En diciembre, enero, febrero, Duluth no es precisamente una fiesta. En el hogar natal de Low, la vida se mueve a ritmo lento, por narices. Es lógico; hay semanas, cada año, que repiten la misma temperatura de media: más de 10 grados bajo cero.
Uno puede tener la tentación de buscar en ese entorno la clave para el que ha sido el estilo musical del grupo o para su evolución, buscando lugares más cálidos frente a la desnuda (y a ratos desoladora) lentitud de sus inicios, volviendo a encerrarse después. Pero, en realidad, estaremos dando palos de ciego. Porque puede que ellos no sean de aquí ni de allí, ni de este tiempo, del pasado o del futuro.
Ahora que, por desgracia, tendremos que acostumbrarnos a vivir sin Low, y que echaremos de menos a Mimi hasta que nosotros mismos nos difuminemos, acompañadnos en este repaso a todos sus álbumes. Mimi, Alan, gracias por lo que nos distéis.
Low, el inicio de todo
Sólo ellos saben por qué el grupo nació, en 1993. Por “probar algo diferente y ver hasta dónde podíamos llegar”, dicen, y ese algo diferente fue: reducir la estructura de la canción, extender los acordes hasta que pareciese que pasasen minutos entre ellos y cantar en medio de ese paraje aterrador con dulzura de nana. Un grupo de contrastes que lleva ya 30 años caminando por la música entre susurros y pisando con huellas de gigante.
Low, el núcleo duro, siempre han sido Mimi Parker -batería y percusiones, voz de oro también- y Alan Sparhawk -guitarrista al ralentí, garganta salida de un coro de iglesia. Después de bastantes años probando opciones en la escena musical underground de Minnesota, el matrimonio decide afrontar su propio proyecto. Se agencian como bajista a un viejo conocido suyo, John Nichols y se bautizan como Low (“intenté ser lo más descriptivo posible”, dijo Alan Sparhawk hace unos años).
En ese formato trío se recluyen en su casa de Duluth para grabar su primera maqueta, con ‘Lullaby’ y ‘Cut’ como estandartes: canciones atravesadas por una lentitud que puede resultar exasperante, que son dulces pero a la vez se hacen eternas. Son, a su manera, hardcore. Pero, claro, insisto: a su manera. En Discord, por ejemplo, la rechazaron amablemente y sólo Kramer, quien fuera carismático productor de Galaxie 500, les hace caso. Les invita a grabar con él dos canciones y se las pasa al sello Vernon Yard, que les da su ok.
I Could Live In Hope (1994): la esperanza perdida
★★★1/2
Así, con Kramer de mecenas y su peculiar manera de producir vampirizando las canciones del grupo, Low editan en 1994 un brillante debut, I Could Live in Hope.
Frente a los silencios de la maqueta, Kramer impone su manera de hacer, rellena todos los silencios con reverbs y trucos que le habían funcionado con Galaxie 500 y, a priori, convierte a Low en una versión slowcore de aquellos.
En un disco donde todos los títulos se componen de una palabra (hasta eso llega la esquematización de la propuesta), las canciones de su primera maqueta se presentan ya relucientes, llegan primeros clásicos como ‘Lazy’, y la crítica les acoge sin recelo.
Gusta, además, que tengan cierta actitud cortavenista, a la crítica siempre le gusta ver revolcarse a un artista en la depresión, el bajón, la miseria moral. Canciones como ‘Rope’ ayudan a cultivar esa imagen, con letras demoledoras:
“Vas a necesitar más
no me pidas que golpee la silla que estaba a tus pies”
Para afirmar esa tesis, quienes citan su tono más depresivo se olvidan de la dulzura con la que Alan y Mimi entrelazan sus voces: esa veta será explotada más tarde, pero hay rastros de sobra en todo ‘I Could Live In Hope’. La bajona se mitiga incluso en el título. Hay esperanza, aunque las palabras duelan.
Transmission y la llegada de Zak
★★★★
Antes de que se grabe el segundo disco, Low cambian de alineación. John Nichols hace honor a los tópicos del rock y, cansado de salir de gira, abandona. Ocupa su puesto Zak Sally, otro conocido de la banda, con quien Alan había comandado un grupo que hacía versiones de “Bela Lugosi´s Dead” de Bauhaus o “Sister Ray” de la Velvet.
