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Los mejores discos nacionales de 2011

The Black Keys — El Camino: constantes universales

Nirvana — Nevermind (1991): el sueño del espíritu adolescente

System of a Down — System of a Down (1998): deja que te guíe la locura

24 horas de fiesta con los Flaming Lips: la reseña de ‘7 Skies H3’

The Decemberists — Long Live The King: A rey muerto, rey puesto, pero éste nos deja tristones

Coldplay — Mylo Xyloto: cuando las cosas no son ni blancas ni negras

Lou Reed and Metallica — Lulu: la auténtica definición de despropósito

Veronica Falls — Veronica Falls: tocan a muerto en tu pueblo

Mastodon — The Hunter: una cuestión de actitud

Crystal Stilts — In Love With Oblivion: ama la Serie B

Anathema — Falling Deeper: estos cabrones te harán llorar

Girls — Father, Son, Holy Ghost: ella realmente me amaba, incluso cuando me portaba mal

Destroyer — Kaputt: exquisita orfebrería pop

Leprous — Bilateral: el triunfo de la excelencia

Pink Floyd — The Final Cut (1983): y el muro se vino abajo

CatPeople — Love Battle: cambiar de tercio para redescubrir todas sus virtudes

Devin Townsend Project — Ghost: ¿te has tomado un tripi Devin?

Woods — Sun & Shade: el don de la música joven

Extremoduro — Material defectuoso: ¡cuánto talento!

Fleet Foxes — Helplessness Blues: superando las expectativas

Vivian Girls — Share The Joy: tú y yo contra el mundo, otra vez

Beady Eye — Different Gear, Still Speeding: ¿dónde ponemos la nota de corte?

Bright Eyes — The People’s Key: diferimos en la definición de rock

Deathspell Omega — Paracletus: el fin de los días no será televisado

The Decemberists — The King Is Dead: vuelta al redil con mimbres añejos

Pink Floyd — The Wall (1979): la desastrosa gloria