Una canción, una escena #25: Famous Blue Raincoat, en Succession (4x02)
It's four in the morning, the end of December / I'm writing you now just to see if you're better
La canción: Famous Blue Raincoat, de Leonard Cohen
Es 1971. Hace cuatro años que Leonard Cohen ha debutado por un camino contrario al que mayoritariamente se empieza a dibujar en el rock y la música popular: si el verano del amor trae consigo también todo tipo de experimentos musicales en estudio y cierta tendencia a abigarrar las producciones, Songs of Leonard Cohen escoge el camino desnudo, pero también un exquisito detalle a las letras. Para cuando edita su tercer disco, Cohen ya es una estrella de la lírica rock.
Songs of Love and Hate hace honor a su titulo, casi desde el primer segundo. La crudeza de ‘Avalanche’, que abre el disco, da paso a una lluvia torrencial de canciones extraordinariamente intensas: musicalmente, Cohen sigue apostando casi en exclusiva por ser él, su guitarra acústica y, de vez en cuando, los coros femeninos que siempre le acompañarán (y que son claves para entender sus canciones). Sí, algunos puntuales arreglos de cuerdas, extraordinarios por lo delicadeza con la que Paul Buckmaster los graba y los coloca en segundo plano. Pero es en lo lírico donde esta el meollo: desprecio, desamor, amistad traicionada, veneno puro.
‘Famous Blue Raincoat’ entra en la segunda cara del disco, a poco más de quince minutos del final. Pero es una canción que para al oyente: desde primera escucha es difícil resistirse a su tono a la vez dulce y extraordinariamente amargo, que clava lo que la letra, una carta a un amigo que le traicionó, dice.
Son las cuatro de la mañana del frío invierno, y ahí está sentado el protagonista, escribiendole a alguien a quien calificar de “mi hermano, mi asesino”, con una mezcla de despecho y melancolía por el tiempo pasado. Jane apareció un día con pruebas de que le había engañado con él, ese colega destrozó por completo su vida (fantástica estrofa esa de “And you treated my woman / To a flake of your life / And when she came back / She was nobody's wife”; Jane, por cierto, sigue dormiendo al lado de Leonard Cohen, pero eso no quiere decir que Cohen sea el adecuado, la decisión correcta) y ahora a saber dónde anda. Pero aún así, no se lo puede quitar de la cabeza.
No es, desde luego, la canción ideal para un karaoke. O no, al menos, para uno de despedida de soltero.
La serie: Succession
Succession es muchas cosas: una fantástica fábula sobre el difícil equilibrio interno en las familias. También una estupendísima y ácida visión del 1%, sin pizca de respiro. Y una serie que no tiene piedad por sus personajes, y a la vez es profundamente empática con ellos: todos son irreales pero los hace parecer humanos, no gigantes, y a la vez todos la pifian cuando podrían redimirse.
Succession es, también, una serie donde se habla muchísimo y, sin embargo, frente a lo Sorkiniano, hay tremendas cargas de profundidad en la composición y elección de las escenas, de modo que a veces los episodios parecen calculadas set-pieces, casi de película de acción a la que se le ha extirpado todo el movimiento.
Y es, por último, una serie que ha decidido acabar a tiempo, con su cuarta temporada, antes de que seguir dando vueltas a quién tomará el control del imperio multimedia de Logan Roy (un trasunto de Rupert Murdoch) convierta en rutina efectista lo que desde el principio fue maquinaria engrasada y sin una pizca de relleno (sí, la tercera temporada empezó a anunciar que algo así podría pasar).
La escena: el karaoke
El episodio 2 de esa cuarta temporada se titula “El ensayo” y transcurre ya con la familia totalmente rota: hijos enfrentados a padre en una pelea por ver cómo vender una empresa en franca decadencia sin renunciar a que el tablero de ajedrez que siempre ha sido siga dando juego… y mantenga a toda la familia (incluido un yerno trepa y un sobrino más inútil y vividor que Froilán).
A toda esa pelea permanece ajeno el hermano mayor, Connor Roy, hijo de un matrimonio previo del patriarca y presencia absolutamente gris: nunca fue querido por el padre, nunca demostró interés por continuar la saga y ha vivido toda su vida mantenido, en la distancia, alejado de los negocios y poniendo la vista en lugares y proyectos fantasiosos (el último de ellos, presentarse a las elecciones a la presidencia de EEUU y, para dotarse de más relevancia y peso, casarse con su escort).
Connor es, de todas las que aparecen, la figura más patética de la serie, especialmente en el sentido griego de la palabra. Conmueve su imbecilidad, la inexistencia de algo parecido al timing en su vida, su falta de tacto pero también su capacidad para no esconderse en dobleces. En un entorno de dobles agentes, traiciones familiares continuas y falta de amor y respeto, Connor es, directamente, el loco que siempre dice lo que piensa… aunque lo que piense sea casi siempre absurdo.
Absurda es, también, su despedida de soltero. Sus hermanos (y todos en el universo Succession, en realidad) saben que la boda es una pantomima, pero Connor la quiere completa y, por eso, pide una despedida por todo lo alto, a pesar de que la guerra está abierta entre su padre y sus tres hermanos (Kendall, el trágico incapaz; Shiv, la niña inteligente a la que todo el mundo dejará en segundo plano siempre; Roman, el bufón con taras que siempre que se toma algo en serio ve como fracasa).
“Por todo lo alto” para Connor es, primero, bajar a los bares de la gente real, en los que nunca ha estado, y fantasear con que allí está la vida buena que jamás le dieron la oportunidad de tener (ridículo en su fantasía de rico) y, después, ir a un karaoke, algo de lo que siempre ha oído, que siempre le han contado que es divertido, pero donde nunca ha llegado a estar.
En ese karaoke en el que, minutos después, intentará emboscar a sus hermanos con un encuentro preparado con su padre (porque Connor será muchas cosas, pero sabe de dónde sale el dinero que le mantiene), es donde le vemos cantar ‘Famous Blue Raincoat’.
Sin tono, sin talento y ajeno por completo a si es la canción adecuada para esto. “Tortura nivel Guantánamo”, dice Roman mientras la cámara, con maneras de docu-reality, pasa de uno a otro hermano.
And what can I tell you my brother, my killer?
What can I possibly say?
I guess that I miss you. I guess I forgive youI'm glad you stood in my way
If you ever come by here
Connor podría haber elegido ‘New York, New York’, o ‘La chica de Ipanema’, las dos canciones con las que luego sus hermanos atacan a su padre. Son, desde luego, mucho más karaokeables (no me veréis escribir la palabra “divertidas” junto al contexto “karaoke”). Pero eso, para él, como para Logan Roy cuando intenta tender puentes, significaría estar “haciendo un esfuerzo”. Él, en el fondo, sólo puede cantar ‘Famous Blue Raincoat’.
“Lo bueno de tener una familia que sabes que no te ama es que aprendes a vivir sin ello” les espeta a sus hermanos antes de seguir: “Sois esponjas necesitadas de amor y yo soy una planta que crece en rocas y vive de insectos que mueren dentro de mí”. El hermano mayor, tan idiota, tan ajeno a todo, ya no quiere subtextos.
Y, a continuación, el que podría ser el tagline que resuma también la canción con más dobleces de Leonard Cohen: “No necesito amor, es como un superpoder”.
Sincerely, C. Roy.
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