Desde entonces, Zak Sally se convertirá en pieza fundamental del grupo y apoyo fundamental de un matrimonio rockero, tal y como lo contaba Alan hace años:
“Más allá de que no tengo que abandonar a mi mujer cada vez que salgo de gira, no hay nada de especial en estar casados y tener una banda. Mucha gente cree que al estar casados, Zak sólo cubre el expediente al bajo, pero no es así en absoluto. No sólo toca sus acordes, sino que se involucra en cómo tocamos nosotros o en cómo cantamos”.
No mintió. Zak será parte indispensable de la historia de Low y costará más de quince años que aquel trío se rompa y que Low vuelvan a ser un dúo. Cuando ocurra, no pasará como si nada: vendrá junto a una de las grandes crisis existenciales de la banda.
Pero volvamo a 1994. Con Zak al bajo, Low sacan la cabeza gracias a su magnífica versión de Joy Division, ‘Transmission’, incluida en el tributo A Means To An End (¡qué gran frase para titular muchas de las canciones de Low!) y también nombre de uno de los siempre fundamentales EPs del grupo.
Tan fundamentales como sus versiones, que incluyen un tributo a su paisano Dylan (‘Blowin´in the wind’), unos Beach Boys convertidos en cantantes de nanas (‘Surfer Girl’) o los Bee Gees (‘I Started a Joke’). La mayor parte de ellas están recogidas en el recopilatorio A lifetime of temporary relief, donde también vienen las tres más escalofriantes: ‘Last Nigt I Dream…’ de los Smiths, ‘Lord can your hear me’ de Spacemen 3 y ‘Fearless’ de Pink Floyd, tomas únicas de una banda con un concepto muy claro sobre cómo afrontar sus diferencias respecto al resto del mundo musical. Todo lo que pasa por manos de Low acaba por convertirse en Low.
Long Division (1996): el slowcore puro
★★★★1/2
La entrada en el estudio se hace una vez más con Kramer a los bandos. El segundo disco de Low, Long division (1995), pule los errores del anterior y se queda la gema más brillante del slowcore puro. Los sonidos se espacian aún más, las notas suenan, languidecen, mueren y finalmente son sustituidas por otras. Low las tocan como si una de ellas fuese una sola canción.
Además, la depresión se traslada firmemente a las letras, dando la razón a quienes así los habían analizado tras su primer disco. La apertura es demoledora:
“Te presté mi diccionario favorito y me lo devolviste con las páginas rasgadas”
A partir de ahí, el camino no trata de recomponer esas páginas, sino que busca la oscuridad que ha llevado a eso.
Ya os he dicho por aquí más de una vez que desconfío de los discos para escuchar en una situación determinada. Pero a Long Division es mejor enfrentarte por la noche, donde a la vez puedas pasar miedo y saber que estás seguro. Es su primer disco redondo del todo; por suerte, no el último.
The Curtain Hits The Cast (1996): tratando de ser otros siendo los mismos
★★★ 1/2
Para 1996, Low dan un pequeño giro a su carrera. Abandonan a Kramer y se meten en el estudio con Steve Fisk para dar forma a -otro gran título- The Curtain Hits The Cast.
La primera sensación de este disco es que la formula, más allá de 3 ó 4 canciones excelentes, está casi agotada. Es un trabajo continuista, algo cojo en el resultado final y que, en no pocas ocasiones, yerra en su minimalismo. Funciona en ‘Mom Says’, con ese demoledor verso final para el aparente cuento infantil que nos cantan la pareja: “mamá dice que nosotros arruinamos su cuerpo”.
Pero aburre en ‘Coattails’, ‘Standby’ o ‘Laugh’, se pierde en el experimento post-rock de ‘Do you know how to waltz?’ y remonta el vuelo en un cuarteto final irreprochable, cumbre que hace muchísimo mejor de lo que es a lo que The Curtain Hits The Cast era hasta entonces.
Pocas veces Low van a encajar tan bien las piezas como en esa parte en la que encontramos los juegos vocales y el desarrollo final de ‘Over The Ocean’ y ‘The Plan’, la emoción pura y dura de ‘Stars Gone Out’ que enlaza con el desencanto máximo de ‘Same’, cuyo mensaje devuelve ecos de una de las primeras crisis artísticas de Alan:
“estoy cansado de levantarme con las mismas ropas y los mismos agujeros en mi piel, con las mismas notas, el mismo pelo y las mismas palabras para las mismas canciones en mi cabeza”.
