Mozo dominguero #3: Mikel Laboa - Bat-hiru
Hubo un tiempo en el que la revolución se hacía marchando al campo, charlando con el paisanaje y volviendo con un puñado de canciones tradicionales
Autor: Mikel Laboa
Título: Bat-hiru
Año: 1974
Género: Euskal kantagintza berria
País: España
Discográfica: Herri Gogoa
Mediada Cinco Lobitos, la maravillosa película de Alauda Ruiz de Alúa sobre cuidar y ser cuidado, Koldo, el padre de la protagonista, siente en el pecho un irreprimible ardor. Tanto él como su mujer se encuentran en un txoko degustando alcoholes y viandas varias junto al resto de sus amigos. Quizá por los efluvios del vino y del orujo, quizá por el ambiente de camaradería y confraternización que domina cualquier encuentro gastronómico vasco, quizá por un sentimiento de culpa que lleva fermentando muchos años, Koldo le entona unos bellos versos en euskera:
Hegoak ebaki banizkio
nerea izango zen,
ez zuen alde egingo.
Bainan, honela
ez zen gehiago txoria izango
eta nik...
txoria nuen maite
eta nik...
txoria nuen maite
Ante tamaño ejercicio de romanticismo, Begoña, su mujer, le mira con una mezcla de indiferencia y perplejidad. Estamos en Euskadi al fin y al cabo. La reacción de Begoña, por supuesto, obedece a motivos más profundos y menos amables para con Koldo, el afable, si bien terriblemente esquivo y disfuncional, hombre-español-del-siglo-veinte, tan capacitado para todas las nimiedades de la vida doméstica como incapaz para los grandes retos de la vida, sean figurados o literales.
Más allá de los vericuetos de Cinco Lobitos, lo interesante aquí estriba en la canción, en absoluto casual. Lo que Koldo recita en plena facultad de cariños y torpezas es un poema escrito en 1957 por Jotxean Artze, reconocido intelectual vasco de mediados del siglo XX. Artze formó parte del nutrido grupo de músicos, escritores y poetas que revitalizaron el euskera en uno de sus momentos más oscuros, cuando la censura franquista y la diglosia resultante del éxodo rural parecían condenarle sin remedio a la desaparición. Afortunadamente no fue así.
Y no lo fue, en parte, porque Koldo siente aún hoy el impulso de declamar su amor en euskera, por imperfecto que sea. Las rimas son de Artze, pero la melodía, inconfundible para cualquier asistente frecuente a las sociedades gastronómicas o sidrerías vascas, pertenece a Mikel Laboa, acaso el cantautor más relevante que haya producido jamás Euskadi. Laboa agarró los finos versos de Artze y los transformó en una melodía agridulce y delicadísima que terminaría insertada en la psique colectiva de Euskadi, y por tanto de una parte muy relevante de España.
El poema en cuestión, 'Txoria txori', se traduce torpemente como "El pájaro pájaro es" una sutil alegoría sobre la libertad que tan esquiva resultaba en 1957. "Si le hubiera cortado las alas habría sido mío, no se me habría escapado / Pero así habría dejado de ser pájaro, y yo lo que amaba era el pájaro". Es posible retorcer los versos de Artze hasta convertirlos en una rotunda declaración de principios políticos, pero sin duda sería llevar la intencionalidad del autor más allá de lo que imaginó en un primer lugar. Pocos artistas son literales hasta el absurdo. El arte, el buen arte, siempre juega en las líneas de lo indefinido, de lo sugerido.
Laboa se cruza con el poema en 1968 y compone una melodía y unos arreglos que lo acompañen. 'Txoria txori' navega por las desatendidas aguas del cantautor hasta que en 1974 decide poner orden y concierto en su creciente colección de folclore, minimalismo folk, poemas y digresiones experimentales —sus lekeitios, formas de expresión absolutamente radicales y abstractas, no se pueden entender desde otra definición—. El resultado es Bat-hiru, un disco doble titulado sobre una elipsis: bat, "uno", e hiru, "tres". Lo que aquí falta es bi, "dos", un disco compuesto por versiones de Bertolt Brecht censurado por el franquismo.
Para entonces, los resortes coercitivos y represores del régimen no son tan poderosos como antaño. Franco camina hacia su muerte, las Cortes tienen por delante la compleja tarea de transicionar hacia otra forma y el empuje de la calle, sean las asociaciones vecinales o los sindicatos universitarios, hace imperioso ventilar la habitación. Laboa logra publicar dos de sus tres primeros discos íntegramente en euskera. Su lengua había sido perseguida y estigmatizada, pero había llegado viva a la recta final del siglo gracias a su labor —como cantautor— y a la de otros creadores enrolados en el colectivo Ez Dok Amairu.
