Hace 30 años de 1995… y en 1995 hubo una cantidad indecente de discos GUAYS
Este post va a ser demasiado largo para tu email, pero no para tu vida
No mentimos, los hubo. Como es obvio que vivimos en una época en que las efemérides y el juego con la nostalgia vende muchísimo, y también porque estamos viejos, en Hipersónica no hemos querido desaprovechar la oportunidad de subirnos al carro, y presentaremos cumplido homenaje a un buen puñado de discos lanzados hace 30 años y que cambiaron la vida de muchos. Incluso aunque, como sí fue mi caso, no nos pillase en plena adolescencia, modificando pautas de personalidad y gustos que nos acompañasen el resto de nuestra vida.
Digo que no es el caso de todos porque, cuando surgió la idea de hacer este post, varios compañeros de edades en las que no les correspondía estar demasiado pendientes de la escena musical y sí de aprender a escribir (n.e: no lo hicieron, como ya sabéis), empezaron a enumerar los lanzamientos de metal, electrónica, etc, y el resultado empezaba a abandonar la categoría de “anecdótico” para pasar al cajón de lo “brutal”. No estamos seguros de qué conjunción de astros se produjo en aquellos 365 días, pero, incluso como descreídos y cínicos que somos, intentaríamos acudir a cualquier vidente de pacotilla para que nos echase una mano y algo así se repitiese.
Y tanto es así, que aquí, entre Ferraia, probertoj, Chou y Black, vamos a enumerar un largo puñado de discos con los que probablemente la mayoría estemos de acuerdo y, con todo, me soltaréis las pertinentes collejas (con razón) por aquellos que se habrán quedado fuera. Discos que, treinta años después, seguimos considerando imprescindibles. ¿Sobre cuántos años podríamos decir algo así?
Pulp — Different Class
Entre otras muchas cosas, seguramente 1995 haya sido el año de mayor esplendor del britpop. Os hablaremos de varias de las bandas que lanzaron sus discos cumbre en esas fechas, e incluso dejaremos en el tintero otros (Supergrass, The Boo Radleys) en el tintero. Y para empezar a hablar del britpop conviene hacerlo por su disco más brillante. Aunque siempre me ha sabido a poco meter a Pulp en el saco del britpop, siendo Jarvis un tío que ya podía afeitarse en seco cuando Albarn o los Gallagher no tenían ni pelusilla. Pulp llevaban 17 años de vida cuando llegó este Different Class. La enorme mayoría de los mismos, de absoluto anonimato. Sorprende, de hecho, la paciencia que tuvieron para esperar su momento, que no acabó de llegar hasta 1994, His ’n’ Hers mediante. Different Class es un absoluto referente. Uno de esos escasísimos discos perfectos. De la docena, en la vida de cada uno, que llega al 10/10. El que a muchos nos descubrió la inmensamente carismática figura del ya legendario Jarvis Cocker. Himnos generacionales como ‘Mis Shapes’, ‘Disco 2000’ o sobre todo ‘Common People’, acompañados del menor histrionismo de ‘Something Changed’, la locura hecha canción en ‘F.E.E.L.I.N.G.C.A.L.L.E.D.L.O.V.E.’ o esa enormidad de ‘Monday Morning’. Different Class es, simplemente, el que, nada más escucharlo, sabes que será uno de tus discos favoritos para siempre. De los que nunca faltaría en tu mochila para la isla desierta.
Radiohead — The Bends
Otro descubrimiento en edad en la que uno llegaba al instituto (por entonces hasta los 14, nada). ‘Street Spirit (Fade Out)’ fue la primera canción que escuché de Radiohead. Sí, antes que ‘Creep’. Hubo algo en la voz de Thom Yorke, en la delicadeza, la angustia transmitida, el nudo en la garganta, que removía el cuerpo y la mente de cualquiera que lo escuchase por entonces. Ahora son mi banda favorita, siento no resultar original. Hay una tendencia más o menos generalizada que tiende a decir que The Bends es el disco que más canciones bonitas tiene de Radiohead, y que OK Computer es su mejor disco. No me vais a encontrar apoyando esa teoría, porque entre papá y mamá no siempre es fácil decidirse. Ni falta que hace. The Bends es otro disco que, desde su lanzamiento en marzo de 1995, cambió para siempre la forma de sentir la música de miles de personas. Además de su cierre, ‘High and Dry’, ‘Fake Plastic Trees’, el empuje de ‘Just’ o ‘My Iron Lung’ forman parte de otro de esos discos que coquetea con la perfección.
