Mozo dominguero #52: The Remains - The Remains
¿Se han convertido los sesenta en una pieza del pasado a la que miramos solo desde la nostalgia y el interés arqueológico?
Autor: The Remains
Título: The Remains
Año: 1966
Género: Garage rock
País: Estados Unidos
Discográfica: Epic
Fosilizado y anquilosado, hoy cuesta pensar en el rock como un artefacto disruptivo, revolucionario, escandaloso. Pero en su día lo fue. Su irrupción en las estaciones de radio causó espanto y horror entre una generación, la Silenciosa, que se había acostumbrado a los consensos culturales impuestos por la Era Dorada del Capitalismo. Sostenidos sobre la represión moral y, en el caso de Estados Unidos, sobre un apartheid de facto, los veinte años posteriores a la Segunda Guerra Mundial se cuentan entre los más prósperos de la historia humana.
¿A santo de qué entonces debían los jóvenes de principios y mediados de los sesenta, la naciente generación baby boomer que tantos quebraderos de cabeza causa hoy, echarse en brazos de una música alborotada y de raigambre negra? El rock, frente al ya estandarizado jazz o a la música orquestal de corte popular, escapaba a los usos culturales de la generación dominante y se asentaba en los márgenes. Era rápido, audaz, sexual y provocativo. Planteaba cuestiones.
Son célebres los esfuerzos por censurarlo o coartarlo, consumados de forma cómica en los barcos que se adentraban en las aguas del Mar del Norte para emitir garage y beat de forma pirata. El pelo corto, la camisa por dentro, la corbata bien anudada. Todo lo demás, perversión. Al margen de su innegable talento, los Beatles dominaron de forma tan clara la década y se convirtieron en un icono cultural porque se alinearon más que otros grupos con la norma social. Era el rock que los padres podían tolerar, y de ahí su entrada posterior en los museos y en el "canon".
Todo esto hoy suena a ciencia ficción. Los sesenta se han convertido en algo tan antiguo que ha superado todas las estaciones del revival —The Jam publican su primer disco en 1977, los Ramones en 1976— y se ha adentrado ya en el terreno de la historiografía. No existe "nostalgia" por los sesenta, como sí existe por los ochenta y ahora por los noventa, porque quienes los vivieron lindan ya los ochenta años —si es que aún viven—. Cuando The Rolling Stones se alumbran al mundo, han pasado 17 años desde el cierre de Auschwitz. En un traslado 1:1, eso nos conduciría a nosotros a 2008.
Impresiona, ¿verdad?
Así las cosas, es natural que abunden los artículos sobre "la muerte del rock", tan fosilizada y anquilosada ya como el propio rock, o se despachen sus aportaciones artísticas como mero revivalismo. Esto es cierto para el caso de los sesenta. Cuando los jóvenes aún interesados en el lenguaje de guitarras buscan referentes en la historia, ya apenas acuden a la década que alumbró al rock. Bucean entre los ochenta, entre los noventa, cada vez más en los dosmiles, pero ya no en los sesenta. Y es normal. No tienen a nadie que se la cuenten porque hace demasiado tiempo.
Aquel sonido que encumbró a The Beatles o a The Kinks, en fin, ha dejado de emocionar, atributo principal de toda manifestación artística para que se mantenga vigente entre las nuevas generaciones. Si alguien acude a Monks lo hace con un interés casi arqueológico, más encaminado a descubrir cómo y de qué se hablaba entonces que a sentirse identificado con aquellos sonidos y relatos. Hay saltos generacionales, tecnológicos —la brecha de sonido y producción es evidente— y morales que hacen muy difícil comunicar rock.