Muere D'Angelo, también Drew Struzan...
...y otras noticias y playlists con las que ponerse al día
¡Valladolid, buenos días!
Cositas que han pasado en Hipersónica desde el viernes que hablamos por última vez:
Primero conquistaremos Manhattan #5: Lisabö y “Erraturen Bezpera / Nomaden Zirkulu Tematia”
Todo en su lugar correcto #16: Talking Heads - Remain in Light
Si queréis disfrutar de la experiencia completa, hay que darle al Botón de las Perras™:
Los jitazos de la semana
Para empezar el lunes el miércoles, la ración de las canciones y jitazos de la semana ya está actualizada en la plataforma que uses.
A través de este link podrás acceder a la lista tanto en Spotify como Tidal y Apple Music.
Además, en 2025 iremos recopilando todos los jitazos del año en playlist aparte (también en todas las plataformas).
Buen azúcar, amarga despedida
¿Cuántos discos necesitas para hacer algo que sea sólo tuyo? D’Angelo sólo uno: Brown Sugar (1995). Luego hizo dos más y, zas, volvió a acertar en que sonasen como ninguno de los demás que trataban, ahora ya sí, de ser D’Angelo. Además, todos lo sabían ya antes de que saliese: cada canción que Michael D’Angelo Archer había firmado antes de su debut para otros artistas (aquella ‘U Will Know’) anunciaba que se venía un artista grande.
Pero ¿quién esperaba uno tan grande? Uno que recogía el legado de las quiet storms de la Motown setentera y que, junto al jazz, al gospel y al soul, le metía un chute de hip-hop sedoso. Era D’Angelo, en aquel momento, Smokey Robinson y Prince a la vez: falsete eterno y gloriosa instrumentación de psicodelia negra, suave.
Todos los nombres que van a salir son palabras mayores. Ahora he dicho Prince y, de hecho, he pensado muchas veces, en las múltiples idas y venidas que he tenido por Brown Sugar y Voodoo (muchas menos por Black Messiah; es más culpa mía que del disco), en cómo precisamente nacer una década y media más tarde que Prince1 había moldeado de forma TAN diferente dos músicas que tenían tanto en común. Prince no, pero D’Angelo había mamado en su juventud todo el ascenso del hip-hop: adoraba muchas cosas, como luego se vería en todos los nombres que iría eligiendo, pero su enganchón a todo el colectivo Native Tongues derivó, en su primer disco, en una forma muy peculiar de unir el soul clásico a toda la reinvención de los sonidos negros que el hip-hop había promulgado durante ya dos décadas.
No somos mucho en Hipersónica de curarnos en salud y de evitar sobrerreaccionar, así que lo afirmaré sin miedo: podemos decir sin que Brown Sugar inauguró el R&B Contemporáneo, lo que luego ya sólo sería R&B (aranbí, en pronunciación de radiofórmulas) y que, poco a poco, se alejaría más y más del R&B clásico precisamente por la decisiva influencia de la cultura hip-hop.
Como muchos de los que abren puertas, D’Angelo renegaría de lo que pasaba por su culpa, o alrededor de su éxito: El R&B “es una broma”, decía; “no significa lo que solía significar, ahora la palabra para R&B es POP”. Sé que cuesta entenderlo tras dos décadas de rodillo poptimista, pero esta frase es tremendamente peyorativa.
Y “lo curioso es que la gente que hace esta mierda se toma muy en serio lo que hace. Es triste: han convertido la música negra en algo propio de discotecas”.
Claro que se habría llegado de otro modo al aranbí-chungo, pero Brown Sugar se queda como perfecta puerta de entrada inicial, una en la que cosas como ‘Shit, Damn, Motherfucker’ (¿la canción de infidelidad perfecta?) marcarían un primer listón insuperable.
Así era D’Angelo, el Duplantis de este asunto: cada vez que volviese, saltaría más arriba. Cuando cuatro años después edita Vodoo, su vida ya se está empezando a ir al carajo. A cambio, él acentúa todos los límites de su música, busca las fronteras más allá de Brown Sugar, precisamente para que no le encadenen al R&B: se vuelve aún más hip-hop, destruye o cabalga los ritmos funks indistintamente, llama a Questlove (The Roots) para que le acompañe en un viaje sincopado donde lo mismo te encuentras a Fela Kuti que a George Clinton que te fumas algo con J Dilla (con Method Man & Redman ya te lo habías podido fumar en el ESPECTACULAR Like Water for Chocolate de Common, producido por el propio D’Angelo). Cómo suena y sonará ‘Devil’s Pie’, por ejemplo, con esa producción de DJ Premier. Y cómo no iba a hacerse gigante, inmensa, ‘Untitled (How Does It Feel)’.
Tan gigante que se haría insoportable.
D’Angelo paró durante años: vivió una montaña rusa personal, el suicidio de su amigo Fred Jordan, una adicción rampante al alcohol, la desidia de la industria discográfica, un disco fallido que tuvo que desechar; la mierda de quien ha tocado el cielo creativo y ha tenido el mundo a sus pies. Quiso, aquí también, ser Prince: tocarlo todo, controlarlo todo, y acabó como aquel durante una época, encerrado cada vez más en sí mismo.
Pero el 15 de diciembre de 2014 pudo por fin regresar: Black Messiah suena a que ha pasado no una década, sino varias, y que además han sido hacia atrás. El sonido es deliberadamente analógico, algo pastoso, muy Sly & The Family Stone. Era más denso que Voodoo, muchísimo menos inmediato que Brown Sugar. ¿El R&B? A tomar viento: había experimentos, canciones deliberadamente extrañas (qué chute te mete ‘1000 deaths’) y la conversión final al jazz-funk.
Y otro disco enorme, el tercero. ¿Cuántos dices que necesitan otros?
No hubo un cuarto, ni ya lo habrá. Ayer supimos que D’Angelo ha muerto de un cáncer de pancreas, con 51 años. Menudo puta mierda. Aunque él ya nos dijo aquello de “Good days, bad days, halfway days but I’m still looking for a great day in the morning”. Seguiremos, pues.2
Pausa para minutos musicales
El hombre que pintaba el cine
Aunque la industria cinematográfica haya tendido a uniformarse de la peor manera posible, con carteles con cuatro caras mal puestas y un título, no podemos olvidar la época en la que la cartelería era uno de los reclamos más poderosos. Era también la época en la que ir al cine suponía uno de los actos centrales de la semana: la vida cultural de varias generaciones orbitaba en torno a ese momento. Puede parecer que exagero, pero hay un extraordinario capítulo en la no menos extraordinaria Los destrozos, de Bret Easton Ellis, donde plasma perfectamente esto.
Más o menos por la misma época que Ellis recuerda es cuando Drew Struzan consiguió hacerse icónico. Esto no va de nostalgia ochentera con un punto chungo, sino de lo magnífico que era el arte que hizo para anunciar
Struzan, que primero comenzó como portadista de discos (Beach Boys, Bee Gees, Black Sabbah o Alice Cooper entre otros), decidió dedicarse a mediados de los 70 al cine, primero con carteles de serie B y luego ya dando el salto con el espectacular poster para En busca del arca perdida.
A partir de ahí, el resto es historia visual, con carteles tan memorables como los de ‘La Cosa’, ‘Blade Runner’, ‘Regreso al Futuro’, ‘Rambo’, ‘Los Goonies’ o decenas más.









Te echaremos de menos, Drew.
El sube-baja hipersónico
👍El indiepop, que ve cómo Heavenly regresan con disco y gira (también pasa por España)
Al que luego versionaría para la banda sonora de Scream 2