Desde el principio de su carrera discográfica hasta el final, Mark Linkous fue dictador de sus propias ideas. Se escondió detrás del nombre de un grupo, Sparklehorse, inexistente como tal, porque en realidad sus discos siempre fueron Mark Linkous y unos pocos invitados. Llegó por la puerta de atrás de una multinacional (Capitol) que le fichó sin debutar para después no saber qué hacer con él. Y se fue, por desgracia, antes de lo previsto, después de varios intentos de quitarse de en medio en una vida que no le resultaba nada maravillosa, pese al título de su tercer disco.
Fue la suya una carrera prolífica y bella, donde primero se mezcló el folk-rock con el indie noventero y después se abrazó el lujo de los arreglos y la maestría pop. Cuando se acabó, había probado también las disputas legales con la industria y la amistad de nombres grandes que, sin embargo, no levantaron más su carrera (y aquí sólo hablamos de exposición pública). El último disco de Sparklehorse, recién editado, es también el primero póstumo, y una obra delicada, cuidada por Matt, el hermano de Linkous, durante años como el tesoro que debería haber sido.
Sirva este disco a disco como homenaje, como recordatorio, como arrullo y abrazo común de todos los que nos quedamos enganchados a sus obras. Y como puerta de entrada para los que aún no le habéis escuchado y quizás,esté ahí el disco de vuestra vida.
Pero también como queja: Mark, siempre nos deberás más discos.
Vivadixiesubmarinetransmissionplot (1995)
Vivadixiesubmarinetransmissionplot se editó en 1995 y rápidamente fue recibido por la crítica mundial con todo tipo de elogios: hay pocas cosas que gusten más que un descubrimiento de algo que pasaría imperceptible sin el runrún crítico. Quizás caló lo vulnerable de sus canciones más folk. Quizás hiciese tilín cómo los arrebatos más indie-rock (‘Tears on Fresh Fruit’) se colaban sin reparo entre cortes country. Quizás fuera la atmósfera de unas canciones que no eran de baja fidelidad pero sí sonaban a maqueta, tal vez porque no podían sonar de otro modo (pienso, por ejemplo, en ‘Saturday’, que podría haber tomado forma de clásico, pero prefería parecer pequeña, joya escondida en un baúl de polvo). Quizás lo que llamase la atención fuese el tono abiertamente melancólico incluso en esos anti-éxitos rotundos como ‘Someday I Will Treat You Good’.
Lo que está claro es que el debut de Sparklehorse sonaba y suena bastante único pese a estar hecho con retazos de los demás. En eso se parecía y mucho a los mejores discos de Camper Van Beethoven, imprescindibles del folk-rock raruno de los 80. Y David Lowery, líder de aquellos y también de unos Cracker mucho más “normales, supo encontrar en el debut de Linkous la misma esencia que él había derramado en los discos de su primera banda. Por eso su producción (con seudónimo) es parte inseparable del triunfo artístico de un disco que se inflama rápido y que emociona. A los que tanto que os gusta Wilco, ¿qué hacéis que no tenéis como canción de cabecera esa tremenda ‘Cow’?
Decía no recuerdo quién (lo siento, anotar con orden nunca ha sido mi fuerte) al respecto de la letra de ‘Spirit Ditch’ que la música de Linkous acaba por ser una especie de Neil Young muy borracho pasado por el filtro de David Lynch. Es un curioso juego malabar de palabras y referencias que puede servir para definir la alocada brújula del debut de Linkous. Todo ya estaba aquí.
Good Morning Spider (1998)
En 1996, Linkous dio el primer aviso y se metió entre pecho y espalda un cóctel al más puro estilo rock’n’roll: heroína, valium, antidepresivos y alcohol en una habitación de hotel londinense, en plena gira con Radiohead. Dos años después de haber sobrevivido nos daba los buenos días en un disco de comienzo abrupto y ruidoso (esa ‘Pig’ Sebadohdiana, "por qué no me cantas eso, una nana bonita") que pronto se transformaba en una obra mucho más reposada pero de tono extraño (en la misma canción, ese "I wanna fuck a car" ya adelanta maneras).