PJ Harvey — To Bring You My Love
Ese inicio, ese riff repetido hasta la extenuación. Esa voz sucia y pecaminosa entrando en la canción que abre el disco y le da nombre. PJ Harvey empezando a coquetear con lo que hoy sabemos que es. La mejor rockera de la historia. En este caso, To Bring You My Love no supone un punto de inflexión para Polly Jean, que ya venía arropadísima por su intachable trayectoria previa, pero quizás sí su trabajo más notable hasta entonces. ‘Meet Ze Monsta’ dando clases de cómo dejarse las tripas en guitarra y voz, ‘C’Mon Billy’ elevando la emoción y controlando los tempos como lo hace quien ya se sabe muy muy grande, o ‘Long Snake Moan’ alimentando la nostalgia de quien echa de menos a aquella Harvey, a la espera de lo que la nueva nos entregará en los próximos meses. ‘Down By the Water’ dando pie a que muchos nos enamorásemos carnalmente de una rockera por primera vez. Que ese amor platónico todavía perdure en tu cabeza. 1995 elevando a otra artista quimérica.
Yo La Tengo — Electr-O-Pura
En 1995 los de Hoboken no eran precisamente unos principiantes. Editaban Electr-O-Pura, su séptimo disco, dentro de la que fue una década de trabajos incontestables. Por encontes Yo La Tengo parían discos legendarios como quien prepara palomitas en el microondas. Asistíamos, sin ser conscientes mucho de nosotros, al crecimiento de una banda que mezclaba estilos con insultante facilidad, sobresaliento en todos ellos. El shoegazing de ‘Flying Lesson’, los himnos pop de solvencia contrastada por el paso de las décadas, véase ‘Tom Courtenay’ o varios de sus cortes más experimentales, tejiendo maravillas en forma de ‘Blue Line Swinger’, poco después de componer las más hermosas melodías en ‘My Heart’s Reflection’. Escuchar Eletr-O-Pura es escuchar el disco de cinco bandas distintas, todas ellas punteras en la escena de cada una de las etiquetas que tocan.
Oasis — What’s the Story (Morning Glory)
Para muchos, ‘Wonderwall’ sirvió para acercarnos a una serie de sonidos, de bandas, de huecos que no conocíamos. Una de las obras cumbre del britpop, independientemente de lo aborrecible que pudiese resultar por aquel entonces la precocinada polémica del “¿tú eres de Oasis o de Blur?”. Los hermanos Gallagher ya habían editado el año anterior un disco de debut mayúsculo, y What’s the Story (Morning Glory) no solo les sirvió de espaldarazo definitivo, sino que les arregló la vida para siempre. Y con todo merecimiento. Toda una generación, en casi cualquier rincón del planeta, podría cantar a voz en grito los estribillos de ‘Roll With It’, ‘Don’t Look Back in Anger’ o ‘Champagne Supernova’. Escucharlo 30 años después, incluso siendo consciente de que Liam y Noel son hoy más personajes que artistas realmente interesantes, es sentir cómo el alma se te llena de juventud, de recuerdos, y de sentimientos que, escuchando música, habrás experimentado tan solo una decena de veces. El segundo álbum de los de Manchester estará entre los imprescindibles de millones de personas.
