunfa, para recibir poco o nada a cambio, pero la sensación de estar divirtiéndote, jugando. Mientras no pares. Porque no puedes parar aunque estés agotado.
¿Quién gana? Salvo que nos queramos engañar, está claro.
Constellation Records, el sello de Godspeed You! Black Emperor, nunca se ha andado con chiquitas. Por eso no sorprende que el otro día lanzaran su alegato contra el capitalismo de las plataformas tecnológicas. "Con sus fantasias interplanetarias y sus mentiras nativistas, estos disociados y ponzoños amos del universo no ofrecen nada salvo desprecio a los que no son ricos. Su desenfrenada toma del poder tecnofeudalista y la explotación/gamificación laboral nos desposeerán e empobrecerán aún más a todos. Son ontológicamente antihumanos y son NUESTROS ENEMIGOS."
En su libro Capital is Dead, al que le podemos poner muchísimas pegas (pero hoy no hemos venido a eso), Mckenzie Wark realiza un hallazgo en la distinción entre tres tipos de capitalistas dominantes:
"Claro, sigue habiendo una clase terrateniente que posee la tierra bajo nuestros pies y una clase capitalista que posee las fábricas. Pero puede que ahora exista también otro tipo de clase dominante, que no posea ninguna de esas cosas, sino el vector por el que se recopila y utiliza la información».
La clase vectorialista, la que está al mando de las plataformas, el Daniel Ek que con tu dinero y el de miles de grupos a los que no paga se hace de oro, es el nuevo señor-que-siempre-gana. Incluso aunque dirija una empresa que no ha dado beneficios ni una sola vez desde que existe.
Él es quien no está agotado, y a quien le viene de perlas que los demás sí. ¿Has sacado hoy tu nueva canción? ¿Has escuchado el tema que no entró en la edición del disco que no compraste y que no has escuchado entero ni una sola vez? ¿Has subido a IG tu opinión al respecto? En lo alto del feudo, en el castillo, en la cúspide de la pirámide del contenido, ellos siguen ganando con una única promesa: o lo haces o no serás nada.
Pero sí seremos. No sé bien cómo. Me gustaría tener soluciones para que lo pequeño, escondido y al margen exista y no sea un espacio cada vez más reducido, en peligro de desaparición.
No sólo eso: sé que es necesario que exista. Que sin el underground no somos nada. Y que no, no puede estar generando canciones, discos, constantemente.
Quizás la solución es decir "no". Decir "más lento". Decir "no en automático". Pensar en qué haces y por qué. No lo sé.
Ser bidehuts. Ser lisabö. Ser todos los sellos que sacan música que a nadie parece interesarle (según las métricas de vanidad), de estilos que ya nadie escucha (según esas mismas), sin seguidores (que algo sea mayor que cero no le importa al capitalismo de plataformas, porque la promesa de la larga cola no existe: lo pequeño no rinde exponencialmente, y lo único verdaderamente BUENO es lo exponencial), y al margen por completo de las plataformas.
Ser como quienes con su simple existencia y sus ritmos al margen oprimen, por lo que se ve, al mainstream; al de ahora y al de hace 20 años.
Aquí, en un primer borrador de este texto, venía una lista de actos para enfrentarnos a "la música como contenido", "la era de las playlists" y los rentistas vectorialistas. Pero no soy un columnista de periódico, obligado a la hot take continua, ni un tertuliano de radio y tv, necesitado de proponer palabras vacías para llenar horas de contenido, ni desde luego soy ni quiero ser un cura en una homilía, sea católica, interseccional o marxista.
Tenemos elección, sí, pero decidme cuál es la vuestra. Pese a que no vaya a gustarme demasiado, y puede que a vosotros tampoco, puesto que nos va a obligar a esforzarnos. Al fin y al cabo, mientras nos sirven contenido no hay mucho más que hacer que darle al play, con o sin ganas.
Aquí abajo, donde todos flotamos, me ahogo de puro cansancio. In heaven, everything is fine, You got your good thing and I've got mine.
Es tarea de otro artículo, otro día, explicar cuáles eran las promesas y cómo en su inmensa mayoría han quedado rotas, así que hoy no las desgranaré.
En The New Analog, uno de los libros más importantes de los últimos años sobre cómo los cambios digitales nos han afectados como oyentes,
examinaba la importancia de la fricción del silencio, de la pausa entre canciones o discos, del momento en que la música para y el oyente regresa.
Aquí otro que volvió a disfrutar de verdad de la música al quitarse Spotify. Me compré un disco duro y volví a Soulseek y Rutracker. Escucho menos discos, pero presto más atención a lo que escucho y doy más oportunidades a cosas que no me atrapan a la primera, simplemente porque he hecho el esfuerzo* de descargármelas, pasarlas a Musicbee y al mp3, etc. Y si pasan 3 meses hasta que pueda escuchar el último disco hypeadísimo por la prensa musical, pues pasan 3 meses. Básicamente, estoy menos pendiente de El Discurso y más de la música en sí.
Me sumo también a la recomendación del libro de Krukowski (y de su newsletter) y aprovecho para mencionar "Streaming Music, Streaming Capital" de Eric Drott. Tiene un enfoque algo más académico (es un libro de Duke University Press), pero por eso mismo evita el sentimentalismo en el que cae a veces Krukowski (esas elegías a los metadatos…).
*Lol, lo sé, pero es una tarea hercúlea comparada con el modelo de degustaciones de productos de Spotify.
Pero es que la música, por su capacidad incontenible de adueñarse de un espacio puede ser algo utilitario, su forma de calmarnos o exaltarnos a la distancia de una forma subconsciente debe ser uno de los puntos recurrentes en el deck que Ek le presenta cada cuatrimestre a sus inversionistas.
Nosotros somos unos románticos, y es que, a diferencia de los niños de hoy en día, invertimos un esfuerzo importante para descubrir, localizar, transferir y reproducir obras de arte que viven para siempre conectadas a momentos de nuestra existencia pero es muy inocente pensar que es la única forma de relacionarse con la música. No veo por qué no habría gente que tenga experiencias trascendentales con lo que una playlist les puso enfrente. Y eso es un logro de la música no del algoritmo.
Spotify como software es malo e incluye todas las prácticas que silicon valley ha ido afilando en otros productos para perfilarnos a escuchar lo que mueve sus gráficas pero lo veo a la distancia y tener prácticamente toda la música grabada a mi disposición es mi sueño desde los quince años.
Yo uso Spotify sin remordimientos, Beth Gibbons me sacó lágrimas con su último disco porque pude sentarme a escucharlo con atención por 45 minutos, le agradeceré comprando su álbum, una camiseta carísima o viéndola en vivo si me es posible porque tengo claro que no hay forma de que las reproducciones sean suficientes.
Y claro que la solución es esforzarse, porque que la música sea o no contenido depende de nosotros, no de ese pedazo de software que como muchos otros hemos reemplazado sin problema a lo largo de estos años.