Mozo dominguero #42: Estopa - Estopa
Estopa siempre fue un disco capaz de defenderse él solo, sin necesidad de "la crítica". Ya es más de lo que puede decir Dani Martín
Autor: Estopa
Título: Estopa
Año: 1999
Género: Rumba
País: España
Discográfica: BMG/Sony
Durante los últimos meses hemos asistido al siempre penoso espectáculo del revisionismo histórico. En agosto, El Periódico de España publicaba un panegírico sobre La Oreja de Van Gogh donde se nos invitaba a revisar nuestras opiniones sobre el grupo: "Aunque llevan 26 años acogiéndonos en sus letras, la crítica aún no les ha dado el lugar merecido. Sobre todo, cuando Leire, Xabi, Pablo, Álvaro y Haritz han logrado lo más difícil en la música: trascender".
Como todo buen artefacto propagandístico, las bases de la discusión eran genéricas y abstractas. Qué constituye o constituyó "la crítica" es un misterio. De qué modo preciso se ignoró o despreció colectivamente a un grupo con varias decenas de discos de platino, apariciones televisivas y portadas de revista a sus espaldas, nadie lo aclara. Lo relevante del artículo reside en su idea, en esbozar una injusticia histórica que merece ser revertida. En la militancia, en suma.
Como toda militancia es por definición emocional, la discusión prendió una mecha de nostalgia en las redes sociales. Miles de españoles que recordaban perfectamente a La Oreja de Van Gogh fingieron sorprenderse ante su olvido. Otros, como Juan Sanguino, proyectaron un relato poco original: aislada en su torre de marfil, la "crítica" —ente informe e indefinido— había ignorado a La Oreja de Van Gogh a puro de prejuicio. Eran demasiado populares para ser tomados en serio.
Abierta la veda, llegó el torrente. La semana pasada Manuel Jabois entrevistaba a Dani Martín y juntos llegaban a similares conclusiones. "¿Le parece que la crítica, 20 años después, empieza a considerar a El Canto del Loco?", preguntaba Jabois. "Mira, no sé. Hace poco que un crítico me contó que se había encontrado con Diego Manrique y que se miraron los dos y dijeron: 'Joder, qué injustos fuimos con El Canto'. A mí me generó inseguridad que el nivel del éxito fuera contrario al de la credibilidad. Pero al público no le llegó a pasar", respondía Martín.
Por definición, el revisionismo es un oficio mediocre donde abunda el pensamiento gris, funcionarial y autoconclusivo. El ejemplo más evidente es Martín, un hombre tan limitado en tantos aspectos que fue estafado por su mánager durante años. Manrique, con bastante más altura intelectual, desmontaría la fabulación el mismo día de la publicación del reportaje: "Conmovedor pero pura fantasía".
Las palabras de Manrique son útiles para definir todo lo que hasta aquí hemos relatado: una invención. Se han cruzado varios fenómenos a la vez. Por un lado, el envejecimiento de la generación millennial, conducida a los últimos coletazos de su juventud y presa de la nostalgia. LODVG, El Canto del Loco, Melendi, Amaral… Tiempos más sencillos. Arrasados por una ola de música urbana y latina que a duras penas comprenden, los millennials nos hemos retraído hacia los protagonistas de un pasado dulcificado. España, 2003, Aznar, Noche de Fiesta, crédito fácil. No se estaba tan mal, ¿no?
Esta tentación tan humana se ha visto legitimada por el discurso poptimista, ideología dominante durante la última década donde a la popularidad le corresponde una valor artístico equivalente. Si eres famoso, será que eres bueno. En su fuero interno, Dani Martín sabe que el éxito de El Canto del Loco no habría sido posible sin un robusto aparato mediático que le aupara hacia la fama, una sólida estructura mercantil llamada "industria discográfica". Ante ese atisbo de duda sobre uno mismo, resulta natural rebelarse. Yo fui el dueño de mi propio destino. Yo construí mi fama con mis propias manos.
Nadie quiere sentirse parte de un engranaje. El poptimismo lleva diez años calmando esta ansiedad: la de los grupos, atormentados ante la idea de que sean sus recursos y no sus talentos los responsables de sus éxitos; y la de sus seguidores, atormentados ante la idea de que sea la industria y no su criterio quien moldee sus gustos. Si nos abstraemos de toda superestructura económica, si suprimimos la influencia del mercado y del dinero, solo nos queda el arte. Y todo músico triunfante debe ser, a la fuerza, un gran artista con muchas cosas que contar.
¿Qué hace entonces la autodenominada "crítica" ignorándole?
Este esquema de pensamiento no es exclusivo de la música —Marvel lleva una década intentando legitimarse entre los cinéfilos— pero adopta aquí contornos más robustos. También más escandalosos. Como Dani Martín o los miembros de La Oreja de Van Gogh sabrán perfectamente, las discográficas definieron de forma muy estrecha los límites de la aceptabilidad artística. Para acceder al circuito de productores, estudios, campañas y giras se debía cumplir con ciertos criterios sonoros e ideológicos. Siempre había sido así, al menos desde hacía algún tiempo.

Ese tiempo se puede ubicar a mediados de los ochenta, cuando las grandes discográficas adoptaron una posición dominante en el mercado y utilizaron una nueva tecnología de reproducción, el CD, para escalar sus negocios. Barato y de sencilla distribución, el CD desbloqueó ingresos inimaginables y también permitió a las discográficas estandarizar sonidos y criterios. Copadas las estaciones de radio, las cadenas de televisión y las revistas, la industria cerró sus circuitos. Los grupos se convirtieron en algo más: contenido. Si querías triunfar, tenías que adaptarte a las exigencias de una tabla de Excel y unas cuentas a cuadrar.
Quienes quedaron fuera de aquel proceso homogeneizador lo hicieron bajo su propia responsabilidad, como quien osaba asentarse en los territorios sin federar de los Estados Unidos. Reducidos a la marginalidad, los circuitos underground e independientes tuvieron que construirlo todo. Su circuito de salas, sus redes de apoyo, sus estaciones pirata, sus fanzines, su estética, su ethos, sus códigos y un sonido distintivo. Se podía vivir al margen del sistema. Era duro, hacía frío, mucha gente se moría de hambre. Pero se podía.
Si avanzamos cuarenta años, resulta llamativo que los hijos de la industria discográfica reclamen con tanto ahínco la legitimación de "la crítica", donde "la crítica", por si no ha quedado claro ya, es un espantajo dirigido hacia Rockdelux y una nebulosa indeterminada que comienza en la Apolo y termina en la Wurli. 200 personas a lo sumo. MTV o Los 40 Principales no eran "la crítica", por más que su poder prescriptor fuera mil veces mayor. Este detalle es revelador sobre lo que Martín y sus escribas piensan de los canales de difusión donde triunfaba: ahí no había "crítica", solo correa de transmisión comercial, contenido pagado.
Lo que todos estos grupos exigen es cerrar el círculo. Llevarse el éxito, el dinero y también la legitimación intelectual y artística. Las setas y los Rolex. El plato y las tajadas. Pues bien, es importante marcar una línea muy clara y negarles el triunfo. No van a obtener aquí la legitimación que tan visiblemente ansían. No hay que concederla. Y aún así hay que hacerse preguntas. ¿Es posible alcanzar el estrellato… desde la autenticidad y el talento?
¿Fue posible Estopa?