Los nuevos hijos del art punk: el club de lectura de Slint
Esa gente que ha venido a tapar el revival del post-post-post punk
Hace ya unos cuantos años hablábamos bastante del revival post-punk, una tendencia anglosajona en clave indie que dio un periodo de gran protagonismo a grupos a los que presumiblemente hoy se echa poco de menos (los Bloc Party, Editors, Futureheads...). Después llegaron las formaciones del post-post-post punk que llamábamos en esta casa, con gente que iba desde Eagulls hasta Telegrams, pasando por Grave Babies, Protomartyr o los Preoccupations, otrora Viet Cong; y que apostaron por un sonido más abigarrado —sí, Protomartyr asomaron el hocico artie finalmente, y Preoccupations tenían cosas interesantes—. Poco después, desde hace unos años, ha llegado una nueva generación que impulsa lo mejor de todo aquello, dentro de un género tremendamente manoseado en su vertiente sencilla, sobre todo por el bajo cortavenista, o por esas guitarras primas hermanas de la new wave. Han pasado de todo aquél pack para mirar casi a los principios. Una vuelta al art-punk; un paso atrás a nivel temporal que puentea los últimos veinte años para volver a hacer excitante un estilo que ha generado una mochila con algunos buenos grupos y muchos más faltos de interés por apuestas compositivas cómodas y poco atrevidas. 2021 ha sido su año. El regreso del minimalismo, los interludios, la experimentación.
Se podría pegar un brochazo gordo y decir que hablamos del legado de Wire o Television, pero sería tramposo, pues las influencias son muy amplias. Y también más recientes. Una influencia híbrida y singular en cada uno de ellos, con la que Black Midi, Squid, Shame o Black Country, New Road, e incluso de otros aún más tapados como Nightshift, que bajo el paraguas art, ofrecen un cruce con el indie que les hace muy interesantes como a veces difíciles de intentar categorizar, han abierto en canal las posibilidades del estilo y derivados. Por otra parte, nada nuevo a nivel de contexto creativo: un nuevo ciclo que picotea lo necesario del pasado en distintas décadas para traerlo en otro envoltorio. Olvidados por el camino como los canadienses Ought lo hicieron, aunque con grupos coetáneos no tan inspirados. Si es suficiente para hablar de una escena, se puede discutir, pero desde luego sí de cierta ola o tendencia que desde Reino Unido abanderan esta metamorfosis del post-punk desde una perspectiva mucho más inspirada, creativa y renovadora que todo lo que nos hemos tragado en los últimos 15 años. Un paso atrás para mirar hacia adelante. Cada una juega en sus propias coordenadas. Manteniendo la premisa de unos ejes comunes relativos a la propuesta conceptual, cada uno barre para casa; unos tiran más por lo indie, otros por lo progresivo, y otros más por la experimentación. Una paleta amplia en la que saborear muchas aristas a gusto del consumidor.
Post-hardcore, post-punk, post-rock… Post-todo, y más
En el caso de Black Midi, en su notabilísimo Schlagenheim (Rough Trade, 2019) dejaron sobrada cuenta de la amplia gama con la que juegan, con postulados de la corriente no wave, algo del post-punk clasicón, noise e incluso post-hardcore. En resumidas cuentas, un compendio de prestados de otros estilos que convergían bajo unos postulados del espectro independiente que se descontrolaba, explotaba y se frenaba en seco a lo largo de sus nueve temas. Una locura de debut y, seguramente, el primero de los grupos importantes de esta nueva hornada que viene desde las islas y que por suerte van creciendo en sus propuestas.
Además, de ellos hay que destacar, más allá de su gran inspiración estilística a la hora de fusionarla, lo buenos músicos que son, cosa que se aprecia perfectamente en sus directos, en esa batería tan presente y dinámica, o en lo bien que juegan con esas alternancias entre ruido y silencio, aguantando bien para después explotar. Un motor imprevisible del que es difícil predecir por dónde va a salir, algo que se vio en su debut y en Cavalcade (Rough Trade, 2021), lo que les hace un grupo excitante. Por su debut olían a Unwound, Polvo o Talking Heads. Desde los canadienses Ought no se veía una propuesta de art-punk tan interesante en estos últimos años. A ello hay que añadir también la lírica de sus temas, sin limitarse a letras crípticas o abstracciones. En su debut había referencias a la gestión del agua de un lago de Michigan, corrupciones y contradicciones de problemas de gestión de agua en una potencia como EEUU.