El niño gusano — Circo luso
Aunque seguramente su trascendencia pueda parecer menor, 1995 también fue un gran año para la música estatal. Fue el año de debuts discográfico de grupos que luego serían imprescindibles: Manta Ray, del que hablaremos después; o Acrobacia, el primer disco de Mercromina, recién nacida de la disolución de Surfin’ Bichos. Y, por si fueran poco significativos esos dos nombres, otro debut de 1995 fue el de El niño gusano, que entregaba un primer trabajo cargado de un lenguaje alocado, de psicodelia, pop luminoso, y ese surrealismo del que es casi imposible no hablar cuando mencionamos a la banda liderada por Sergio Algora. Al igual que cualquier otro disco mencionado en este post, Circo luso contaba con muchas canciones que empezaban a construir nuestra personalidad con mucha magia. ‘La mujer portuguesa’ es de las que se canta a voz en grito, bailando mal y a saltos, aceptando que la locura será parte indispensable de tu vida. ‘La ciudad de los loros’ explotándote la cabeza o ‘El hombre bombilla’ viéndose incapaz de evitar que su cara se escurra como chocolate caliente. Un caos por el que quieres dejarte arrastrar.
Bjork — Post
Otro mito. Otra artista con un impacto visual altísimo. Aunque, hablando de la islandesa, pocos detalles, visuales, sonoros o de carisma podemos dejar al azar. El inicio taladrador de ‘Army of Me’, acompañado de la delicadísima sutileza de ‘Hyperballad’. Casi no haría falta nada más para que Björk secuestrase tu corazón para siempre. ¡Qué demonios, conmigo lo consiguió sobradamente! El segundo disco en solitario de Björk confirmaba que estábamos ante alguien que marcaría una época. Aquí la tenemos, 30 años después, aguantando el paso del tiempo mucho mejor que otros coetáneos (algunos de ellos presentes en esta recopilación), pariendo todavía maravillas como Vulnicura. Björk introducía con enorme categoría elementos electrónicos que seducían a aquellos que no disfrutábamos especialmente con la electrónica. Te contaba cuentos al oído con todo el hechizo de ‘The Modern Things’, exploraba terrenos teatrales de la mano de ‘It’s So Oh Quiet’ o te regalaba el sueño de ‘Possibly Maybe’. Todo salía bien en Post.
The Flaming Lips — Clouds Taste Metallic
Otro disco que tuvo infinidad de ingredientes estupendos, muchos de ellos ya mencionados con anterioridad: locura, chispa, flechazo… el que sientes con esos acordes casi desganados de ‘The Abandoned Hospital Ship’, hasta la ruptura en la voz de Wayne Coyne, que ya daba muestras de adorable demencia por entonces. The Flaming Lips ya tendían allí al extremismo, sus propuestas eran de todo menos convencionales. ‘Psychiatric Explorations of the Fetus With Needles’ es un título que ya merecería la gloria por sí mismo. Si además se encuentra envuelto del encanto de ese sonido directo, de la quintaesencia del hit gamberro. Luego vendrían el confeti, las pelotas gigantes para caminar sobre el público, Yoshimi y todo eso. Pero por entonces, y aún ahora, Clouds Taste Metallic fue interpretado como un antes y un después en la discogragía de los de Oklahoma (más concretamente, el conjunto de Clouds Taste Metallic y el anterior Transmissions from the Satellite Heart). Las idas de olla posteriores se intuían, pero allí la enajenación estaba más contenida. En la justa medida.
Pavement — Wowee Zowee
Sé que me voy a meter en un laberinto de difícil salida, pero si hay una banda que representa a la perfección los grandes momentos del indie rock norteamericano de los 90, esos son Pavement (sí, y Dinosaur Jr., a Sonic Youth los meto en otro saco). Wowee Zowee marca el ecuador de su discografía. El tercero de los cinco que los californianos editaron en esa década. Stephen Malkmus descubriéndose como una de las voces de más carisma que aquella época, y su banda entregando joyas imperecederas: ‘Grounded’, ‘Father to a Sister of Thought’, ‘Grave Architecture’ o ‘AT&T’ fueron enamorándonos de un sonido que abanderaron como nadie. A Pavement muchos de lo que estaréis leyendo esto no llegaríais en 1995 (yo tampoco, como no lo hice con algún otro disco aquí mencionado), pero escuchar Wowee Zowee 30 años después permite entender la trascendencia de su figura. Lo legendario de su calado, y la mirada perdida de nuestros primos al horizonte cuando nos hablaban de lo grandes que fueron.