Songs For a Dead Pilot (1997): un EP para cambiarlo todo
★★★★1/2
Si The Curtain Hits The Cast sonaba a camino cortado, Low lanzan en 1997 un EP que sirve para encontrar nuevas vías para avanzar. Songs for a Dead Pilot implica el paso de Vernon Yard a Kranky, casa de Godspeed You! Black Emperor, y también asumir parte de las convenciones estilísticas que por allí se estilan.
En seis canciones, Low mantienen su esencia al mismo tiempo que se hacen diferentes, ya desde la apertura casi fantasmagórica de la versión de ‘Will The Night’: algo así como hacer sonar la original en el bosque de Blair. ‘Condescend’, en vez de optar por lo experimental, directamente deja la puerta abierta a los arreglos: se acabó el minimalismo y bienvenida esa emocionante sección de cuerda.
No emociona precisamente ‘Born By The Wires’, trece minutos demasiado largos, demasiado pesados, pero ‘Be There’ es la mejor canción del EP, una de las fundamentales para entender la evolución del grupo y una de las mejores de todas las que han hecho. Ese hammond omnipresente y esa percusión pesada llevan en volandas un tema por el que se cuela todo lo que serán los Low de la nueva década… y de la siguiente también.
Secret Name (1999): Low en el cruce de caminos
★★★★★
Últimamente, de lo que se trata es de empujarnos a nosotros mismos más allá de nros límites. Habíamos creado un sonido característico, pero había que seguir más a Creo que las cosas más interesantes son las nuevas texturas y formas de crear” — Alan, en la época Secret Name.
En 1999, Low publican Secret Name y todos los cambios que Songs For a Dead Pilot vaticina se hacen realidad. En un disco que se abre con la impecable y brutalmente melancólica ‘I Remember’, Low suenan más dulces que nunca en canciones como ‘Starfire’ o ‘Inmune’ y amplían el número de instrumentos.
Son ya un grupo difícil de dejar en un sólo compartimento estanco. Slowcore no pega para canciones como ‘Weight of the water’, que parecen salidas de una cajita de música. Y aunque los Low de siempre no se marchen, los detalles se trabajan de otra manera muy diferente, como queda claro en ‘Don’t understand’, donde también están ensayando esa mirada hacia el vacío que será Drums & Guns.
Secret Name tiene mucho de disco fascinante y, quizás, sea el disco que mejor sirve para entender de dónde venían Low y hacia donde irán, el más recomendable para los recién llegados.
En la navidad de ese año, Low graban Christmas, un EP dedicado por completo a la Navidad. Versiones y canciones propias en un artefacto delicioso para recibir a los invitados en Nochebuena, villancicos llevados a su terreno y, aún así, preciosos.
Ese mismo año también se encierran con The Dirty Three en un estudio holandés, invitados por el sello Konkurrent para su serie In The Fishtank, que une a diversos grupos con la idea de que improvisen un disco en dos días. Se plasma en esa media hora en la que las dos bandas se compenetran perfectamente y paren algunas de las canciones más fascinantes de sus respectivas discografías, como los nueve minutos y medio de ‘Down By The River’ (que no extrañarían en un disco de los Bad Seeds).
Things We Lost In The Fire (2001): el incendio de la intimidad
★★★★★ o Hors Categorie
El definitivo golpe de timón llega ya en el nuevo milenio. Low consiguen, en 53 minutos, encontrar en las cenizas de ese incendio al que hace referencia el título sus canciones más inmediatas hasta el momento, una vía de tránsito hacia públicos mayores y el disco más cálido de los escritos por ellos hasta entonces (también de los posteriores, por mucho que aún ahonden en esa mayor accesibilidad).
En Things We Lost In The Fire se alían con Steve Albini, que llevaba mucho tiempo queriendo trabajar con ellos, y tienen todo clarísimo desde el comienzo intachable y con gancho de ‘Sunflower’. Continúan aumentando su dulzura, gracias a juegos vocales que cada vez miran más fijamente a los años 60, y en especial a Simon & Garfunkel.
Mantienen sus características básicas en canciones como ‘Whitetail’, aunque la producción de Albini permite contemplar los detalles más de cerca: las cuerdas que se rasgan en ese mismo tema, la pesada percusión de una grandísima ‘Dinosaur Act’ o la atmósfera minimalista y triste, pero dulce, de ‘Laser Beam’. No es casualidad que en los créditos firmen las canción ellos y el propio Albini.
