Mozo dominguero #8: Fen - Winter
Si el metal versa sobre el poder, Fen consideran que se poder se debe dirigir contra uno mismo en una catarsis de exaltación paisajística
Autor: Fen
Título: Winter
Año: 2017
Género: Black metal atmosférico
País: Reino Unido
Discográfica: Code666
En su imprescindible libro Fargo Rock City, Chuck Klosterman plantea una pregunta trascendental para el devenir de la humanidad: ¿de qué va realmente el metal? Tras beodas y atolondradas reflexiones, Klostermann esboza una respuesta: el metal va sobre el poder. En abstracto. En general. En agregado. El poder como punto de partida innegociable para una comprensión más avanzada del mundo.
Admitamos que la teoría de Klosterman peca de rudimentaria. Uno de las corrientes más abominables del género, el power metal, apela desde su denominación al poder como punto y final de todas las cosas. En el desquiciado universo de Manowar o de Helloween, el poder tiene una forma elemental y primitiva. Armaduras, espadas, atrofia muscular, princesas, castillos, etcétera. Se trata de una proyección pornográfica del medievo, territorio fértil para las disquisiciones del metal por un motivo simple: por entonces el poder lo era todo.
Pero no cualquier poder. Cuando el metal apela a la Edad Media apela en realidad a un mundo donde las jerarquías sociales y políticas eran inmutables. Había un señor postrado en un castillo cuya autoridad, legítima o no, se cimentaba sobre la amenaza de la violencia. Cuando algún súbdito osaba cuestionar el orden natural de las cosas, un amable funcionario ejercía el monopolio de la violencia. Es decir, el poder. "Venid, venid a ver la violencia inherente al sistema".
Si el power metal está interesado en la naturaleza expeditiva del poder feudal se debe a las inseguridades que la posmodernidad ha impuesto sobre nosotros, hombres. Cuestionados por las innumerables barbaries que el hombre acometió para cimentar su dominio y poder, algunos reaccionaron a la defensiva. Su masculinidad tornó en frágil, acosada por preguntas del todo impertinentes. Y en esa fragilidad, se replegaron hacia un tiempo idílico donde nada estaba en cuestión y todo obedecía un sencillo principio: el poder.
Uno detentado por mi espada.
Sería absurdo soslayar la profunda brecha de género que atraviesa al metal, probablemente el más interesante de cuantos géneros rock aún se puedan considerar "masivos". El rock propiamente dicho lleva tres décadas anclado en una apoplejía creativa de la que ya jamás escapará; el pop de guitarras no puede competir con el hiperpop que desde hace años domina las esferas mediáticas; y el folk, en fin, es folk. Si tienes un mínimo interés en cualquier aspecto relacionado con una batería, un bajo y una guitarra… El metal debería ser tu lugar.
Hay motivos para que no lo sea, no obstante, y uno de ellos es su propia concepción primigenia: no todo el mundo está interesado en el poder. El poder es una cosa muy machista, muy fascista, profundamente reaccionaria. ¿Es posible cuadrar el círculo del metal y hablar del poder sin hablar del poder?
Son muchos los grupos que han intentado limpiar la imagen tóxica del metal, tanto desde lo estético como desde lo ideológico. Ashes Against the Grain, al fin y al cabo, tiene ya diecisiete años. Algunos alegres exploradores del género se han atrevido a introducir discursos sindicalistas, peroratas ecologistas y un firme poso naturista a discos por lo demás extremos en todos los calificativos posibles. El metal, en fin, se ha quitado las telarañas de las mazmorras.
O lo ha intentado. Casi todos los ejercicios exitosos de post-metal o metal experimental han colocado al poder en el centro de sus intereses, ya fuera desde un punto de vista sonoro o narrativo. Si pensamos en Austin Lunn, el poder tradicional —el de un hombre frente a otro hombre—se ha transformado en un poder romántico —el de un hombre frente al medio, la naturaleza—. Los temas del black metal cascadiano ya no se dirigen ni a Satán ni a la pornografía autoritarista: se dirigen hacia un bosque prístino y quasi-mágico.