Los mejores debutantes…
Asimismo, en su flamante segundo largo, Black Midi han pasado claramente de ser un conjunto más orientado al espectro independiente, a acercarse más a un público del ámbito de lo progresivo, con un mayor nivel de experimentación, en el que han estirado todas esas aristas experimentales que mostraron en su debut hacia terrenos más densos. Un álbum avant-garde que hace su entrada más difícil y menos accesible que su trabajo de hace un par de años, pero que sigue siendo una muestra del desparrame de talento, energía y creatividad del grupo inglés. Como ya explicó el compañero Black Gallego, de ese olor a Unwound, Polvo y todo el post-punk, post-hardcore, math-rock y otras etiquetas compuestas, ha desaparecido de forma importante para dar paso a la experimentación de Mr. Bungle. Un paso que quizá descoloca a todos los que disfrutaron el primer LP, pero que no puede extrañar vista la amplia paleta sonora que manejaban. Y sobre todo, los posibles caminos que el debut abría. De unas coordenadas sonoras amplias que estaban en un terreno claro, el del underground, ahora han deslizado estas al progresivo, donde obviamente no hay un único protagonista, sino que sigue habiendo un hilo conductor que toca el progresivo, jazz y avant-garde. Un trabajo de lenta digestión, pero sin ninguna duda en unos altos niveles de interés. Como mínimo del debut. Giros sorpresivos propios de grupos de enorme ambición y talento. De grupos grandes.
Asociados a los anteriores, 2021 ha sido también el año del debut, debutazo (y para esta casa disco del año) de Black Country, New Road. Un amplio conjunto que al igual que el debut de sus colegas, con quienes además comparten proyecto (Black Midi, New Road) al menos para experimentaciones y actuaciones en directo con Black Midi, su ópera prima orbita más en terrenos de lo underground de hace varias décadas. En un amplio espectro parecido, donde hablar de post-punk se queda corto, ya que hay parámetros que recuerdan al totémico Spiderland (Touch and Go, 1991) de Slint con ese post-rock cortante y repleto de tensión, pero también a la experimentación de devaneos con el avant-garde de nuevo y el jazz en 'Science Fair'. Un tema que ya te mete en materia tras la carta de presentación del inicial tema instrumental o esa 'Athens, France'. Art-punk de tomo y lomo para después caer en puntos comunes de todo el amasijo de referencias que saltan al oído cuando suenan.
A diferencia de Black Midi, ya en este primer álbum, a pesar de pasearse por derroteros más del indie rock y el art ('Sunglasses'), tienen ese toque distintivo del saxo, arma que también emplean para darle un cariz de más peso a su pata experimental que se balancea durante todo el álbum. Ayudando a crear esa suave y contenida intensidad creciente en 'Track X' que sí se estira y despliega en el tema de cierre. Quizá el de mayor dramatismo, tensión y que condensa esa gélida tensión del art punk con amagos de avant-garde que podrían llevar de una forma natural al segundo álbum de Black Midi, de seguir así. Un caso en el que el propio debut ya abre esas puertas más explícitamente que las exploradas por Black Midi en su segundo largo. Sin que ello signifique que las atraviese, como han hecho estos últimos con Cavalcade. Un tremendo álbum de cambios de ritmo, adrenalina, una ambientación que te sumerge en su mundo, plagado además de referencias oriundas, sociales y culturales.
Por otra parte, desde Brighton llegaba también este año el debut de Squid con Bright Green Field (Warp, 2021), de toda esta hornada de nuevas formaciones del art punk, la que más se asemeja o quizá sea más directamente heredera a nivel de sonido a Talking Heads, incluso con su vocalista Ollie Judge en un tono que puede recordar a David Byrne. La sombra del clásico inglés sobrevuela de forma muy evidente en temas como 'Boy Racers' con esas guitarras pseudo new wave o en 'G.S.K.', aunque cómo no, y eso es lo que hace mucho más apasionante al grupo y en general a estas nuevas bandas, es el amplio abanico de referencias. En ese último tema están también esas secciones de viento, como lo está en varios cortes del disco, sea para tirar más por el lado experimental como en 'Documentary Filmmaker' o 'Global Groove', y en otros brotes casi de progresivo a lo Black Midi.
La dulce locura que se encuentra en estos trabajos, y que en el caso de Squid, tiene su obvio punto álgido en esa 'Narrator', saxo inclusive, con la colaboración con la oscura vocalista Martha Skye Murphy. Un tema que quizá llega demasiado pronto en el minutaje del álbum, porque estira toda su locura durante casi 9 minutos en los que convergen todo el talento del grupo, el ritmo cortado, la sintonía sinuosa a la que juegan guitarras y bajo con sus arpegios… Un crecimiento sostenido con unas distorsiones que rompen la fineza anterior, desatando una suerte de éxtasis que languidece al final dejando solo el estertor. Al tiempo, como otros congéneres, tampoco esconden su raíz que viene del espectro del indie rock, donde encontrar retazos de Modest Mouse en la impronta de cortes como 'Peel St.', GSK o el propio tema de cierre; además de las guitarras cortantes, recuerda también el tono vocal a la hora de gritar o en ocasiones el ritmo de la batería, importante en los medios tempos del veterano grupo. En resumidas cuentas, un completísimo álbum, una simbiosis de descaro, tensión y muchos momentos para la experimentación que tanto les gusta.