En este disco todas las cosas están en su sitio y esta vez Low ni siquiera alargan sus canciones más de lo debido. Gracias a ello dejan cumbres como ‘Like A Forest’ o ‘In Metal’, esta última coronada por una letra demoledora, bellísima, sobre los recién nacidos, ser padres y no dejar de tener la sensación de que los momentos se escapan demasiado rápido:
En parte odio verte crecer y me gustaría, como hago con tus pequeños zapatos de bebé, conservar tu cuerpo en metal.
Todo un homenaje al hijo de Alan y Mimi, el encargado de cerrar el disco con su balbuceo.
Trust (2002): La (pen)última tormenta de nieve
★★★★1/2
En plena efervescencia de ideas, Low se despiden de Albini dándole las gracias por su obra cumbre y se encierran en una iglesia de Duluth. Ellos, personas religiosas hasta la médula (que, de hecho, sufren varias crisis vitales por culpa de su relación con Dios), graban allí Trust, una obra plagada de contrastes.
En su día, Alan le dice a Ruta 66 que todo el disco es un “¡Te quedan cinco minutos de vida, dinos lo que sabes!” y casi es la actitud del grupo frente a su propio cancionero a estas alturas de su carrera.
El inicio es sensacional y muy acorde con el lugar elegido para capturar las canciones. La plegaria de ‘That´s How You Sing Amazing Grace’, apasionante crescendo en el que Alan y Mimi vuelven a demostrar su capacidad vocal para emocionar, desemboca en la electricidad a chorro de ‘Canada’, o Low jugando a ser Yo La Tengo. Indie-rock estadounidense casi canónico que en este disco queda como pequeña isla, pero que servirá como inspiración para su siguiente obra.
Otras canciones, como ‘In the drugs’, ‘The Last Snowstorm Of The Year’ o ‘La la la song’, convierten a Low en un grupo de folk tradicional. Trust supone otra cima en la carrera de Low y, sobre todo, constata su capacidad para alejarse de su estilo sin perder ni un ápice de encanto.
The Great Destroyer (2005): gimme more indie rock
★★★★
Low pasan a Sub Pop y, durante los meses previos a la salida de su siguiente álbum, anuncian muy claramente que quieren explorar lo que casi todo el tiempo, salvo en temas puntuales, ha permanecido en letargo.
De repente, el trío quieren ser un grupo de canciones “normales”, explorar su vertiente eléctrica más inmediata y aparcar los ritmos mortecinos o lco que aún queda de slow-core.
Con Dave Fridmann a los mandos, Mimi, Alan y Zak entregan su disco más pop: singles claro como ‘California’ o ‘Just Stand Back’ suenan en radios comerciales y en bandas sonoras de series de televisión, el que comienza a ser el caldo de cultivo perfecto para el éxito del indie estadounidense.
The Great Destroyer es una obra polémica entre los seguidores del grupo. Muchos la desdeñan por amable, por tópica, por bajar a Low al barro donde otros ya se revolcaban. Se olvidan ahí de encajar la bellísima ‘Cue The Strings’, de lo bien que les sienta ponerse en la piel de Neil Young o de la fuerza rockera de cosas como ‘Everybody’s Song’.
Drums & Guns (2007): Dios necesita gente que le haga el trabajo sucio
★★★★★
Que The Great Destroyer también fue algo difícil para el propio grupo lo deja claro todo lo que ocurre desde que se publica. Alan sufre, en mitad de la gira de ese disco, una crisis nerviosa que le obliga a cancelarla, a retirarse de la música y a pensar. La parada dura unos meses, pero para cuando regresa lo hace con todo un zurrón de canciones.
Sin embargo, en vez de grabarlas directamente como las tiene en la cabeza, lo que hace es meter a Low al estudio y recomponerlas por completo allí, en un trabajo minucioso que las transforma.
Aquí sí, el trabajo junto a Dave Fridmann es fundamental: sampleados, guitarras puestas del revés, baterías grabadas y repetidas, loops vocales, ruidos y todo tipo de arreglos desconcertantes llenando los vacíos en los que Low siempre habían confiado.
Drums & Guns es un disco violento, emocional y cerebralmente. Habla de la muerte, del suicidio, de asesinatos y de tener que rezar a un Dios que, sin embargo, necesita criminales para hacer el trabajo sucio que dejó a medias.
Y si los momentos posteriores al disco son de mucho ajetreo, con el propio grupo mostrando otras versiones de las mismas canciones en una colección de vídeos indispensable, después vuelve el silencio…
C’mon (2011): un mundo de buenas cosas mal dispuestas
★★★
Que Zak abandone el grupo en el tiempo que va de Drums & Guns a C’Mon es otra muestra de que los Low sólidos ya no existen. La implosión de The Great Destroyer sólo podía solucionarse con una obra tan salvaje para el grupo como Drums & Guns, pero repetirla era improbable y hasta peligroso. Tardarán casi otra década en hacer algo similar.
Por eso, cuando en abril de 2011 Low presentan C’Mon, con un productor puramente mainstream (Matt Beckley) que hace más hermosas sus voces y deja las aristas de sus canciones absolutamente romas, el oyente de toda la vida del grupo lo entiende. Y, para el recién llegado, es un grupo cómodo, dulce, ideal para escuchar… aunque no tengo muy claro si con ello consigue tener una banda de la que puedas enamorarte del todo.
The Invisible Way (2013): por qué, para qué
★★
¿Quedan Low como tales después del camino de ida y vuelta que han hecho? ¿Existen o son un trampantojo? ¿Podemos verles aún sacando lo mejor de sí? The Invisible Way (2013) demuestra que el grupo anda perdido en una espiral que les aleja cada vez más de sus valores fundamentales como banda especial y que, aunque vean todo el rato dónde queda el centro, cada vez están más desorientados sobre cómo llegar a él.
Les produce Jeff Tweedy, y lo que en Wilco siempre suena ok, aquí les despeña. Son estos Low unos Fitter, happier, more productive, confortable, not drinking too much, Regular exercise at the gym (3 days a week), Getting on better with your associate employee contemporaries. Son, de repente, un grupo para runners en días de frío. Uno que ni buscando posibles asideros aguanta la mirada con el grupo anterior.
Gabi lo comparó aquí con Star Wars. Sí, claro que es Star Wars: The Invisible Way es lo que JJ Abrams haría con el lore de Low.
One and Sixes (2015): en el camino de vuelta
★★★ y 1/2
Tras el bajonazo de las dos últimas obras, a la altura de 2015 lo que nos planteábamos ante One & Sixes es si eramos nosotros o ellos. Si les exigíamos mucho por lo que habían sido o si nos daban poco incluso sin contar con nada de lo que hubiesen hecho.
Obviamente, no se puede responder a dudas así: es lo uno y lo otro, pero esto ha ido siempre de better to burn out than to fade away, ¿no? ¿O ha ido de ser como Neil Young y no de ser como Neil Young dijo que teníamos que ser?
A One and Sixes le pesa, de nuevo, la parte más poppie de Low, pero esta vez ellos mismos parecen reconocer que hay algo ahí, en esa búsqueda de unas canciones más dulzonas, que nunca va a funcionar. Por eso su recta final, la que comienza desde ‘The Innocents’, da la medida del grupo que queremos que vuelva. El trío formado por ‘Kid on the Corner’ y su emoción contenida, ‘Lies’ y Mimi destapándose como cantante pop indiscutible (lo que siempre habíamos sabido que era), y ‘Landslide’, con todas las marcas de la casa es el mejor recordatorio de a qué Lows hay que ser fieles.
Double Negative (2018): todo lo que siempre estuvo aquí
★★★★★
Y justo cuando ya nadie pensaba que iba a pasar, sucede de nuevo: otro disco perfecto de Low, otro disco en el que deciden arriesgar su sonido para, justamente, recuperarlo. Otro Dead Pilot, otro Drums & Guns.
Esta vez, el choque es con la parte más ambient, también con el glitch. Double Negative es una obra concebida sobre el choque. Es post-rock de la primera época, cuando el género era más que toboganes de guitarras. Son canciones facilísimas atrapadas en texturas dificilísimas, a ratos imposibles. Es ruidoso pero melancólico, industrial si piensas en una fábrica abandonada en medio de un páramo, es surreal y, aun con todo, con los pies más en la tierra que sus tres discos anteriores.
Es su declaración de amor a sí mismos, a lo que siempre han significado. Y el regalo de aniversario hacia los oyentes fieles. Sí, es como esa mirada a tu pareja, con la que llevas siglos y de la que aún te descubres enamorado. Contra el cansancio, contra la rutina, contra ti mismo. Siempre positifos, nunca negatifos.
Hey, What (2021)
★★★★★
A la nueva obra maestra de la pareja, la última que nos dejaron, podríamos darle muchas vueltas, pero ya se las dimos:
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