Es aquí donde el black metal ha encontrado un particular jardín gracias a la naturaleza —potencialmente— paisajística de su sonido. Siempre interesado en largas secciones repetitivas y ambientales, el género ha virado con el paso de los años del amateurismo noruego a discos como el que hoy nos ocupa. Winter, de Fen, publicado en 2017, recoge todas las enseñanzas de Agalloch y las conduce a una contemplación exaltada del invierno —estacional y personal—.
El disco sirve a un tiempo como ejemplo paradigmático de la evolución tonal y temática del metal y de su nueva riqueza sonora: los paisajes que Fen dibujan en sus larguísimas canciones —sólo una baja de los diez minutos, y por poco— se dirigen hacia un bosque introspectivo donde los grandes asuntos del ayer —la lucha, la autoridad, el poder— se dirigen hacia uno mismo. Calcando la evolución de la literatura —clásica, moderna, posmoderna—, el metal extremo ahonda en pugnas más psicológicas que físicas.
Todo ello revestido de Grandes Artilugios Conceptuales y una profundidad muy severa. Fen titulan sus canciones al modo de un grupo de rock progresivo —I, II, III, etcétera— pero se guardan un pequeño rincón poético —'Penance', 'Fear', 'Death'—. Esta ambivalencia domina constantemente su sonido: Winter es un hijo bastardo del post-rock y del black metal atmosférico, la clase de experiencia inmersiva que despojada de fiereza y gritos dementes podría degenerar en slowcore.
Eternal I am, yet each tread
On these desolate soils
And through these banks of rearing sedge
Enervate me ever further
The ghostly breath of winter enshrouds
Reaper, Harvester
Scourer of essence
The inevitable embrace whispers from an endpoint yet to be
El oyente no habituado al metal extremo encontrará aquí múltiples asideros a los que agarrarse: desde el trémolo que domina las guitarras hasta los coros (!) cavernarios de algunas canciones. La voz del cantante, un señor autodenominado The Watcher, también contribuye a suavizar el choque cultural: está por momentos más próxima al screamo que a los alaridos ininteligibles del black metal clásico. Hay algo de finura, en fin, muy deudora de Agalloch, pero también de épica (medio)ambiental, de sonido gigantesco.
En ese gran teatro que es siempre el metal, Fen incurren en los mismos vicios líricos que tantos otros grupos antes que ellos, provengan del subgénero que provengan. Hay aquí una subidísima impostación poética y un poder sonoro, avasallador, muy explícito en canciones como 'II (Penance)'. Winter es todo lo que Deafheaven pudo ser —y fue durante algunos momentos— y más tarde rechazó. 'III (Fear)' es seguramente el mejor testimonio de un disco cuyos peores defectos, la repetición entre ellos, siempre quedan silenciados por una producción perfecta.
Regreso a Winter a menudo. La constancia de su sonido y el diseño larguísimo y paisajístico de sus canciones me conduce a estadios de calma y concentración muy agradecidos en el día a día. Lo hago también porque los excesos del metal, ya sea extremo o clásico, quedan aquí limados hasta despojar al disco de aristas. Es un deje, pero uno que acepto gustosamente como pago por sus virtudes.
Winter es también un pequeño ejemplo de los contorsionismos a los que se conduce el metal cuando afronta la gran cuestión ineludible del género: el poder y sus derivados. El que produce uno mismo en su atormentado fuego interno; el que genera la naturaleza; el que proviene de una autoridad física o metafísica. Si el género resulta más interesante que nunca se debe a que está agarrando sus propios fundamentos y los está poniendo del revés con el mero propósito de ver qué sucede.
Y por eso mismo conviene no darle la espalda.
Dice el refranero español que "mozo dominguero no quiere lunes". En Hipersónica, "Mozo dominguero" es una sección dominical presuntamente periódica donde Andrés P. Mohorte se para en discos concretos que le flipan sin más hilo conductor que sus ganas de que nunca sea lunes de nuevo.
La serie hasta ahora consta de:
#1: Chico Buarque - Construçao (1971)
#3: Mikel Laboa - Bat-hiru (1974)
#4: Television - Adventure (1978)
#5: Caetano Veloso - Caetano Veloso (1971)
Muy interesante el artículo. Intentaré pillar por ahí el libro de Klosterman, porque me leí el siguiente ("Matarse para vivir") y aunque me gustó bastante, no diría que era imprescindible