En Good Morning Spider, las cosas no cuadran, pero para bien. Todo tiene un toque incómodo: la tristeza profunda, Coheniana, de ‘Saint Mary’ (dedicada al hospital donde se pasó 12 semanas después de su intento de suicidio) casi parece llevar consigo alegría de vivir bohemia. Canciones que son auténticos subidones, como ‘Happy Man’, aparecen brutalmente atravesadas por interferencias radiofónicas para que se vuelvan casi inaudibles. ‘Sick of Goodbyes’ casi parece haber sido compuesta por Beck y, de hecho, sería un gran hit para Odelay (¡menudo estribillo infalible!), ‘Ghost of His Smile’ le emparenta con Jason Lytle y sus Grandaddy…
El segundo disco de Mark Linkous mantiene esa apuesta por no quedarse quieto en ningún lado. También por ir haciendo cada vez más complejas las capas de sus canciones, sin que parezca, en ningún momento, que se le ha ido la mano con la producción (eso ocurrirá más tarde en su carrera, a la altura de Dreamt for Light Years…). Si acaso, se le puede achacar su longitud, que resquebraja algo la impresión final. Pero qué hermosura la de 'Painbirds', la llamada a Vic Chesnutt para la preciosa 'Sunshine' (el hermano de Linkous reconoce que el suicidio del propio Vic fue uno de los golpes casi definitivos en la vida de Mark). Había disco con suficientes canciones para triunfar más allá del underground.
Distorted Ghost (2000)
Quizás las esperanzas fueran precisamente ésas, las de tener éxito. Good Morning Spider vendió poco, porque en el fondo no podía haber sido de otra manera: no era un disco sencillo, ni asimilable de primeras. Coño, era uno que te soltaba frases como "Me levanté en las tripas de un caballo en una mañana neblinosa".
Pero ahí insiste Mark. Distorted Ghost tiene hechuras de obra imprescindible, para nada menor, y muy “vendible”. Tampoco llegó el éxito comercial, ni siquiera se olió y el EP queda injustamente sepultado en la carrera de Linkous.
Pese a ello, no sería justo pasar de puntillas por el mencionado primer corte ni tampoco por ‘Waiting For Nothing’ o ‘Happy Place’, acercamientos a las baladas y hasta al soft-rock, ni tampoco la versión de ‘My Yoke is Heavy’, de un Daniel Johnston a quien después Linkous produciría (sin acabar de entenderlo, o de entenderse; a veces las parejas soñadas no hay manera de que encajen).
Ojo, de seis canciones, tres llevan la palabra Happy en el título: El hombre, el lugar, el cerdo. Linkous hablaba mucho de lo que deseaba y no encontraba: “All I Want is To Be a Happy Man”; rotundo como eslogan, difícil como meta.
It's a Wonderful Life (2001)
Tengo una relación complicada con el tercer disco largo de Sparklehorse. Es, sin duda, el más alabado por casi todo el mundo, también el que tenía los amigos adecuados (las amigas, especialmente: Nina Persson y PJ Harvey colaboran para hacerlo más grande; Tom Waits se pasa para añadir su propia pátina de prestigio). Y tiene el productor que todo lo que tocaba lo convertía en oro crítico (el Hate de The Delgados, el Deserter's Song de Mercury Rev, los de los propios Flamin Lips, casi cualquier cosa en aquel quicio del nuevo milenio pasaba por la manos de Dave Fridmann).
Y es un disco precioso.
Pero es también uno que decide no profundizar en lo turbio, impreciso, neblinoso de la música de Linkous. Es uno que lo pone sencillo: su folk se incendia con guitarras acústicas grabadas con maestría y espacio. Los pianos le dan un lustre de disco de lujo. Todo suena BIEN. Me es significativa ‘Piano Fire’, que redondea todos los bordes de la música de Sparklehorse (acabó en Life is Strange). O ‘Apple Bed’, slowcore para las masas. Recordemos que fue Capitol quien presionó para que Mark saliese de casa, fuese a un estudio, sonase más perfecto.