Slowdive — Pygmalion
La penúltima entrega discográfica de una banda que elevó el shoegaze y lo vistió de gala. Es probable que Pygmalion sea el disco más pausado de Slowdive. El menos ruidista, el que buscó más la calma y coqueteó, o algo más, con el ambient. La apertura con ‘Rutti’ y ‘Crazy for You’ es simplemente majestuosa. Trazando un camino en el que casi todos tropiezan, y ellos, sin embargo salen sin un solo rasguño. Pygmalion es un trabajo arduo, que exige mucho al que escucha, pero que regala mucho más si se le presta el cariño y atención suficientes. Que seguramente sirvió, junto con sus dos hermanos mayores, para que muchos grupos imprescindibles hoy (y con mayor éxito de público y ventas del que jamás tuvieron Slowdive) pusiesen, inconscientemente, las primeras piedras en sus proyectos musicales del futuro. ‘Trellisaze’ te sobrecoge sin pudor, y la voz de Rachel Goswell en ‘Visions of LA’ es lo más parecido a apuñalar tu corazón con una pluma. Pygmalion es la delicadeza hecha arma mortal, y a menudo dolorosa.
The Smashing Pumpkins — Mellon Collie and the Infinite Sadness
Antes hemos hablado de algún artista que ha resistido el paso de estos treinta años de forma bastante decente, incluso algunos de ellos brillante. Y luego está Billy Corgan, ese personaje que, visto hoy, da mucha risa, pero que hace un par de décadas era el líder de una de las mejores bandas del mundo. Este disco, doble, fue la culminación de un inicio de carrera brutal. The Smashing Pumpkins conseguían colarse en los hogares y corazones de millones de postadolescentes, llenarlos de preguntas, de rabia, de angustia. De todo eso que uno debe sentir cuando tiene esa edad. De moverse entre los mundos vampíricos de ‘Bullet with Butterfly Wings’, la desbordante energía de ‘Tonight, tonight’, todavía emocionante hoy, o esa rueda giratoria de sueños que fue ‘1979’. Es casi imposible encontrar tantos singles que marquen una época dentro de un trabajo. The Smashing Pumpkins lo tuvieron. Ya no lo tienen, pero sí lo tuvieron. Billy era un personaje envuelto en un aura de misterio que fascinaba, y no el chiste que es hoy. Ellos, los problemas con las drogas de Jimmy Chamberlain y Jonathan Melvoin (que falleció durante la gira de este álbum por una sobredosis) que contribuían a aumentar y alimentar la leyenda. The Smashing Pumpkins lo fueron casi todo.
Tindersticks — Tindersticks II
Uno nace. Empieza a gatear, a hablar, a controlar sus esfínteres y todas esas cosas que uno hace cuando es pequeño. Una vez llegada la edad adulta, descubre que tiene la voz de Stuart Staples. Es más, descubre que ES Stuart Staples. Justo en ese mismo momento, sabe que tiene la vida resuelta. Que tal y como otros dedican sus vidas a servir mesas, a levantar edificios o a intentar llegar a ministros, él puede cantar cosas tan escalofriantes como ‘A Night In’. Una de las voces más fascinantes de las últimas décadas. De esas que te dejan aturdidos. Además, Tindersticks II es un trabajo melódico sobresaliente. Ahí están ‘My Sister’, ‘Snowy in F# Minor’ o ‘Vertrauen II’, entre un caos orquestado y paradógicamente organizado. Como si Tindersticks supiesen en todo momento hacia dónde tirar, aunque los demás nos dejásemos llevar por la ignorancia y el destino. Por aquel entonces, Tindersticks lo tenían todo para ser una de esas bandas que, además de que te gustasen, tenían que gustarte. Siempre hay alguna así. Alguna que, si no acaba de convencerte, genera miradas que dicen calladamente “¿Cómo puede ser que no te gusten estos tíos? No tienes puñetera idea.”. Aunque, bien pensado, sería casi imposible encontrarse a nadie que no se rindiese al segundo álbum de los de Nottingham.
Blur — The Great Escape
La última muestra de lo que 1995 supuso, como edad dorada, para el britpop. Aunque yo por entonces era más de Oasis que de Blur, el cuarto disco de estudio de los de Londres fue otro momento imprescindible en su carrera, y en aquellos 356 días. Con todo, seguramente supuso un paso atrás con respecto al Parklife, punto álgido de su discografía, y que lo supondría para casi cualquiera. Aún con esas, Damon Albarn y compañía parían por entonces jitazos incontestables con cierta facilidad. The Great Escape contiene los incombustibles ‘Country House’, ‘The Universal’ o ‘Charmless Man’, pero también explora con mucha eficacia la faceta más pausada de Blur, como es el caso de ‘Yuko and Hiro’ o de ‘Best Days’, que definen tan bien o mejor los días de gloria que pasó la banda. Con todo, puede que muchos estemos de acuerdo en que The Great Escape no sea el mejor disco de los que ha grabado Blur hasta la fecha (vamos, no lo es ni de lejos), e incluso se me han quedado fuera otros que, a nivel personal, me gustan más. ¿Pero alguien, realmente, puede recordar 1995 sin que se le venga a la mente esta gente?.
Teenage Fanclub — Grand Prix
El pop. El buen pop. El de toda la vida. El que se honra a sí mismo sin necesidad de buscar segundos nombres a su etiqueta. Como si ser un disco de pop, ni más ni menos, no fuese lo suficientemente honrado. Teenage Fanclub tejen en Grand Prix 42 minutos de pop fascinante, hechicero y sobresaliente. Del que mezcla nostalgia y luz a partes iguales. Del que te hace elevar el enamoramiento de instituto, pero también hundirte gozosamente en las miserias de esa chica que te ha rechazado, y que pasa a formar parte de un conjunto inagotable de calabazas. ‘About You’, ‘Sparky’s Dream’, ‘Discolite’… recuerdos que, necesariamente, despiertan toda la morriña del mundo. Que te hacen sentir agradablemente viejo, y caer en frases que repitan que ya no se hacen discos así, que es lo que han dicho los viejos toda la vida. Hay que estar muy muerto por dentro para no haber sentido, tanto entonces como aún ahora, un clic emocional irrefrenable al escuhar Grand Prix en todas y cada una de sus canciones.
Dissection — Storm of the Light’s Bane
Empezamos fuerte, con black metal, como debe ser. 1995 fue un estupendo año para un género que en esa década explotó definitivamente y desarrolló un montón de vertientes. Para ese año Darkthrone ya había entregado todos sus discos imprescindibles y Euronymous había sido asesinado por un Varg Vikernes que ya estaba en prisión, pero muchos grupos se dispusieron a continuar su legado y llevarlo más lejos. Precisamente uno de ellos fue Jon Nödtveidt, quien años más tarde también acabaría encarcelado por asesinato, pero antes de eso firmaría con su banda Dissection uno de los discos más brillantes y desgarradores de la rama melódica del black metal. Storm of the Light’s Bane (Nuclear Blast) fue el esfuerzo más redondo de los suecos, lleno de canciones pletóricas y desgarradoras, ricas en influencias y feroces en su ejecución.
Fugazi — Red Medicine
Si Fugazi no hubieran existido en su momento, alguien tendría que inventarlos, eso es así. Eran un grupo inagotable, esencial y poco dados a los conformismos, así pudieron dar forma a una discografía casi excelsa con discos tan fabulosos como Red Medicine (Dischord). A estas alturas para Ian McKaye y los suyos el punk había quedado muy atrás, había que seguir experimentando y llevando su música aún más lejos. Por ello, se puede hablar aquí de un disco complejo y que no es fácil de asimilar, pero totalmente exquisito y lleno de buenos zarpazos como ‘Do You Like Me’, ‘Bed for the Scraping’, ‘Birthday Pony’, ‘Target’ o ‘Downed City’. Uno de esos discos que, una vez les pillas de todo el punto, se aferran a ti y no te puedes desprender de ellos de ninguna manera.
Monster Magnet — Dopes to Infinity
Los noventa, época de júbilo para el stoner, con Kyuss consolidado todo el camino recorrido desde los Sabbath hasta el desierto pero cuando la década llegó a su ecuador su llama se apagó. En 1995 se despidieron con …And the Circus Leaves Town (Elektra), alguien tenía que reclamar el trono del género. Dave Wyndorf se prepararía para poder opositar a dicho trono tres años más tarde, pero para ello tenía que ir dejando de homenajear el space rock de Hawkwind e ir escorando hacia el rock duro. Dopes to Infinity (A&M) no sería el álbum que marcaría esa transición, sino que también es su disco definitivo, el que más virtudes reúne, el que más jitazos atesora y el que más te puede vigorizar con sus guitarras de fondo mientras recorres el desierto. Su parte más psicodélica perdería peso posteriormente, pero nunca desapareció del todo, estaba esperando para volver con fuerza.
Death — Symbolic
Sería muy difícil que el metal extremo pudiera llegar tan lejos y desarrollarse de la manera que lo hizo sin la existencia de la figura de Chuck Schuldiner y sus Death que no sólo se erigirian como uno de los patriarcas del death metal en territorio americano, sino que contribuirían a llevarlo al siguiente nivel, a expandir sus límites tanto sonoros como de complejidad. Fueron uno de los mejores exponentes de la vertiente técnica del death metal y la cima de esta versión de los de Orlando se vería en Symbolic (Roadrunner). Todo el talento instrumental imaginable al servicio de la brutalidad inmisericorde y la muestra de porqué Death tienen una de las discografías más importantes de la historia del metal. Todavía estaban lejos de acabarse, pero los continuadores de su legado transgresor en el death metal ya estaban llamando a la puerta.
Ulver — Bergtatt: Et eeventyr i 5 capitler
Como he mencionado con anterioridad, el black metal estaba en plena expansión durante este año, con grupos que vivieron en primera persona el auge del inner circle noruego y optaron por desafiar sus inmovilistas preceptos, como harían …In the Woods o Ulver ese mismo año. Estos últimos junto a los franceses Blut Aus Nord expandieron el género, dejando volar más la guitarras y hacer el sonido más envolvente, dando forma a la vertiente más atmosférica. Aunque Ultima Thulée (Impure Creations) tiene argumentos suficientes para figurar aquí, me quedo antes con Bergtatt (Head Not Found) por ser, a mi parecer, un disco más ambicioso, más redondo en lo compositivo y más profundo en lo emocional. Si uno quiere bucear entre las nublosas tierras del black metal, este disco de los noruegos es parada obligatoria. Y no sería su único disco imprescindible, aunque el metal fuera alejándose de la ecuación.
Swans — The Great Annihilator
Nos os creeríais que iba a desaprovechar la oportunidad para reivindicar nuevamente a Swans. No huyáis tan rápido, la ocasión lo merece porque estamos ante uno de los discos más accesibles de Michael Gira y compañía, si es que el término accesible se puede aplicar a ellos. Tras más de diez años de carrera, los neoyorquinos dieron a luz su cima creativa con The Great Annihilator (Young God) recuperaba el pulso más rock que en anteriores discos se echaba más en falta, dando forma a algunas de las canciones más directas de su historia pero sin dejar de lado su lado más experimental y místico. Las dieciséis piezas aquí recogidas son simplemente hechizantes e impactantes, da igual las veces que regrese a él, siempre termino con los ojos como platos al igual que la primera vez.