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Segundas oportunidades y otros proyectos a seguir
Por otra parte, y como ejemplo de evolución y fuera de los debuts, 2021 también ha sido el año del nuevo disco de Shame, Drunk Tank Pink (Dead Oceans, 2021), que ha venido a superar muy de largo el nivel mostrado en 2018 con Songs of Praise (Dead Oceans, 2018). Aquél fue un primer trabajo sin personalidad, de muchos lugares comunes, con un sonido poco original en el que tendían a esas guitarras más robustas y borrachuzas a lo Idles. Pero entraba dentro de unos parámetros que una vez más, empezaban ya a cansar por sonar a lo mismo. Sin embargo, con este segundo largo han dado con el clic, el paso razonable de otros compañeros de generación y país, subirse a una ola, aunque no a su cresta. Para eso aún les queda, pero sin duda Drunk Tank Pink ya huele a otra cosa. Ya es otro grupo.
Un álbum en el que seguir encontrando coordenadas sonoras de considerable enjundia, pero sin los mismos atajos cómodos del debut. Más trazas art punk, o lo que es lo mismo, más experimentación, más pausa, fusilamientos finales (o no), pero utilizando otros caminos. Y ahí queda el inicio del álbum para demostrarlo; con una ‘Alphabet’ que puede sonar a los primeros Black Midi, una ‘Nigel Hitter’ que por el ensamblaje de su instrumentación también puede sonar a Talking Heads en esas baterías y guitarras newwaveras, o un ‘Born in Luton’ que tiene cambios de ritmo y que no busca demoliciones previsibles. Cortes que repiten unos patrones que se irán repitiendo después hasta el final del disco y que muestran que se han subido a tiempo a la ola correcta, sin esperar tanto como para subirse cuando ya se ha agotado (cosa que esperamos que dure, aunque con estos ciclos e idas y venidas nunca se sabe).
Siguiendo la línea de Shame, pero la de su segundo disco, debutaban también en 2021 los londinenses TV Priest con Uppers de la mano de Sub Pop. Otro trabajo a mitad de camino entre distorsiones pesadas como se comprueba en los primeros compases del álbum, para después ir compaginando en temas como ‘Journal of a Plague War’ o ‘Powers of Ten’ buenas ambientaciones y esos medios tiempos de juegos en los trastes de las guitarras poco habituales que esta nueva ¿ola? del post/art-punk está recuperando. Un valor añadido importante después de los abusos del bajo y el sonido oscuro y de aquél post-punk revival que acabó siendo una tendencia más de indie deslavazado. Asimismo, también es cierto que TV Priest tienen composiciones muy comunes aunque efectistas a lo Idles en auténticos ganchos como ‘Decoration’ o ‘Fathers and Sons’, exhiben esa otra cara mencionada y que en el tema de cierre, ‘Saintless’ tiene esa virtud del equilibrio. Un desarrollo largo como lo hacían Ought, aunque con su característica electricidad, un aumento de intensidad sin llegar a romper. Como Shame, un conjunto un escalón por debajo que los anteriores. Pero otra formación que se mueve en unos patrones similares y a la que seguir la pista.
Por cierto, y a modo de apéndice tras la mención, ha sido curioso también ver en el tramo final de 2021 cómo Idles, que apostaban por ese músculo al que pueden recordar ahora tanto Shame como TV Priest, tras un flojo Ultra Mono, con Crawler han intentado despojarse de ese brutalismo de gatillo fácil (pero tan efectivo y tremendo en directo), para encontrar acomodo en medios tempos, en más uso de los ambientes y en una notoria bajada de decibelios. Un camino que ha generado sensaciones encontradas entre sus seguidores, pero que también ejemplifica su intento de volver a cambiar el paso para no tirar del automático brutalista que intenta emerger en varios momentos en este último trabajo.
Y ya por último, aunque no tan obvios, ya no en Inglaterra, sino en Escocia, en 2021 publicaban su segundo largo Nighshift, proyecto de uno de los miembros del fresquísimo indie rock Spinning Coin. En Zöe (Trouble in Mind, 2021), se encuentra un LP a mitad de camino entre las formas de un indie rock contenido y unas curiosas construcciones que juegan en esos patrones de art rock por el que están apuestan estos grupos que comentamos, aunque en este caso, a veces incluso hay cierta reminiscencia. Unas coordenadas sonoras muy singulares que también tocan parte del art punk en ‘Infinity Winner’ o ‘Romantic Mud’.
Los grandes sellos electrónicos captan la tendencia
Y lejos de estar ajenos a todos los movimientos, la otra parte llamativa, fuera de lo estrictamente musical, es el lanzamiento desde Warp Records, que después del monopolio de la IDM sobre todo en los primeros años del género y después de sus grandes productores, además de otros géneros rupturistas, huelen el éxito y la madera que tienen estos grupos. Una tendencia por la que no solo han apostado desde Warp; también Ninja Tune ha hecho lo propio con Black Country, New Road. Un espectro nuevo que cubrir, a pesar de que en cierta forma son el tipo de grupos que fuera del nicho electrónico pueden gustar a los feligreses de los beats que se factura en sendos sellos. En común, la experimentación y sondeo de nuevas aventuras sonoras, historia de ambas discográficas, así como de los propios artistas que llevan en cartera. En ese sentido, si estas formaciones tenían que publicar sus respectivos debuts fuera de sellos propios del mundillo independiente, Warp o Ninja Tune son alternativas totalmente lógicas y coherentes.