Ponerse un traje para una boda y que se te note que no te pones uno en años. Surfer Rosa producido por Jack Antonoff. Normcore para dejar a todos satisfechos.
Pero es un disco precioso.
Sólo que hay personas que no pueden aspirar a la normalidad. Y que hacerlo tampoco les garantiza el éxito. Ah, la vida, qué mala es. Sí, o maqueta era mejor.
Dreamt For Light Years In The Belly of a Mountain (2006)
El peso del mundo, o de las expectativas sobre él, llevó de nuevo a Mark Linkous a renunciar. Hizo caso a todo lo que le dijeron pero tras It’s a Wonderful Life entró en depresión y paró por completo. Para cuando quiso reiniciar, la vida le ahogaba: casi sin dinero para pagar el alquiler, tenia que sacar un disco rápido. Así que casi todas las canciones de su cuarto disco largo son descartes del anterior: “Tenía cosas escritas que no había metido en el otro disco, porque simplemente eran canciones muy pop. Allá, en el último disco, me parecían anacronismos, así que me las guardé”.
Con ellas ya en marcha, metido de nuevo en su estudio en casa, Mark acabó encontrando un aliado inesperado y uno de los últimos amigos fieles que tendría: estaba escuchando The Grey Álbum, el mashup que Danger Mouse hizo entre Jay-Z y los Beatles, y le llamó para que le ayudase.
Juntos construyeron un disco decididamente imperfecto, algo recargado en ocasiones, que es como el hijo al que nadie está mirando en la reunión familiar porque otros están haciendo cosas divertidas y quiere que alguien le dé atención. Uno de canciones bonitas, (casi) ninguna superior a las que ya nos había enseñado, con alguna con intenciones de hit en un mundo donde las radios hubiesen sido diferentes (no es casualidad que se abra con 'Don't Take My Sunshine Away'). Un disco dulzón, a veces demasiado, pero que cierra su carrera (no debería, pero así fue) sin un sólo disco por debajo del Tier Sí.
Dark Night Of The Soul (2010)
La colaboración con Danger Mouse no se paró en el disco anterior, el último firmado en vida como Sparklehorse. En los tres años siguientes, junto a un David Lynch que se encargaría de las fotografías (y de algunas canciones), ambos compusieron este Dark Night Of The Soul que iba a salir en 2009 y que, por culpa de una disputa legal con EMI, ya se publicó cuando tanto Linkous como Vic Chesnutt (que aquí también participa; "augurio sombrío" se llama su canción, mecagonlavida) se habían quitado de en medio.
Esta es una obra coral, que irá contagiándose de muchos de sus visitantes. La abre una 'Revenge' purita SoftBulletinesca, se deja irradiar por la psicodelia a la par saltarina y melancólica de Gruff Rhys (Super Furry Animals), redime los pecados de Julian Casablancas en 'Little Girl' (la falsa canción perdida del segundo de los Strokes), le da varios pases de gol a Jason Lytle para que no se le olvide nunca lo relevantes que son Grandaddy, le recuerda a Black Francis que su segunda parte de la carrera fue mejor como Frank Black que volviendo a ser Black Francis y todos se dejan sumergir por toboganes de ruiditos y dulzura.
Es largo, sí, y puede que su propio condición de álbum de fotos con amigos y amigas juega un poco en contra en eso tan difícil de conseguir que es la solidez de un disco. Pero tenía que haber sido el trampolín definitivo de Mark, de su manera de escribir y de su perfecto pop triste.
Es lo que debería haber sido It's a Wonderful Life, creo.
Bird Machine (2023)
De momento, según lo visto en la crítica de la tier de la semana. Más adelante, habrá tiempo para volver reposadamente a él.
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