Sería inútil resumir aquí décadas de batalla por una lengua, el euskera, tan compleja y fascinante. Quizá por ello Bat-hiru haya envejecido tan bien y haya adoptado un tamaño tan desproporcionado, casi mitológico, en el imaginario colectivo —vasco y español—. El disco doble de Laboa ejerce a un tiempo de síntesis y de alumno aventajado de un movimiento donde se cruzaban tensiones irresolubles: ¿puede una lengua modernizarse y adaptarse a los tiempos a través de la recuperación de su folklore y de sus tradiciones, tan arraigadas y extemporáneas? ¿Puede la tradición, las canciones de la aldea y los usos musicales populares, darse la mano con la innovación en un lenguaje comprensible para el público moderno?
Bat-hiru es una respuesta soberbia a tales cuestiones: sí, por supuestísimo.
No es que Laboa hiciera algo único. Su tiempo está plagado de cantautores que, como él, caminan entre las aguas de la tradición y de las formas de expresión contemporáneas. La transición entre los '60 y los '70 está dominada en Europa por "nuevas canciones" —italiana, francesa, portuguesa, catalana, vasca— donde intrépidos autores muy jóvenes —y generalmente muy marxistas— acudían al campo a recuperar la esencia perdida de la nación. Ante los atropellos de un futuro acelerado e individual, nos contaban, no había nada más político y revolucionario que acudir a la esencia, a la patria más poderosa que habita en nuestro interior: la chica.
Así, como unos naródnik modernos, marchaban al pueblo y regresaban cargados de bandurrias y mandolinas, de canciones arcanas y tonadas viejas, de bocadillos de chorizo y botas de vino rancio. Venid y bebed, pues esta es la verdad. Bat-hiru tiene mucho de eso: una guitarra suave aporreada con fuerza bruta, un minimalismo secular, un aroma a caserío irrenunciable. Si el euskera quería introducirse en la vida moderna —y urbana— de los vascos debía, primero, entender de dónde provenía. Y provenía de lo más hondo de la montaña. Hacia allí miraba Laboa.
Esta caracterización peca de esencialista y también de cliché, en cualquier caso. Bat-hiru ha sobrevivido a su tiempo porque rezuma una modernidad salvaje. El mejor ejemplo de todo ello es 'Baga, biga, higa', un trabalenguas que se repite incesantemente a lo largo de ocho minutos y que culmina en una catarsis ruidista y ensimismada más propia de Scott Walker o de lo que muchos años más tarde vendríamos a bautizar como "post-rock". Algo que haría llorar de la emoción a Michael Gira, algo de lo que no pueden presumir todos sus coetáneos.
Baga, biga, higa
laga, boga, sega
zai, zoi, bele
harma, tiro, pun!
Xirristi-mirristi
gerrena plat
Olio zopa
Kikili salda
Urrup edan edo klik
ikimilikiliklik
Laboa no era un mero recopilador de voces antiguas. Bat-hiru no es un museo de lo vasco. Fue un compositor desbordante y sus discos quedaron atravesados de vida e ideas brillantes, ideas que aguantan cualquier embestida contemporánea que podamos plantearles. Prueba de ello son canciones como 'Haika Mutil' o 'Zaude lesai', donde introduce guitarras secuenciadas al revés, disonancias, gritos desafinados o sonidos directamente industriales. A la madera, Laboa le adhería hierros y acerías; a la naturaleza y al folclore, Bat-hiru sumaba la misma modernidad avasalladora que había transformado para siempre al País Vasco.
Así, es más sencillo pensar en Bat-hiru como uno pensaría en Chillida o en Saura: lo que parece mínimo es tan sólo la idea primigenia y brutal, sin amordazar ni constreñir. Hay que tener mucho talento para llegar a ella.
Huelga decir que nada de esto es lo que Koldo tiene en la cabeza cuando entona el poemita. 'Txoria txori' no se ha convertido en un emblema por nada de lo escrito anteriormente, sino porque es una canción muy bonita y elegante. Con todo, hay algo maravilloso en su cualidad reivindicativa, algo que retrotrae a tiempos que vistos desde nuestra perspectiva pueden parecer alucinantes: los años sesenta y setenta, una era donde lo político y lo irredento se proyectaba a través del folk de autor —entre otras muchas manifestaciones menos sutiles—.
Hay que agradecerle a Mikel Laboa que utilizara un vehículo tan hermoso para difundir ideas tan poderosas, si bien casi siempre implícitas, y que hoy en las sidrerías vascas se entonen los versos suaves de 'Txoria txori' antes que cánticos más verbeneros y elementales. Tenga hoy su uso una intencionalidad más estética o particularista que política es lo de menos. Hubo un tiempo en el que se pudo hacer la revolución a través de una guitarra acústica —"this machine kills fascists"— y es probable que nunca lo volvamos a vivir. Para todo lo demás, siempre nos quedará Bat-hiru.
Dice el refranero español que "mozo dominguero no quiere lunes". En Hipersónica, "Mozo dominguero" es una sección dominical presuntamente periódica donde
se para en discos concretos que le flipan sin más hilo conductor que sus ganas de que nunca sea lunes de nuevo.La serie hasta ahora consta de: